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Libertad y anacronismo | Por Jhon Sullivan

Libertad y anacronismo | Por Jhon Sullivan

Dos amigos se van de caza. Cuando ven un conejo, ambos disparan. Uno de ellos, incapaz de controlar el retroceso de su escopeta, dispara de forma dispersa mientras el otro deja de disparar. El conejo cae. «Le he dado», celebra el tirador. El otro le dice «Normal, si has disparado hacia todas partes». Esta escena que les cuento no es otra cosa que un chiste de Arévalo de hace más de treinta años. Como ven, es un chiste que se podría contar hoy sin problemas, si no fuera porque el veterano humorista juega con que los cazadores son dos mariquitas. Un detalle, a todas luces, irrelevante para el desarrollo de la chanza.

Francisco Arévalo, Miguel Bosé y otros artistas se quejan de «falta de libertad». El caso del cantante es harina de otro costal por sus condiciones conspiranoicas derivadas de la pandemia. Sin embargo, el humorista se queja de que sus chistes de antaño le costarían la cárcel y habla de uno de los inventos preferidos de algunos sectores ideológicos: la llamada «cultura de la cancelación». No obstante, por más que Pablo Motos diera la razón a Bosé en su programa o algunas personas remen en la misma dirección de conspiranoia distópica, dudo mucho que tal cosa exista. No se cancela a nadie por la dictadura de lo políticamente correcto: esta no es sino el eufemismo para la falta de interés por los chistes, las canciones o los contenidos que cada cual genera.

Precisamente, el programa de Pablo Motos es el mejor exponente de que la cultura de la cancelación no existe. A pesar de que haya preguntas que pudiéramos considerar inapropiadas hacia algunas mujeres que pasaron por el programa, de que haya declaraciones parcializadas desde lo ideológico y otras polémicas ya conocidas, el espacio del comunicador valenciano es líder de audiencia desde hace más de quince años. Extraña distopía de la que escapa un programa de televisión en una cadena generalista y con datos de audiencia que no lo convierten, precisamente, en un espacio clandestino de subversión. Otro ejemplo sería Bertín Osborne: pese a sus disensos con el «régimen», aparece en los medios regularmente (le perdí la pista presentando un programa en Canal Sur); cosa impensable en cualquier país autoritario. En Rusia, el año pasado, detuvieron a una presentadora de informativos que denunciaba la propaganda de su gobierno mientras se emitía su programa, en directo y a los ojos de todo el país. Creo que la diferencia con nuestro país es más que notoria.

Creo que resulta más cómodo para algunos personajes creer que existe una mano negra que opera contra ellos que admitir que su propuesta artística, humorística, musical, etc. se ha quedado anticuada y que la sociedad, al evolucionar, ha dejado atrás una mentalidad que validaba ciertos tópicos, temas y chascarrillos. Dudo que a nadie le moleste un desnudo en una película si la historia que se cuenta lo hace oportuno; en cambio, el público tiene a rechazar una teta gratuita como había en el destape. Hay canciones que han envejecido como el vino mientras a otras el tiempo les ha provocado canas y caspa. El humor también ha evolucionado, con la llegada de la stand up comedy y otro tipo de chistes y gags. Atrás quedaron personajes como el morito Juan o el gitano Juan de Dios, de Cruz y Raya; sin embargo, José Mota (parte del mítico dúo) supo adaptarse a los tiempos y cómicos como Miguel Lago, Goyo Jiménez, Joaquín Reyes o el recientemente fallecido Don Mauro elevaron el nivel de nuestro humor.

No creo que nadie deje de ver Lo que el viento se llevó por haber una criada negra, cuando era lo habitual en la época, ni que nadie deje de escuchar Yo soy aquel, aunque, si «por la noche te persigue», suene un pelín a acoso. Eso sería mirar cosas de hace muchos años y producidas bajo otra mentalidad con los ojos de hoy día. Anacronismo puro y duro. Nadie deja de valorar el arte de Picasso aunque fuera bastante machista ni censurará Gladiator pese a que se vendan esclavos o se insinúe la obsesión incestuosa de Cómodo con su hermana.

Como ven, la supuesta cultura de la cancelación no existe. Simplemente, cada artista puede crear el contenido que desee y el público es libre de consumirlo o no. Dicho de otro modo, Arévalo puede hacer los chistes que quiera sin que nada vaya a pasarle: otra cosa es que al público nos interesen los chistes de gangosos y mariquitas.


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