«La magia escondida» | Por Patrizia Gaell
La magia, qué hermoso y misterioso concepto atribuido generalmente al mundo de la fantasía narrativa, al esoterismo o al espectáculo del entretenimiento. Grandes protagonistas de este arte ha conocido la humanidad a lo largo de los siglos: Nostradamus, Los hermanos Grimm o el mismísimo Harry Houdini. Constatada está su grandeza a través de sus escritos, profecías y hazañas logradas. Legado dejado a la posteridad que sigue despertando gran admiración por parte de los que se profesan sus amantes.
Pero existe una magia que apenas se conoce y de la que casi nadie habla, y aquel que tiene la osadía de hacerlo recibe el título de «loco» por parte de quienes no logran comprender su existencia —personas cuya sensibilidad, empatía y espíritu podrían reducirse al tamaño de una lenteja—. En cambio, los que sí logran abrir su mente hacia la belleza oculta de lo rutinario tienen el privilegio de experimentar el poder de la verdadera magia que esconde la vida, una magia reservada solo para los que prestan atención.
Estamos habituados a ir por la vida viendo pero no mirando, oyendo pero no escuchando, percibiendo pero no sintiendo, lo que hace que nos perdamos la posibilidad de descubrir algo que está más allá de lo tangible, de lo palpable, de lo físicamente existente. El sonido de la cuerda de un violín, que con majestuosidad se desprende de la algarabía de la obra reproducida para adentrarse en aquel que sabe escucharla y transportarle a todo un mundo de sensaciones, sentimientos y emociones. Las palabras tintadas sobre papel y convertidas en historia por aquel que, rodeado de montañas infinitas y horizontes lejanos, entre afilados picos de piedra, sobrevivió a la muerte y gracias a la lectura de las cuales uno consigue vivir y sufrir la experiencia que cuentan como si fuera propia. La complicidad escondida en la profundidad de unos ojos desconocidos que te miran durante un instante que parece extenderse en el tiempo y que se graba para siempre en tu memoria —y tal vez en la suya también—. El sonido de una voz que se filtra en tus oídos para adentrarse en lo más profundo de tu alma y llevarte volando hacia un lugar inesperado e indescriptible creado por esa misma voz y el imaginario. El susurro escuchado pero no oído que alivia la pena sufrida en un momento determinado y difícilmente olvidable. La fuerza de un pensamiento que llena de coraje tu corazón y te ayuda a retomar el camino perdido en un momento determinado. Un sueño que sirve de mensajero para aquellos que no nos pueden hablar de otro modo y que, sin embargo, nos dicen todo lo que tienen que decirnos a través de esa… ¿fantasía? Y la magia sigue. Magia siempre escondida. Magia en el hallazgo de un simbólico tesoro, o en el pensamiento cruzado con el de aquella persona con la que necesitas encontrarte y que en ese momento te llama por teléfono. Magia en el amor transferido en un abrazo profundo y sentido. Magia en una sonrisa regalada en un momento oscuro que hace que la vida vuelva a iluminarse. Magia en la brisa cálida de una tarde de otoño. En la profundidad de una conversación llevada a cabo con el alma y no con la razón. En la mirada de un niño. En el beso de un amante. Acciones rutinarias todas ellas, pues no he hablado de otra cosa que no sea la música, la lectura, la amistad, la familia, el amor o la versatilidad de la imaginación. Uno tan solo tiene que estar dispuesto a mirar, sentir y aprender para descubrir un mundo más allá del que tiene ante sus ojos.
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