«Lo fácil que es odiar» | Por Eduardo Ara Aguarón
Los inmigrantes deberían quedarse en su país en vez de venir al nuestro a robarnos nuestros trabajos, causar el caos y reclamar ayudas. Si al leer esta frase en vez de arquear una ceja has asentido en muestra de conformidad me gustaría pedirte que comenzases a aplicar la lógica. Y es que esas palabras, tan fáciles de formular en la comodidad, y el discurso al que representan carecen de sentido para aquel dispuesto a darse cuenta.
Me llama la atención como ante noticias de brutales crímenes de cualquier tipo, nunca falta el iluminado que comenta “¿y cúal era la nacionalidad del agresor?”, aun cuando sea claramente irrelevante para la noticia. Aquel que piense que por un caso aislado debemos preocuparnos por todos los pertenecientes a una etnia debería estudiar un poco de biología o sociología para darse cuenta de lo absurdo de esa idea. Y si después de ese estudio su pensamiento no ha cambiado tendría que comenzar a aplicar la misma desconfianza hacia los nacidos en su misma tierra. De hecho, en demasiadas ocasiones la respuesta a la mencionada pregunta aclara que el agresor era más español que el jamón ibérico. Curiosamente, cuando pasa eso nadie lo usa como pretexto para tachar de criminales a todos los españoles.
Habrá quién diga que no es cuestión de racismo, que nuestro país no tiene por qué mantener a extranjeros porque sí. Yo ante esto me pregunto ¿y por qué no? ¿De verdad debemos dejar de lado a aquellos que reclaman ayuda como si de basura se tratase? Es muy fácil mirar hacia otro lado cuando se tienen todas las necesidades cubiertas, aunque de ahí a creer seriamente que una persona abandona su país, su familia, su cultura, y en conjunto, su vida por gusto hay un paso muy largo. Dudo mucho que por ampliar en unos metros la altura de la valla la gente fuera a dejar de saltarla, pues si toman esa decisión es por una situación en sus países de origen más nefasta de lo que podríamos imaginar. Si no hacemos nada para mejorar la situación en su tierra, seguirán viniendo.
Mi visión probablemente sea idealista, para qué negarlo. Pero creo que aún más inocente es pensar que todos nuestros problemas se solucionarán mágicamente odiando a un colectivo concreto. Como sociedad, debemos rechazar las falacias que incentivan a ello. Y debemos hacerlo con la única arma que permite ganar al odio, la racionalidad.
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