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«Lobos» | Por Olalla Candamo

«Lobos» | Por Olalla Candamo

Nos pasamos la vida buscando la aceptación y aprobación del prójimo, intentando seguir las normas que dicta una sociedad tan feroz y exigente que no concibe la mediocridad por debajo de sus expectativas. Buscando una perfección tan relativa como inexistente, convirtiendo en imposible su alcance para aquellos que se consideran diferentes. Porque pedimos igualdad y respeto, cuando nosotros mismos no somos capaces de darlo, con lo sencillo que sería aceptar a todo el mundo por quién y cómo es y alabarlo. En lugar de convertirnos en jueces, críticos y en ocasiones incluso verdugos de aquello que no entendemos en lugar de intentar aprender de nuestros errores, sin darnos cuenta del daño que ocasionamos con cada uno de nuestros comentarios. Porque ser sincero no siempre es bueno y que exista la libertad de expresión no implica que debamos hacer uso de ella a cada momento, a veces también hay que saber cuándo callar, sobre todo si nuestra opinión no va a ayudar. Porque es fácil criticar desde la comodidad que nos da creernos con la verdad absoluta, basándonos únicamente en lo que dice la mayoría, una mayoría acomodada en unas leyes que jamás cuestionan bajo el título de “Natural” Pero ¿Quién decide que es natural? o mejor dicho ¿Cuándo lo antinatural es aceptable y cuándo no?

Afortunadamente el mundo está cambiando y nosotros debemos hacerlo con él para poder seguir creciendo y lo primero que debemos aprender es que igualdad no significa copia sino aceptar lo diferente hasta el punto de dejar de verlo. Que es posible que todo esto no sea más que un problema de ceguera, de aquel que mira, pero no consigue ver más allá de sus ojos, unos ojos corrompidos por años de una exigencia que carece de sentido si no entiende que en la variedad está el gusto y en el respeto, ese amor por el prójimo que hemos perdido por el camino mientras se nos llenaba la boca con palabras como: empatía, aceptación, diversidad, inclusión, tolerancia… sin entender realmente su significado, porque hoy en día todo, absolutamente todo, es cuestionable aunque ni siquiera nos afecte directamente, porque es más fácil criticar que entender el motivo por el cual esa persona piensa, siente o vive diferente, tal vez porque para entender, primero hay que escuchar y escuchar posibilita que nuestra opinión cambie y cambiar requiere de esfuerzo y desgraciadamente pocos son los que están dispuestos a esforzarse por algo que no sean ellos mismos.

Sí… el egoísmo. Qué bonito fue pensar durante un breve periodo de tiempo que la pandemia nos haría más fuertes y más conscientes de la importancia de mantenernos unidos y que pena comprobar lo rápido que hemos olvidado todas aquellas palabras de apoyo, las canciones de ánimo en las calles o los aplausos desde la ventana agradeciendo el trabajo ajeno… pero cuando regresamos a la famosa “normalidad” volvimos a practicar rápidamente el sálvese quien pueda y el ande yo caliente… aunque para ello hayas de dejar de ser quién eres en realidad para poder encajar en una sociedad antigua regida por la obsoleta idea de hacer lo correcto o en su defecto, lo que es natural. Porque ¿Que hay más natural que hacer y sentir lo que a uno le sale, sin esa opresión en el pecho de quien nada contra corriente buscando su lugar en un mundo que dista tanto de ser perfecto? Tal vez esa sea la clave, el verdadero motivo del porque sigue aumentando ese odio infundado debido a la frustración que provoca querer ser quien no se es para poder encajar en un mundo en el que nuestro lugar nos corresponde por derecho de nacimiento y eso jamás debería ser sometido a juicio y mientras unos luchan por ello, otros se matan por ser mejores, por ser más ricos, más populares, más listos… con la excusa de que ser ambicioso es lo bueno, lo correcto. Cuando en realidad lo que se busca es evitar que miremos hacia otro lado para que no nos desviemos del camino marcado, porque tal vez si mirásemos bien, nos daríamos cuenta de lo similares que somos y eso es peligroso, porque la unión hace la fuerza y una sociedad unidad es más difícil de controlar y mientras no entendamos eso, seguiremos dando más importancia al vestido que alguien llevó a la última gala de los premios de la academia, que a la propia guerra que se está librando a pocos kilómetros de nuestro hogar ¿Por qué? Porque es más fácil odiar que respetar y buscar solución a una humanidad dividida que intenta sobrevivir en un mundo en el que los corderos se han convertido en lobos para devorarse unos a otros.  


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