La araña y la red de incógnitas sociales | Por Kaiser Axeman
-La ficha ya está colocada sobre el tablero: ¿Cómo controlar algo que nos controla? Es algo aterrador pensar que no tenemos el control sobre nuestras vidas, pero todavía lo es más admitir que tenemos todo el control sobre nuestras vidas y que somos máquinas perfectas de autoconciencia y de autonomía individual. Este segundo punto, es el error en el que muchos seres humanos caen y es el punto de incisión sobre el que opera la droga más adictiva de nuestro tiempo: las Redes Sociales.
Es por todos sabido las grandes ventajas que ostentamos por tener al alcance de un “clic” el infinito abanico de posibilidades de estar interconectados con millones de seres humanos de todo el planeta Tierra. Instagram, WhatsApp, Facebook, Twitter, YouTube o, más recientemente, Telegram y Tik Tok, son ese tipo de herramientas que le dan a la persona este tipo de posibilidades, haciéndola sentir importante e incluso, omnipresente. Por ejemplo, cada vez es mayor el uso de estas redes sociales en la educación para una mejora de la comunicación entre alumnos de la misma clase y entre alumnos y profesores o también como material de apoyo educativo. También parece que la brecha digital disminuye y la inclusión e integración social parece aumentar gracias a dichas redes y la difusión de contenidos específicos. Todo parecen ventajas, ¿verdad? Sin embargo, las redes sociales son peligrosas armas que pueden asestarte un golpe mortal si dejas que penetren en tu mundo y se adueñen de él.
En la última década, numerosos estudios de muchas universidades de diferentes rincones del mundo, especialmente algunas universidades de Estados Unidos o de Inglaterra, advierten sobre el peligro de estas herramientas virtuales que parecen ser tan ventajosas a priori. Entre dichos estudios, que también se encuentran al alcance del “clic”, se muestra un incremento de la tasa de muertes y suicidios entre jóvenes, adolescentes y adultos por debajo de los 30 años que, por razones de ansiedad, depresión o la exacerbada angustia, generadas todas a causa de las redes sociales, deciden quitarse la vida. Estos trastornos o alteraciones en los estados de ánimo, son generados debido a la aguda adicción que trae consigo la “ventajosa” comunidad social virtual que tanto elogiamos todos día tras día y que se propaga a un ritmo incesante creando enfermos en vida que terminan optando por quitársela.
Este el gran negocio de las redes sociales: terminar enfermando a la gente creando adictos y expandiendo la inclinación por las pantallas en cualquier minuto.
El prototipo de enfermo neurótico suicida que ya no distingue lo real de lo virtual es uno de los productos de nuestra sociedad.
Es la “avatarización” del ser humano. Ya no se reconoce a sí mismo si no es en su virtualidad. La escala de los “me gusta”, el reconocimiento social virtual, la imitación, la falta de privacidad, de intimidad para uno mismo, la inmediatez o la falta de una formación en uso y ética digital, se convierten en factores determinantes que quitan vidas humanas. Todo parece un negocio perverso y maquiavélico: se enferma al ser humano haciéndole un trabajador más de esa misma red social, como la araña que deja a sus víctimas retorcerse de angustia mientras quedan atrapadas en su tejido. En su red.
Ya no se busca tanto la inmediatez para visualizar, compartir o valorar un contenido. Todos estos años de “agricultura tecnológica” han germinado en notables “frutos digitales”: la permanencia digital, es decir, quedarte minutos u horas en dicha plataforma para que ésta rentabilice más sus ganancias mientras el tiempo de tu propia vida sufre una sutil y enorme pérdida. La permanencia digital se apropia de tu tiempo y roba tu vida. Tú eres un servidor más, ofreciendo el servicio de manera muy servicial al “Señor Digital”.
Y, por si fuera poco, existe otra enigmática figura que va cogiendo forma últimamente: la figura de los “bots sociales” o los agentes algorítmicos, que cada vez están más presentes para cortocircuitar todo este catastrófico proceso. No se descarta que incluso algunos de los perfiles falsos que se propagan a través de plataformas como Instagram o Facebook en realidad no resulten tan “falsos”, sino más bien, virtuales. Detrás de ese perfil humano que creemos inauténtico, se oculta una maquinaria de recopilación y manipulación tan auténtica como el daño que se genera a nuestra inestable y frágil sociedad, en cuanto ética digital se refiere.
No cabe duda de que las redes sociales son un gran apoyo en el quehacer diario y están integradas totalmente en las vidas humanas como si de un tercer brazo se tratara, ya que, le sacamos utilidad sobre todo en lo tocante al plano inter-comunicativo e inter-comunitario glocal y global, a pequeña y a gran escala. Pero lamentablemente, nuestra baraja no está compuesta sólo de elementos positivos, como ya he señalado. Lo único que cabe en nuestras manos para mejorar nuestra baraja y evitar futuras acciones desastrosas es incidir en una ética digital más sólida, eficaz y consistente a nivel general para que el ser humano obtenga así un manual propio de actuación mediante el cual guiarse y mantener su equilibrio emocional protegiéndose de la toxicidad de las redes sociales, tenga el armamento individual para detectar a los bots sociales para evitarlos y no se frustre ni decaiga en su plano emocional reduciendo su escala de valor a los “me gusta” virtuales ni sobreponga el protagonismo de su avatar al de su yo real.
El costo de la vida humana no debe depender de ningún “clic”.
Pienso que las diferentes discusiones, los problemas, las adversidades y contratiempos que se crean en lo virtual no han de penetrar en el plano propiamente humano y tenemos que volver a realizar una incisión a modo de división entre ambos mundos: Nuestro mundo real del aquí donde existo y el mundo digital del ahí donde no estoy. No hemos de quedar atrapados como pequeños mosquitos indefensos en la red de la gran araña. Ninguna red virtual merece el sacrificio de nuestro tiempo. Como persona dedicada al ámbito socioeducativo, soy consciente de que es más fácil decirlo que hacerlo, pero entre todos podemos entretejer una nueva red a través de la ética digital para recuperar la ventaja y atrapar a la araña.
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