“Keats: La eternidad de un fugaz poeta” | Por Patrizia Gaell
«Idiotez imperturbable; poesía de origen socialmente inferior; un estilo de ‘don Juan’ al mezclar sentimientos y burlas; un poema no apto para damas…». Así era calificada la obra del poeta inglés John Keats por los eruditos más relevantes de su época, por aquellos que, ávidos de ‘conocimiento’ y ‘sabiduría’, aplicaban esas nobles artes —y la posición que les acompañaba— para realizar compendios burlescos sobre una nueva forma de escribir, entender, sentir e interpretar el arte de la escritura. «Sentido del gusto mezquino», se llegó a reseñar de su obra Lamia, Isabella, La víspera de Santa Inés y otros poemas, considerada hoy como una de las obras poéticas más importantes jamás publicada.
De él llegó a decirse que era un personaje volátil siempre en los extremos y dado a la indolencia y a la lucha, un poeta torpe y simplista carente de talento alguno para las letras. Pero, dentro de ese mundo regido por ‘licenciados y sabios de conocimiento y de toda forma de expresión artística’ autonombrados verdaderas deidades legítimas para bendecir o maldecir la obra de un artista, hubo quienes supieron reconocer al genio que había tras el joven firmante de aquellos ‘trabajos sin valía’. Fueron compañeros de pluma como Percy Bysshe Shelley, Leigh Hunt o John Hamilton Reynolds, sufrientes también ellos en algún momento de ese mismo mal que atizó y que sigue hoy en día atizando al arte y al artista.
Apenas de seis años dispuso el joven genio para crear su gran obra, pues la muerte, disfrazada de incurable enfermedad, ambicionó su talento a la temprana edad de veinticinco años. Maestro de las meditaciones líricas y el verso reflexivo, Keats trascendió con su don las convenciones tradicionales del género poético, albergando una madurez literaria inusitada para tan poco tiempo de oficio. La belleza, la fugacidad y la muerte son estelas que impregnan una obra cargada de sensualidades y efectos conscientes de la temporalidad finita de una vida. Tanta singularidad destilan sus poemas y odas como las misivas dirigidas a sus hermanos, amigos y amada. Convencido de que su paso por este mundo carecería de relevancia tras su muerte, y siendo consciente de que esta acechaba ya tras la puerta, escribió: «No he dejado ninguna obra inmortal detrás de mí, nada que haga que mis amigos se sientan orgullosos de mi memoria, pero he amado el principio de la belleza en todas las cosas, y si hubiera tenido tiempo me habría hecho recordar».
«¿Quién —escribió refiriéndose a él Oscar Wilde—, si no el artista supremo y perfecto, podría haber obtenido de un simple color un motivo tan lleno de maravilla?». También de manera póstuma, la Enciclopedia Británica calificó su Oda a un ruiseñor como una de las obras maestras de la humanidad, válida para todos los tiempos y para todas las épocas. John Keats se convirtió a sí mismo en numen de grandes escritores como Wilfred Owen, T.S. Eliot o William Butler Yeats. Percy Bysshe Shelley escribiría la elegía Adonaïs, una de sus mejores obras, inspirada en el profundo dolor de su sentir tras la pérdida del poeta, afirmando en ella que su temprana muerte era debida a una tragedia no solo personal sino también pública, denunciando de ese modo las terribles, crueles e infames críticas realizadas y publicadas sobre la obra de esta genialidad del romanticismo inglés, a la que el tiempo le arrebató prematuramente la vida para entregarle la eternidad.
Su última petición fue que en su lápida no figurase nombre alguno, ni fecha; tan solo la inscripción: «Aquí yace aquel cuyo nombre fue escrito en agua». La piedra fue erigida por su cuidador Joseph Severn, junto con su íntimo amigo Charles Armitage Brown. Bajo el relieve de una lira con cuerdas rotas, ordenaron escribir: «Esta tumba contiene todo lo que fue mortal de un joven poeta inglés que, en su lecho de muerte, en la amargura de su corazón, ante el poder malicioso de sus enemigos, deseaba que estas palabras fueran grabadas en la piedra de su tumba: ‘aquí yace aquel cuyo nombre fue escrito en agua’. 24 de febrero de 1821».
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Un artículo para reflexionar sobre quien o quienes catalogan que es arte y que no. Hoy en dia, grandes obras no obtienen el reconocimiento que se merecen por no disponer de medios, principalmente económicos, lo que me lleva a pensar, que los tiempos no han avanzado nada. Se aprecia mas la popularidad del momento que la genialidad.