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Intersecciones y reflexiones: el Quijote y la Constitución | Por Lourdes Justo Adán

Intersecciones y reflexiones: el Quijote y la Constitución | Por Lourdes Justo Adán

Cuando allá por el año 1979 TVE retransmitió unos dibujos animados basados en la obra cumbre de Miguel de Cervantes titulada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (principios del s. XVII), yo ya estaba familiarizada con la historia, pero aún no la había leído.

Esta serie era una adaptación. En 39 capítulos, resumía los hechos más destacados de las aventuras de Alonso Quijano. Fue así como se hicieron famosos los lances de los molinos de viento, la quema de los libros de caballería, el ataque a los cueros de vino, el encuentro con un rebaño de ovejas, el engaño con Clavileño el Alígero… y mi preferido: El yelmo de Mambrino, una de las pocas peripecias de las que no sale malparado:

Cierto día, Don Quijote ve a un hombre a caballo con algo brillante en la cabeza. Se trata de un barbero que, para protegerse de la lluvia, se había colocado una palangana de azófar (latón), la cual estaba dotada de una muesca, diseñada para ser ajustada en el cuello de la persona afeitada. Pero Don Quijote, bajo el hechizo de su mente soñadora, creyó que aquello era el codiciado yelmo de Mambrino, una especie de casco de oro, una reliquia sagrada que hacía invencible a su portador, pues le brindaba protección y poderes especiales. Su propietario original era un legendario rey moro del mismo nombre. Como es lógico, la posesión de este valioso elemento era el anhelo de todo guerrero que luchase por las causas virtuosas, como nuestro hidalgo. Sin embargo, desde una óptica objetiva, ataviarse con ese elemento tan grande y tan poco caballeresco, le proporcionaba un aspecto dramáticamente cómico. Pero él, indiferente a la mirada ajena, hizo lo posible por afianzárselo.

Quizá, era una forma del autor de mofarse de los caballeros. O de decirnos que el conocimiento a veces nos queda enorme, pero con esfuerzo, nuestra mente se expande hasta acoplarse. Tal vez ironiza con la tendencia humana de ver las cosas no como son, sino como nos gustaría que fuesen. Puede que criticase las supersticiones y la atribución de propiedades divinas a objetos materiales. Acaso nos dice que debemos actuar conforme a nuestros principios, sin importar lo que piensen los demás… O todas estas interpretaciones al mismo tiempo, quién sabe. Cervantes se caracterizó por el uso ingenioso del lenguaje para transmitir reflexiones que iban más allá de lo evidente.

… Pero yo, a esa edad, no analizaba tanto. A mí, sencillamente, me resultaban hilarantes aquellas escenas.

Y así, la novela va narrando el caso de este manchego que, después de leer muchos libros de caballería, pierde la cordura y decide convertirse en un caballero andante y embarcarse en diferentes hazañas acompañado de su destartalado caballo Rocinante y su humilde escudero Sancho Panza a lomos de su burro, el terco Rucio. A lo largo de mil correrías, se enfrentan a la realidad y a la ficción. Y no cuento más.  Hay que leerlo.

En realidad, del mismo modo que Paco Umbral un día dijo «vengo a hablar de mi libro», yo digo que, aunque no lo parezca, vengo a hablar de nuestra Constitución, esa que fue sometida a referéndum el 6 de diciembre de 1978, con el resultado de una aplastante victoria del ‘sí’. Recuerdo aquel día perfectamente, así como la insistencia previa de la televisión para convencernos de que debíamos ir a votar.

… Y os preguntaréis ¿en qué momento convergen el Caballero de la triste figura y la Constitución, la literatura y la ley, la imaginación y la realidad? Voy a explicar mi enfoque.

Nuestro visionario personaje emprende una batida incansable para materializar ideales como la libertad, la igualdad, la justicia y otros valores que hoy son los cimientos que sustentan nuestra democracia y que están recogidos en nuestra Carta Magna. Pero es que, en los tiempos en que situamos a Don Quijote, no existía en España ningún documento similar (recordemos que la primera fue la efímera Constitución de Cádiz de 1812).

En la época del Quijote, nuestro país estaba gobernado por una monarquía absoluta (Los Habsburgo, también llamados Los Austrias). La justicia era administrada a través de una confusa superposición de jurisdicciones (local, civil, militar, así como la costumbre y la Santa Inquisición). A falta de un marco legal claramente definido, uniforme y estable, este momento histórico estaba plagado de arbitrariedades.

Y con este panorama caótico, Don Quijote salió valientemente y con determinación rumbo a la vasta llanura de La Mancha a instaurar la justicia y a corregir los males del mundo que le rodeaba, creyendo firmemente estar destinado a ello.

En consecuencia, podemos decir que él y la Constitución Española comparten un objetivo común: lograr una sociedad mejor. Don Quijote se embarca en numerosas aventuras para alcanzar unos nobles propósitos universales. La Constitución Española se gestó, en general, con la misma intención.

Pero no acaba aquí. Sé que más de uno estará pensando que Don Quijote, después de todo, no estaba en sus cabales. Ya. Con su lupa distorsionada, percibe el mundo como un lugar injusto, lo enjuicia constantemente y desafía las normas establecidas. Por tanto, su locura es de esas que obligan a ejercitar una perspectiva diferente, cuestionar el estado de las cosas, exponer nuevas ideas y promover la innovación… Un motor de cambio imprescindible para mejorar las convenciones existentes.

Como contrapunto, destaca la experiencia de Sancho Panza, cuyo papel tan pragmático y su sentido común, podrían simbolizar condiciones indispensables a la hora de aplicar las leyes. Él observa y desaprueba manifiestamente las acciones de Don Quijote. Esta crítica constructiva es válida también en otras instancias, incluyendo la Constitución. Sigue a su amo, pero también opina, aconseja y se enfrenta a las consecuencias de sus actos. Este rol alude directamente a la participación ciudadana y a la responsabilidad individual en la construcción de un contexto equitativo.

Dicho de otro modo, nuestros protagonistas y la Constitución Española a pesar de estar separados por siglos de historia, simbolizan la búsqueda de una sociedad justa. Nos recuerdan que es importante aspirar a ella aprovechando los medios a nuestro alcance (legislación, reflexión, expresión, participación, defensa, diálogo…) para ponerlas en práctica.

¡Cuántos Quijotes hay luchando contra molinos de viento en una llanura vacía y poco receptiva! Se enfrentan a la burla, al escepticismo o incluso a la hostilidad de aquellos que no les comprenden o, lo que es peor, se resisten a abandonar su zona de confort. Sin embargo, valerosos como son, cabalgan perseverantes, incansables por un camino pedregoso pero esencial en nuestra comunidad, esparciendo semillas de cambio que, con el tiempo, florecerán y transformarán el paisaje árido que les rodea.

Dotados de su exclusiva y poderosa arma, la esperanza, avanzan a través de terrenos difíciles, enfrentando cualquier obstáculo que se interponga, y no se rinden, siguen adelante con una resiliencia inquebrantable. Es la única vía que, aunque difícil, tiene el potencial de llevarnos a un futuro mejor.

También nos enseñan que cada tarea cuenta. Cada acción tiene un impacto, aunque no sea evidente, y nos lleva un paso más cerca de nuestro objetivo. Incluso los errores o fracasos nos ayudan, porque podemos aprender de ellos y usar esa experiencia para crecer y mejorar. Nada es en vano.

……..

Lourdes Justo Adán

Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar

Escritora.

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

Docente desde hace treinta años.


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