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Libros para niños | Por Francisco Montoro Sánchez

Libros para niños | Por Francisco Montoro Sánchez

Cada vez se lee menos, es una realidad. Y cada vez lee menos quien debería leer para formar su cerebro, lo que antiguamente se llamaba formar las entendederas: los niños y los adolescentes. ¿Es responsabilidad de ellos o de los educadores?

Por un lado, los niños comienzan antes a tener contacto con la tecnología: móviles, ordenadores o videojuegos; pantallas y más pantallas, lo cual no sólo les aleja de la sociabilidad y de jugar con los demás, sino de la reflexión y crítica que sólo se adquieren a través de la lectura de libros, a poder ser en papel, los de toda la vida. Carencias que se suelen arrastrar en el futuro y que acaban degradando la calidad de la educación universitaria, con estudiantes que memorizan como papagayos y que no entienden ni papa de lo que estudian. En post de entretenimientos más espectaculares y visuales, la lectura ha sido prácticamente relegada al olvido, rescatada única y exclusivamente por la gente rara o, freaks, como le llaman los jóvenes. O, a veces, ni tan siquiera por los raros. Absolutamente por nadie.

En la rama de los educadores, ¿qué decir? Bien es verdad, que la docencia en el ámbito de la escuela o secundaria es cada vez más compleja, con importantes desafíos en la atención del alumnado. Sin duda. Pero, ¿cómo pretendemos llamar la atención de un chaval de dieciséis años con la lectura del Quijote? Un clásico de notable calidad en la lengua hispana, sin duda; pero que exige madurez y un contacto previo con el mundo literario. No pretendamos iniciar a un adolescente a la lectura con el Buscón de Quevedo, la Regenta o el Conde Lucanor. Ni nada que se le parezca. Lo primero que hará será detestarlo y buscar un resumen en internet. No dispongo de la llama de la verdad, por supuesto, ni pretendo. Quizás, habría que mandar libros que les impactaran, ilusionaran, animaran a descubrir la lectura por el mero placer de entretenerse. Ya habrá tiempo de profundizar en los clásicos.

La palabra fantasía proviene del latín phantasia y ésta del griego, Phantasos, hijo o servidor del sueño y cuyo hermano principal es la imaginación. Imaginación, ¡qué gran palabra! Ella es la encargada de crear nuevas realidades, sí, sólo en nuestra mente pero y ¿qué? La razón proporciona estabilidad y coherencia en nuestra vida; necesarias para nuestra convivencia social, desarrollar un empleo, solventar los problemas que la vida nos presenta. Pero la imaginación, nos permite romper límites, escapar de la negación a través de nuevas salidas disfrutando con que un mundo mejor es posible, en resumen: progreso. Y esto se adquiere desde edades tempranas, casi con toda seguridad, estrictamente de la lectura.

El cuento y los relatos de fantasía proporcionan a los niños y, más tarde, adolescentes, la base para entender el mundo. Las matemáticas y la lógica lo ordenan y la fantasía lo presenta. Detrás de los personajes fantásticos como Caperucita Roja, Pinocho, Blancanieves se esconden grandes metáforas, con las verdades de la evolución del ser humano a lo largo de los siglos, lo que los entendidos acuerdan en llamar la herencia mítica. En nuestra mano está y, sólo en ella, nuestro futuro como especie humana que quiere avanzar. Al final, todo pasa por hermanar leyendas y fantasía con la razón. No hay otra.


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