La Paz en tiempos de tormenta: En busca del entendimiento | Por Lourdes Justo Adán
La paz, un ideal al que todos aspiramos, pero ¿cuántos estarían dispuestos a sacrificarse con el objetivo de alcanzarla?
El Día Escolar de la No Violencia y la Paz se conmemora todos los años. La fecha elegida es el 30 de enero, en memoria del asesinato, en 1948, de Mahatma Gandhi, abogado, político y activista reconocido mundialmente como líder de la resistencia pacífica porque lideró numerosas campañas y protestas comprometido con la no violencia.
Sostenía que «no existe un camino hacia la paz, la paz es el camino». Esta cita nos recuerda que, a través de la violencia, jamás se alcanza la armonía. Esta debe ser una constante en cada obra y decisión que tomemos a lo largo de nuestra vida.
La UNESCO resaltó esta efeméride reconociendo que la educación desempeña el rol crucial de promover la convivencia tranquila; fomentar la comprensión y el entendimiento; reducir los prejuicios; trabajar habilidades de resolución de conflictos y negociación; enseñar en tolerancia y en respeto mutuo, etc.
La Paz no es algo estático. Es un proceso dinámico que, además, no se sustenta automáticamente. En el mundo actual, marcado por la discordia, requiere de una incesante lucha para alcanzarla. No es suficiente con desearla. Implica comprender que nuestros actos producen un impacto, por eso es importante actuar siempre en consonancia con las normas esenciales de una convivencia respetuosa.
Desde que nacemos, nos van transmitiendo unos valores a través de la enseñanza. Los comportamientos deseables, así como los indeseables, son explorados, entre otros medios, por numerosos cuentos tradicionales como, por ejemplo, uno que en mi infancia me impresionó sobremanera: La niña de los fósforos, de Hans Christian Andersen. En él, una pequeña en condiciones precarias, encuentra consuelo en las hermosas visiones que le proporcionan las flamas de sus cerillas. Todo esto ocurre ante la insensibilidad de la gente que deambula a su alrededor. No desvelo el final porque, aunque va dirigido a niñas y niños, es un relato tan desgarrador que a cualquiera se le pondría la piel de gallina viendo el desinterés de la sociedad hacia los más vulnerables… Y, por supuesto, no estoy hablando solo desde el punto de vista económico.
La empatía es el antídoto natural para la indiferencia, esa capacidad de entender los sentimientos del otro, de ponerse en su lugar. Nos impulsa a ayudar, a mejorar las cosas. Desgraciadamente, no todo el mundo la posee. No todos tienen la capacidad de dar calor como las cerillas de la niña. Es un don. Algunos pasan por la vida fríos como aquella terrible noche del cuento. Personas sin escrúpulos, incapaces de mover un dedo por nadie, o al menos, no lo hacen a cambio de nada. Tarde o temprano pasan factura.
Pero, afortunadamente, también existen personas genuinas que actúan de corazón, y eso sí es un reflejo de la paz en su máxima expresión. Y es que, en realidad, el estado que deseamos no es simplemente la ausencia de disputas. Es respirar tolerancia, respeto, justicia, de consideración hacia todos… Empero, también implica la búsqueda de nuestra propia serenidad, cuidar de uno mismo, protegerse, retirarse a tiempo cuando alguien pretende dañarnos por envidia, frustración, deseo de control… Esto es cuidar nuestro bienestar y, al mismo tiempo, aceptar que, desgraciadamente, la gente perjudicial existe y, como consecuencia, resulta indispensable saber distanciarse.
Pero ¿qué pasa con los problemas ubicados más allá de nuestro entorno inmediato? Pueden parecer desconectados de nuestras vidas, sin embargo, lo que sucede en un lugar suele tener repercusión en otro. Por ejemplo, el cambio climático provoca el deshielo en el Ártico, lo que puede acarrear un aumento del nivel del mar en ciudades costeras de todo el mundo. Si se desata una guerra en una nación, sus habitantes se verán obligados a desplazarse a otros países y, muy posiblemente, la economía mundial se resentirá. Por ende, os recuerdo que no vivimos en una burbuja. Si somos parte del problema, también tenemos la capacidad de ser parte de la solución. Así pues, al igual que la niña de los fósforos encontró consuelo en cada cerilla que encendía, empuñemos nosotros un candil de gran potencia para iluminar y dar calor a alguna causa que nos llene, que resuene en nuestros corazones (enfermedades raras, infancia, refugiados, animales…). Apoyemos a las organizaciones solidarias a través de apadrinamientos, voluntariado, donaciones, o difundiendo su mensaje. Realicemos también nuestras pequeñas contribuciones en el día a día, como respetar las diferencias culturales, religiosas y personales; resolver los desencuentros de manera constructiva; educar sobre la necesidad de la cordialidad; practicarla en nuestras propias vidas…
Como podemos observar, el sueño que nos une se traduce en una responsabilidad compartida. Sí, requiere esfuerzo, pero vale la pena. Al igual que la pequeña cerillera, todos disfrutamos cuando en nuestra vida hay algún resplandor. Dado esto, ¿no sería maravilloso compartir esa felicidad? Cada acto de bondad alumbra y calienta más que una hoguera. Me gustaría que nadie mostrara la indiferencia de aquellos que pasaban al lado de la niña sin prestarle atención. En eso también radica la paz: en tu pequeña acción cotidiana.
Para muchos, el anhelo de bienestar coincide con su realidad habitual, pero para otros, lamentablemente, representa un lujo inalcanzable. Un entorno acogedor nos proporciona seguridad. Sin embargo, con frecuencia, esto pasa inadvertido, eclipsado por la ambición cegadora de unos pocos. Es en este punto donde tenemos que asumir nuestra responsabilidad compartida: movilizarnos por aquellos que, como la niña, solo pueden anhelar calidez en su vida desde la fría oscuridad de su realidad. Así que encendamos la bengala de la empatía: la paz brilla con más fuerza cuando una niña o un niño sonríe.
Desde mi perspectiva, el pacifismo trasciende la condición de mero ideal. Representa la posibilidad de vivir con dignidad y respeto, garantizando que nuestro planeta sea un hogar confortable para todos. Avancemos por nuestra senda y, simultáneamente, ayudemos a aquellos que necesiten encontrar la suya. Quiero pensar que juntos forjaremos un lugar más justo. Por tanto, con nuestras antorchas encendidas, recordemos que la paz es el trayecto, no el destino.
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Lourdes Justo Adán.
Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar.
Escritora.
Columnista.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Docente desde hace treinta años.
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