La posverdad (2) | Por Enrico María Rende
Podría decirse que la posverdad, vista desde una perspectiva antropológica, es como una lente que concentra los haces de luz en un único punto, pues toma los hechos y los datos, independientes entre sí, muchas veces inconexos y que corren por haces de luces paralelas, y los hace confluir en el mismo punto, en un único foco central que, al brillar con mayor intensidad que los haces individuales, le hace creer al incauto que allí se halla la verdad. Peo cuidado, porque no estamos hablando de una verdad científica ni objetiva; el filtro de la posverdad concentra todos los haces en un luminoso punto de central de pura emoción. Y es que es la emotividad, y no la intelectualidad, el sentimentalismo y no la erudición, lo que dictamina en el mundo de la posverdad qué es verdad y qué no lo es. Es necesario el sentido común para separar las churras de las merinas. Y es ese un filtro del que no todos disponen.
Para todo científico es obvio que no hay UNA verdad ni una VERDAD. Y de haberse “mal aprendido” eso presume el habitante de la posverdad. Sin embargo, el científico tiene claro que hay verdades, hechos absolutos, leyes naturales –ya sean de la física, de la química, de la biología o de la astronomía– y que las teorías siempre serán válidas respetando las mismas condiciones de temperatura y presión, etc. Y es esta segunda parte la que se le escapa al habitante de la posverdad. Para el habitante de la posverdad simplemente no hay verdades y todo es susceptible de ser opinable y, más importante aún, todo ha de valorarse con los sentimientos antes que con el intelecto.
Las frases del tipo “Si quieres ver un mundo mejor, cambia la lente a través de la cual lo ves” son un claro ejemplo de esto. Por un lado, instan al incauto habitante del mundo de la posverdad a creer que, efectivamente, el mundo no tiene una entidad física real, objetiva y ajena a nuestros sentimientos y emociones; y, por otro lado, echan más leña al fuego del poder de uno mismo. Y esa es otra característica del habitante de la posverdad: la convicción de que no existe lo imposible, de que todo se puede si se quiere o se desea de verdad. Es ahí donde aparece es foco de luz brillante en centro de la imagen. Y no es de extrañar que el pobre habitante de la posverdad tenga estas convicciones cuando las citas que circulan por todas partes son como esta de la escritora J. K. Rowling, «No necesitamos magia para cambiar el mundo, tenemos todo lo necesario en nuestro interior». Este tipo de mensajes, y el de hacer limonada si la vida te da limones, está creando una cantidad de imbéciles como no se ha visto antes.
Y como para el habitante de la posverdad los datos no cuentan como verdades que definen la realidad, no se enteran de que solo el 0,1% de las personas consiguen llegar a hacer sus sueños realidad y que el 99% de ese 0.1% el éxito no ha derivado exclusivamente de los propios méritos, talento o esfuerzo, sino que se debe a una gran combinación de factores entre los que la suerte, el parentesco y una posición favorable juegan un papel predominante.
Si bien la realidad tiene múltiples facetas y su descripción dependerá del lugar desde el que se la mire, la posibilidad de contemplarla -virtualmente- en su totalidad no es, en absoluto, un imposible, como cree el habitante de la posverdad. La ciencia y la filosofía, de hecho, se le acercan mucho. Ahora bien, la única ciencia que el habitante de la posverdad conoce, ya que rechaza la ciencia, es la del precepto científico más famoso de todos, el de que todo es relativo –pero, una vez más, sin comprender lo que realmente implica tal afirmación. Relativizarlo todo se le da bien, pero, mejor se le da relativizarlo de modo que le favorezca. Muchos se escudan en la idea de que el objetivo con el que se filme la película determina la realidad de las cosas y se enfrascan en sus propias ideas y no quieren que se las discutan. Pero la ciencia nos enseña a ver el rodaje desde fuera. Y a veces no caben los relativismos.
Un buen ejemplo de lo que vengo exponiendo nos lo dieron Ryan Gosling y Russell Crowe en la entrega de los Óscares de 2016, al interpretar un diálogo –divertido e inofensivo– entre un supuesto habitante de la posverdad y una persona racional.
Reproduzco aquí el diálogo:
—Estamos aquí para entregar el premio al mejor guion adaptado —dice Crowe.
—Y sin querer ser demasiado técnico —apunta Gosling—, se refiere al guion que mejor se adaptó a las duras condiciones y obstáculos que se interpusieron en su camino.
—No —responde Crowe, algo extrañado—. Es un guion adaptado de otra fuente, como podría ser una novela, una obra de teatro, un relato breve o un programa de televisión.
—Hum —vacila Gosling, con cierta condescendencia—. No estoy de acuerdo, pero dejémoslo en empate, ¿de acuerdo?
—Pero… —Crowe farfulla completamente atónito.
—¿Qué ocurre? —le responde Gosling.
—Podemos estar de acuerdo en que te equivocas —dice, entonces, Crowe, sin salir de su asombro.
—Bueno, no discutamos, ¡por Dios! —lo recrimina Gosling— A fin de cuentas, tenemos dos estatuillas entre los dos. Esto es algo entre nosotros.
—¿Has ganado una estatuilla? —le pregunta Crowe.
—Bueno, si lo pones así, pues no —responde Gosling—, pero tú has ganado dos así que técnicamente tenemos dos entre los dos, ¿vale? Y ahora, ¿podemos continuar…?
—Yo tengo una —le dice Crowe.
—No, tú tienes dos —le insiste Gosling.
—No, tengo una —repite Crowe, sonriendo humildemente.
—Vale. No estoy de acuerdo, pero dejémoslo en empate, ¿de acuerdo? —contesta Gosling, evidentemente molesto—. ¿Podemos ahora continuar y así permitir que más gente gane estatuillas como nosotros dos?
—Escucha, tío —responde Crowe—. No puedes ir por ahí simplemente diciendo…
—Aquí están los nominados para el mejor guion adaptado —lo interrumpe Gosling, poniéndole un punto y final a la conversación.
Punto y final, no vaya a ser que lo convenza o, peor aún, que le hiera los sentimientos.
Puedes seguir al autor en Twitter: @Rendenrico
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