« LA COMPLACENCIA » | Por Anate Rivera
Venido el término del latín, “con” “placere”. El resultado de nuestra actuación habría de ser placentera, por tanto; no obstante, algunas personas, de naturaleza complaciente con los demás, practican esa virtud sin medida, convirtiéndolo en algo perjudicial una vez cruzada la frontera saludable del equilibrio. Sobrepasado ese punto, hacemos algo por el otro a costa de nuestro propio beneficio. El malestar al que nos condenamos por causar agrado es el índice métrico del desacierto. Agradar o beneficia puede denotar dos implicaciones diferentes en el presunto complaciente: si se experimenta placer, la actitud que lo inspira se valida como acierto; en cambio, si lo vivido es incomodidad o perjuicio para uno mismo, se ha de interpretar como decisión errónea. Convertir la complacencia en hábito indiscriminado, puede acabar sometiéndonos, poniendo a los demás por delante de nosotros sin sabiduría, desde la ignorancia que nos castra la posibilidad de decir “no” llegado el momento, a sabiendas de estarnos ocasionando un daño con tal de mantener al otro satisfecho. Cuando nos negamos un bien, obteniendo de ello un sufrimiento, nos hallamos en estado de sacrificio (ignorancia), solo si capitalizamos bienestar se tratará de estado de renuncia (sabiduría). Lo saludable es tener claros los límites, no sobrepasarlos a nuestra costa comprometiendo o arriesgando nuestro bienestar. No cruzarlos y permanecer exentos de culpa, pues ésta es una de las apariencias que toma el ego sin más función que torturar al individuo; y que como todo engaño mental cuenta con la habilidad manipuladora, haciéndonos creer que lo hacemos por el otro cuando en realidad lo estamos haciendo por nosotros con torpeza emocional, en busca de recompensa, aprobación o afecto. Otro delator de la acción inadecuada lo es la disonancia cognitiva, al hacer lo contrario de lo apetecido o necesitado, lo cual no moldea un buen trato de sí; y la consecuencia inevitable resulta la indisposición mental que nos arrebata tranquilidad, contento y salud mental somatizada. Todo responde al grado, el punto medio es la virtud, se proverbia. No me cansaré de recurrir a la enseñanza budista del maestro que enseñaba a su discípulo a tocar un instrumento: “Si tensas demasiado la cuerda, se romperá; si la dejas floja, no sonará”.
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