La gentrificacion | Por Francisco José Chaparro

Los ciudadanos que hemos vivido desde siempre en los barrios históricos o populares de las grandes ciudades de nuestro país, asistimos con horror, a como diariamente las calles y plazas con encanto de nuestros barrios se llenan de turistas, unidos a sus inseparables trolleys, en sus idas y venidas de lo que antes eran pisos de vecinos y ahora se han convertido en apartamentos turísticos.
Esto que hasta hace no demasiado tiempo pudo presentarse como una interesante alternativa al turismo de mayor nivel, que se alojaba en hoteles, ha pasado a convertirse en un gran problema e incluso muchos opinan que es ya casi una lacra, a la que si bien quizás no se la pueda erradicar, si al menos regularla de manera severa, so riesgo, de que todas estas zonas pierdan definitivamente a sus vecinos de toda la vida, que en definitiva han sido y son los que han vertebrado y dado carácter a tal o cual barrio, haciendo de él lo que era antes de la irrupción de este fenómeno.
Este flujo migracional que sustituye residentes habituales por turistas ocasionales, es una manifestación más de algo mucho más diverso y complejo, lo que llamamos “gentrificación”. Conceptualmente, se trata del flujo migracional, por el cual las clases medias vertebradoras de ciertas zonas urbanas, se ven desplazadas por otras de mayor poder adquisitivo, que aprovechando la accesibilidad a la vivienda, la adquieren o transforman, para encarecerla o internacionalizarla, llegando a cambiar la faz de esa zona hasta convertirla en algo muy distinto a lo que era.
Este fenómeno, no sólo se ciñe a los cascos de las ciudades históricas, sino que se da en cualquier zona poblada con buenas conexiones por transporte público e infraestructuras, como ocurre en las coronas metropolitanas de las grandes ciudades, de ahí como decía, que no sólo se ciña a la imagen del turista por las calles históricas del centro, sino que es algo mucho más amplio, donde lo que otrora fuera un barrio obrero con viviendas de escasa calidad y bajo precio, pueden ser adquiridas por fondos de inversión, grandes fortunas, especuladores y demás grandes tenedores, incrementando su precio, repeliendo al vecino tradicional para atraer a otros de mayor poder adquisitivo y en definitiva transformando el original barrio obrero en una nueva zona residencial de más alto perfil.
Ejemplos de diversos tipos encontramos por doquier; así, en el conocido barrio parisino de Belleville, el precio de la vivienda se ha encarecido un 50% en sólo diez años, sus edificios enteros son comprados por grupos de inversión para convertirlos en apartamentos turísticos, la plataforma airbnb acapara casi 20.000 viviendas en la ciudad, que salen de la bolsa de alquiler tradicional para pasar a manos de turistas ocasionales, en la capital mundial del turismo.
Situaciones parecidas se viven en Lisboa, Roma o las grandes ciudades turísticas de España como Madrid, Barcelona, Sevilla, San Sebastián o Salamanca.
Otros ejemplos de otra faz de este fenómeno se da en las coronas metropolitanas de las grandes ciudades, donde por ejemplo pueblos como Tomares o Bormujos del aljarafe Sevillano, han pasado de ser pequeñas localidades dependientes de la agricultura, a convertirse en pequeñas ciudades con muchos miles de ciudadanos, con viviendas caras, altas rentas per cápita y donde se diluye a pasos agigantados su esencia en beneficio de la sobrepoblación.
Estos cambios, la mayoría de las veces se producen amparándose en una legislación que favorece este tipo de operaciones inmobiliarias o cuanto menos, amparándose en la ausencia de normas, que permiten que los movimientos especulativos se produzcan con agilidad.
Las consecuencias de todo ello, lo vemos a diario; flujos migracionales, especulación inmobiliaria, masificación turística, puesta en riesgo del patrimonio histórico artístico, pérdida de valores tradicionales en post de la especulación y en definitiva una transformación de las zonas urbanas sustentadas por el negocio que se esconde tras ella y que cuando aparecen situaciones inesperadas, como pudo ocurrir con la pandemia del coronavirus, hace saltar por los aires el sistema, dejando tras de sí un desierto al que ya no quiere venir nadie y en el que ya no viven los que siempre lo hicieron.
Nuestros países vecinos como Portugal y Francia ya están regulando severamente acerca de este fenómeno, mientras que en España los intentos de hacerlo son aún tímidos y dispersos, como lo es la propia administración pública encargada de afrontar el problema. De la efectiva regulación que de la materia se haga dependerá la supervivencia de zonas inmensas, que afectan a la vida de millones de ciudadanos; sólo se pide altura de miras y no dejarse agasajar por el brillo que la cercanía del negocio especulativo ofrece.
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