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Intrahistoria en Extremoz | Por Francisco José Chaparro

Intrahistoria en Extremoz | Por Francisco José Chaparro

No creo que haya ningún acontecimiento histórico en este país, que haya dado para más ríos de tinta, que los acontecimientos que se vivieron en los años treinta del pasado siglo en torno a la conocida como Guerra Civil Española. Entiéndase la misma conceptualmente, no sólo como los acontecimientos políticos, sociales y bélicos, durante el tiempo que resonaron las bombas, sino también el periodo previo al estallido militar y la que se ha dado en llamar post guerra.

Precisamente en este periodo de unos años anteriores a los acontecimientos bélicos, ocurre una historia que cien años después de los mismos, fue recientemente rememorada por un grupo de personas que podrían denominarse herederos de los protagonistas de entonces y que constituyen una de esas miles, millones de intrahistorias, que los terribles acontecimientos históricos de aquel momento, dejaron esparcidos por todo el país.

Los hechos históricos discurren entre el mes de febrero de 1.932 y el de agosto de 1.936; en esta primera fecha, la comunidad religiosa y educativa de la Compañía de Jesús con sede en el Colegio San José de Villafranca de los Barros, se Instala en Extremoz (Portugal), en la casa cedida por la familia Reynolds, consecuencia de la disolución de la orden religiosa en España por parte del Gobierno Republicano, lo que obligó a estos Jesuitas a entregar al alcalde de la localidad pacense, las llaves de su magnífico colegio y residencia, a la sazón uno de los mejores del país, con todos sus valiosos bienes, que quedaron incautados hasta nueva orden.

Durante casi un lustro, esta comunidad religiosa perpetuó su labor didáctica, adaptándose a las nuevas circunstancias, en un escenario plagado de dificultades, pero logrando mantener vivo su ingente labor educativa, siempre bajo el halo de la inspiración Ignaciana.

Iniciada la Guerra y con la toma de Villafranca de los Barros por la tropas franquistas, se produce un progresivo retorno de alumnos, medios y miembros de la Orden a la que era su casa, volviendo a retomar lentamente su labor didáctica, primero en un entorno bélico y posteriormente ya de una forma normalizada, adaptándose, una vez más, a las difíciles circunstancias que vivió el país en la post guerra.

Hasta aquí, de forma genérica, la historia acaecida en su momento y de la que quedan numerosos testimonios escritos de la misma, tanto en prensa, como en revistas, diarios y singulares placas conmemorativas, pero lo que de verdad pretendo mostrar a mis lectores, fuera de cualquier consideración o matiz político, es la intrahistoria de estos alumnos, profesores, padres y otras personas, esa vida silenciosa de personas, como la definió Don Miguel de Unamuno, que vivieron en el día a día, la experiencia de tener que dejar su hogar y la labor a la que habían consagrado su vida, para verse obligados a continuarla en el país vecino, perseverando en su empeño de no abandonar a sus alumnos y debiendo sufrir padecimientos de todo tipo para que su labor educativa no decayera.

El grupo de antiguos alumnos y profesores de la AA.AA San José de Villafranca de los Barros, que en marzo de 2.024 tuvimos la oportunidad de visitar la que fuera casa de acogida de esta comunidad en el exilio portugués, tuvimos el privilegio de casi cien años después, visitar la casa, las que fueran las aulas, los dormitorios, el comedor y el entorno en definitiva, de estos antiguos compañeros nuestros de colegio, que durante esos años de exilio hicieron discurrir sus vidas por aquellos lugares. Pasear por lo que antaño fuera el colegio en Extremoz, y que hoy forma parte de una cuartel de caballería del ejército de Portugal, resultó una experiencia intimista que permitió a los que la disfrutamos, conectar con los que también hace un siglo fueron alumnos y hoy caso de vivir, serían como nosotros, antiguos alumnos. No resultaba difícil cerrar los ojos e imaginar a un grupo de jóvenes llenos de vitalidad, correteando por el edificio, celebrando los actos tradicionales del colegio en su patio de corte mozárabe y evocar sus penurias en las clases, dormitorios y demás instalaciones donde los acontecimientos políticos de su país los habían empujado.

Qué decir de los profesores, la comunidad educativa, formada por sacerdotes y hermanos de la Compañía de Jesús, que habían dedicado su vida a la formación de los jóvenes y que hicieron el titánico esfuerzo de mantener viva la llama de la ilusión, para poder seguir enseñando a los alumnos en tan adversas circunstancias.

A lo largo de tan emotivo evento, los asistentes al mismo tuvimos la oportunidad de escuchar, las emocionadas vivencias de alguno de los Jesuitas, que casi un siglo antes escribió en su diario, como fue el día a día de tan penoso traslado, la dificultad de preservar a los alumnos de los terribles acontecimientos que se vivían, la obligación, como no, de tratar de conservar su ingente patrimonio, para que generaciones venideras pudieran disfrutarlo, como lo recibieron ellos, e incluso el dolor de algunos de sus compañeros que sufrían por haber llegado a dar con sus huesos en la cárcel, al albergar dudas por parte de las autoridades, de si ese trasiego de niños por la frontera, respondía más a una cuestión de enseñanza o a un complot para secuestrar menores.

En ese entorno de dificultades, si fácil fue conectar emocionalmente con las vivencias de los que allí fueron alumnos, emotivo y desgarrador fue tratar de ponerse en la piel de estos hombres que se jugaron la vida en aquel nefasto periodo de nuestra Historia, para perpetuar su labor y lograr mantener su actividad sobreponiéndose a las dificultades del momento.

Hoy día, cuando el Colegio San José de Villafranca encauza su camino hacia los casi ciento cincuenta años de vida, afronta las dificultades propias del momento, relacionadas con los planes educativos cambiantes, los problemas financieros de instituciones de su perfil, la dificultad de lidiar con la escasez de alumnos y de jesuitas y muchas otras, que si bien requieren esfuerzo y trabajo por parte de todos sus integrantes, se me antoja un paseo, si las comparamos con lo que debieron vivir aquellos que la vida situó en tan convulso periodo de la Historia de España y cuya intrahistoria, plagada de valentía y amor a la labor que realizaban, permitió dar continuidad a la institución que cercana al siglo y medio de vida, debe a estas personas llegar a celebrar, como lo hará, el logro de tan longeva vida.  


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