Instinto mediocre. Un repaso por los tiempos que corren | Por Sangue Shi
Durante los últimos dos años se ha hecho obvio y se ha destapado algo que, desde hace ya bastante tiempo —quizás demasiado—, llevaba oculto a la vista: que la humanidad está en decadencia, que a nadie le importa nada más que su propia salvación, que lo que manda es el “qué dirán” y que la estupidez es la verdadera enfermedad que hace peligrar a la sociedad. No he podido evitar fijarme en que la hipocresía de las personas va mucho más hallá de lo imaginable y que, por desgracia, parece que incluso este es un comportamiento seminconsciente y automático. Toda esta reflexión me viene a raíz del dichoso Ómicron —que está tan de moda ahora, pero que nadie tiene ni idea en realidad de lo qué es ni de cómo funciona— y de algún otro asunto que comentaré más adelante. No quiero entrar en explicaciones científicas, porque el objetivo de este artículo no es hablar del COVID, aunque como punto de partida sí me parece importante señalar una regla básica —que, por cierto, está más que estudiada y demostrada por la ciencia—: todas las enfermedades infecciosas, sin excepción, son menos virulentas cuanto más contagiosas son, y viceversa. Esto quiere decir, en resumen, que Ómicron no es una variante del COVID tan “peligrosa” como nos han hecho creer —o como han hecho creer a algunos—; no hay más que echar un ojo a las gráficas y a los datos. Ahora bien, yo comprendo que la mayoría de las personas tienen un conocimiento científico del mundo que es prácticamente nulo, y que no tienen por qué saber nada de esto; y en cambio, me sorprende que gran parte de la gente se tome las noticias de Twitter —o incluso de los propios canales de TV y radio— como verdades absolutas y fiables, cuando es fácilmente distinguible que la mitad de lo que dicen los periodistas es mentira.
Recuerdo que un día estaba escuchando la radio (“Cadena SER”, me parece) —un par de días antes de que se detectara Ómicron en España—, cuando de repente los periodistas salieron afirmando que un informante o corresponsal —que, digo yo, estaría en África (o no)— había obtenido datos de que Ómicron era una variante altamente peligrosa —y que poco más o menos se venía el Apocalipsis, otra vez—. Acto seguido —y ojo con esto—, salió un experto de un instituto de investigación científica sobre el COVID diciendo que no, que Ómicron era muy contagioso pero que sus efectos eran leves (y esto en la misma emisora, apenas un minuto o dos después). Como digo, esto fue antes de que Ómicron se detectara en España. ¡Sorpresa!, a nadie le importó nada la opinión de este experto —ni la de ninguno de los cientos de ellos que han estado hablando en los últimos dos meses y pico—, pero por supuesto los periodistas se quedaron con lo primero, con la información completamente falsa que su informante (vete tú a saber quién era) había hecho pública. Después de esto, los periodistas se han dedicado a decir 24/7 que estamos en el Apocalipsis (cuando era obvio que esta ola iba a durar poco más de dos meses; solo había que echar un ojo a las gráficas), porque eso es lo que más audiencia y dinero les da, y lo peor de todo es que la gente les sigue creyendo. A los periodistas les da completamente igual el COVID, lo que quieren es salir en primera plana a toda costa. ¿Qué podemos esperar de unas personas que se dedican a sacar imágenes de cadáveres todos los días en la TV, de unas personas que dicen que “los austriacos nos van a cortar la luz y va a haber un apagón”, de unas personas que se inventan que Ómicron es lo más mortífero?
Me disculpo si hablo con mucha dureza, pero hay que ser muy ignorante o muy ingenuo para creerse todo esto, por no decir cosas peores, y me disculpo de antemano por lo que voy a decir: todas las personas que se han comprado los test de antígenos han sido unos irresponsables y unos hipócritas. Los test de antígenos los tienen que hacer los expertos, los médicos o los enfermeros, que para eso han estudiado. Habéis sido víctimas de un timo y nos habéis destrozado las navidades —y la vida, en general— a todos los demás. No comprendo cómo una persona que no ha estudiado alguna ciencia sanitaria puede ser tan egocéntrico, cómo puede creerse que por sus santas narices se puede hacer el test en su casa —¡y no solo eso, sino que además se creen que pueden hacerlo “bien”!—. Estoy seguro, y creo que no me equivoco si digo que al menos el 50% de las personas que han comprado un test y se lo han hecho, se lo han hecho mal. No basta con meterse el palito por la nariz y rascar, no, hay que metérselo casi hasta la campanilla para coger la mucosa que hay en esa zona; si esto se hace mal, la prueba ya no vale: es un falso negativo o un falso positivo. Y esto sin contar con el peligro de no saber lo que se está haciendo. Por si alguien no lo sabe —que, por lo que veo, debe ser la mayoría— ha habido casos de gente que se ha perforado el hueso y se ha clavado el palito hasta el cerebro. Y me sorprende que no haya ocurrido más a menudo, porque el hueso que separa el cerebro del conducto nasal es muy frágil —sí, tan frágil que puedes romperlo con un palito; por eso los egipcios sacaban por ahí los cerebros—. ¡Ah, y se me olvidaba: resulta que algunos han estado fabricando y vendiendo test fraudulentos que daban los resultado mal!
A parte de esto, todas las personas que se han comprado el test han contribuido a que la gráfica del Ómicron suba casi en vertical; no hay tantos contagios de repente, es que os habéis hecho la prueba todos a la vez; esto indica que Ómicron no es tan contagioso, o al menos quiere decir que toda esta gente ya estaba contagiada desde antes. Si nadie se hubiese hecho la prueba, nadie se habría enterado de nada y nadie se habría alarmado de forma tan desproporcionada; exactamente igual que cuando esta historia comenzó en 2019, pero parece que los humanos no aprenden. ¿No os habéis planteado que a lo mejor es más peligroso hacer cola para comprar el test que ir sin mascarilla por la calle? Si no hubiese ido todo el mundo en masa a hacerse la prueba, habríamos tenido unas navidades normales; pero no ha sido así —por si no os habéis fijado, estas navidades han sido más tristes y patéticas que en 2019 o 2020; de hecho, creo que han sido las navidades más deprimentes de todo el siglo XXI—. Responsabilidades a este respecto no le faltan al gobierno, ya que ellos prefirieron hacer caso a la “opinión pública” en vez de a los expertos —que, por cierto, justo antes de que se pusieran las mascarillas obligatorias otra vez, muchos dijeron que no estaba de acuerdo con esta medida; pero claro, ¿quién escucha a los expertos?—. Tampoco creáis que las farmacéuticas quieren salvar vidas. Son empresas, y como tal lo único que les interesa es ganar dinero. Si no, ¿cómo es que el precio de los test de antígenos ha bajado de repente de 12€ (como estaban en algunos sitios) a 2,94€? Si sacan beneficios con 2,94€, ¿qué necesidad había de cuatriplicar el precio? ¿No se supone que son objetos de primera necesidad sanitaria?
Todo esto me lleva a uno de los temas principales de este artículo: los NPC, aquellos seres “humanos” sin alma que vagan como autómatas por este mundo, haciendo y opinando solo lo que les meten en la cabeza. ¿Eres tú un NPC? No voy a contar cómo surgió esta teoría ni voy a decir si estoy de acuerdo o no con la gente que la ha utilizado, pero sí voy a afirmar que esta teoría se relaciona en cierto modo con otros conceptos más interesantes, ya que solo le pone un nuevo nombre a algo que otros bautizaron anteriormente de otras formas. Un NPC es, como he bosquejado, una persona que sigue las tendencias sin más, una persona que sigue una doctrina sin cuestionarse, alguien que sigue “la corriente”, una persona “vanilla”, que cree estar al tanto de todo pero en realidad no lo está, una persona que se cree “crítica” solo porque puede dar su opinión, una persona que se cree que tiene ética y moral pero en realidad no sabe ni lo que son, personas que se creen que son muy “progres” pero son del montón. Pensad en el “apagón”, pensad en el COVID, pensad en los partidos políticos, pensad en “lo que hay, porque las cosas son así”. Llamadlos NPC para estar al día, llamadlos modernos, llamadlos esclavos, llamadlos mediocres, llamadlos borregos, llamadlos No-Dasein; todos son sinónimos de lo mismo: egoístas enmascarados que actúan por ignorancia, envidia y “él qué dirán”. A estos, a todos estos, yo no los consideraría ni “seres humanos”, porque para llamarte “persona” lo primero que debes hacer es ser consciente de tu propio “ser consciente” —y por lo que se ve, no mucha gente es consciente de nada en realidad.
Según lo veo yo, gran parte de quienes llevan desde 2019 hablando del COVID 24/7 pero sin saber nada a ciencia cierta, quienes se creyeron inmediatamente lo del “apagón”, quienes se creen todo lo que dicen en las noticias o en las redes, quienes fueron en masa comprarse el test de antígenos, quienes dicen constantemente “ponte la mascarilla, que la cosa está muy mal” o “no te voy a abrazar, porque la cosa está muy mal”, quienes dicen “lo que se dice” sin argumentos o sin informarse primero, todos esos son NPC o se están comportando como tal. Todos hemos actuado alguna vez buscando aceptación social —eso es “el qué dirán”—, y en estas situaciones no ha sido diferente. Queda feo que tú no lo hagas, si toda la gente a tu alrededor está diciendo “¡qué peligroso es el Ómicron, me voy a hacer siete pruebas de antígenos!” —¡No sea que me miren mal! ¡No sea que me traten como un apestado porque no me he hecho el test! ¡Si no me pongo la mascarilla me van a repudiar! —esto es lo que ocurre, fijaos bien, y se retroalimenta gracias a nuestros amigos los periodistas, que al parecer son expertos en todo y han estudiado todas las carreras (pero claro, luego escriben artículos diciendo cosas como que “los plesiosaurios del jurásico eran peces” —literal, no me lo estoy inventando).
Si dices cosas como “esto está bien y esto está mal”, “Ómicron es muy peligroso”, “la cosa está muy mal”, “cuidado con el apagón”, “los ricos dan asco, odio el dinero”, es probable que el instinto de hipocresía y envidia esté hablando por ti —podemos llamarlo Instinto Mediocre—, puede que solo estés buscando encajar en el grupo, puede que solo estés “siguiendo la corriente”. Aquellos que dicen que “nos van a meter un chip con la vacuna”, que “la nieve es de plástico” o que “los inmigrantes nos quitan el trabajo” son igual de mediocres que los demás que ya he mencionado hasta ahora. Si votas a cierto partido político, ¿lo haces porque realmente te gusta su programa o lo haces porque tu familia o amigos lo hacen? ¿O es que esperas pertenecer a ese colectivo? ¿Para qué vas a votar a un partido político que favorece a un modelo de sociedad que no es coherente con la naturaleza humana? —“Es que todos tenemos los mismos derechos por naturaleza” —falso—. “Es que el comunismo y el socialismo son sinónimos de igualdad” —falso—. “Es que el capitalismo es la única salida para que el mercado funcione” —falso—. ¿Acaso si tú fueses rico no serías igual de rancio que los ricos que hay actualmente? ¿Acaso no envidias a los que viven mejor que tú, a los que tienen más comodidades? ¿Acaso no estarías de acuerdo con una sociedad donde las “tendencias” no gobernasen tu vida? —si dices que no, puede que sea síntoma de infección por el Moderno-Virus: deberías ir a comprarte un test o dos—. Quizás suene violento, pero ¿acaso pensáis que un asesino tiene los mismos derechos que cualquier otra persona? Yo pienso que no, sé que no, y sin embargo no existen sanciones compensatorias lo suficientemente duras en la legislación de “los países civilizados y modernos”. ¿Entonces por qué nos declaramos humanistas, si los derechos humanos están mal redactados? —queda bien decir “defiendo los derechos humanos”, y luego ir y votar a un partido que no los defiende por encima de todo.
Todo esto me lleva, como no, a la otra cuestión que quería tratar en el artículo: la cancelación. Este fenómeno forma parte de lo mismo, es síntoma del Instinto Mediocre. Cancelar a la gente está de moda, igual que muchas otras cosas, y lo gracioso es que muchas de las personas que se dedican a cancelar a otros acaban siendo cancelados también —aunque de forma menos frecuente de lo que deberían, por desgracia—. Ya que la sociedad en la que vivimos está podrida, entonces la gente se toma la “justicia” por su mano —aunque llamarlo “justicia” me suena demasiado generoso—. Muchas de las personas que cancelan —por no decir todas— buscan aceptación social, encajar “donde hay que encajar” y compensar su autoestima desinflada. Ya no puedes dar tu opinión en ninguna parte, porque la gente se ofende por todo, parece esto un campo de minas. Pensaba que estábamos en el siglo XXI y que existía algo llamado “libertad de expresión”, pero claro, también hay muchas personas que por humillar, cancelar o hundir a alguien se creen que están siendo “críticos”, porque pueden opinar —¿tener permiso para criticar implica que somos libres y que tenemos pensamiento individual? ¿”P” implica “Q”? Esperad, creo que me he dejado algo por el camino…—. Todo esto es por “el qué dirán”, porque la gente tiene que humillar a otros para sentirse mejor, porque —seamos sinceros— la vida que vivimos hoy en día es complicada. Aun así, me sorprende la delicadeza que tienen algunos, parece que vas caminando por un bosque de espinos —esto es peor que la sociedad puritana del siglo XIX; al menos, en aquella época, te censuraban a tus espaldas y no en tu propia cara, porque había algo que se llamaba “respeto” —. Estoy convencido de que tanto el Instinto Mediocre como el Instinto de Cancelación son subproductos de lo decadente que está todo. También estoy convencido de que los humanos están evolucionando hacia una nueva especie en la que el cerebro permanece como un órgano vestigial, encargado únicamente de las funciones más básicas (usar el móvil, cancelar y decir cosas intrascendentes). Es el precio de vivir en una “sociedad civilizada y moderna”. Si aún no os he convencido, solo tenéis que fijaros en la censura que muchos artistas sufren. Antes el arte se consideraba algo transgresor y crítico, una manera de expresar sentimientos crudos y profundos, y ahora ni los artistas pueden abrir la boca. Entonces, ¿quiénes van a ser los portavoces de la verdad que no se cuenta? ¿Los periodistas? Mal vamos.
Por supuesto, toda esta pantomima parece ser más importante, por ejemplo, que las cosas de esta lista que voy a enumerar a continuación:
En primer lugar: nos encontramos en la Sexta Extinción masiva (causada por los humanos, indiscutiblemente), y aproximadamente el 12-13% de las especies conocidas se han extinguido desde el año 1500. Por si tenéis curiosidad, podéis utilizar esta fórmula que he obtenido con una calculadora en aproximadamente dos minutos: Y=X(0,024904145), donde “Y” es el porcentaje y “X” son los años. Según esto, de forma bastante imprecisa (no creo que haga falta que lo diga) y si la tendencia fuese lineal, dentro de unos 4000 años absolutamente todas las especies del planeta estarían extinguidas. Esto parece mucho tiempo, pero a escala geológica no es nada. Recordemos que la vida en el planeta apareció hace unos 3770 millones de años. Con esto lo que quiero mostrar es lo fácil que es ser conscientes de las cosas, aunque sea grosso modo, y que si no lo hacemos es porque sencillamente no nos da la gana o nos interesa más mirar para otro lado.
En segundo lugar: estamos a punto de entrar en guerra con Rusia y se va a liar una de tres pares de narices, ya lo veréis. Por si no os habéis enterado, la OTAN ya está mandando tropas para allá, y todo porque a Joe Biden le ha dado la gana. —Como siempre, los yanquis metiéndose donde no les llaman—. Se supone que la guerra es entre Rusia y Ucrania, pero en las noticias yo solo escucho “Biden por aquí, Biden por allá”, como si su opinión fuese más relevante que la de los propios ucranianos, que son los que realmente lo están pasando mal. Si no fuera por culpa de los americanos, la OTAN no habría mandado tropas, sencillamente. Ahora el marrón nos lo comeremos nosotros, por supuesto, y si la cosa se pone fea los tiros no se van a dar en Estados Unidos, sino en Europa. ¿Cómo puede la gente hacer tanto caso a EEUU, en esta ocasión a Biden; un tipo que está deseando lanzar, en palabras suyas, “la mayor ofensiva después de la Segunda Guerra Mundial”; un tipo que se dedica a llamar “hijo de puta” a los entrevistadores sin ningún disimulo?
En tercer lugar: desde que comenzó la pandemia, ha habido más muertes de personas de 0-50 años por suicidio que por el COVID, pero claro, esto a nadie le importa. Por supuesto, los periodistas —estos grandes amigos del respeto y de la cordura—, después de ocasionar todo el daño que han ocasionado, ahora empiezan a publicar titulares del tipo “Se extiende la coronafobia: Trabajo en casa y evito salir para no infectarme” (artículo que podéis leer en el periódico El País), como si fuese una sorpresa para ellos, como si ellos no fuesen precisamente los responsables de que las vidas de tanta gente se hayan destruido.
En cuatro lugar: la OMS está diciendo que el nivel adecuado de contaminación atmosférica debería bajar a 10 µ/m3, y en España superamos los 40 µ/m3 en más de una ocasión. Supongo que morir asfixiados, con cáncer y enfermedades respiratorias no es importante.
En quinto lugar: los jóvenes no encuentran ni trabajo ni casa, y no porque no quieran.
Y un largo etc. —¿A vosotros qué os parece? ¿Preferís vivir con miedo toda la vida, creyendo todo lo que os dicen, o que estalle la Tercera Guerra Mundial y el planeta entero termine de destruirse? Pensándolo bien y visto lo visto, yo preferiría lo segundo. Parece que si no es a base de catástrofes, la gente no cambia su actitud (y algunos seguirán haciendo lo mismo de siempre, aunque se cojan el COVID cincuenta veces —y estos serán los primeros que irán luego a comprarse el test).
No me voy a alargar más, porque no creo que sea necesario, pero sí me gustaría recalcar que el Mediocre-Virus —fabricado por el gobierno, por los periodistas y por las marcas comerciales, principalmente— es mucho más peligroso que el COVID o que cualquier otra enfermedad. Si nos lavan la cabeza es porque nos dejamos, porque es mucho más fácil decir y hacer lo mismo que todos, porque si eres diferente te señalan. El gobierno ha puesto las mascarillas obligatorias otra vez, porque los periodistas han hecho que cunda el pánico; y estos han hecho que cunda el pánico porque la gente les ha creído y ha cundido el pánico; y estos han enloquecido porque son mediocres y tienen que seguir lo que sigue todo el mundo, porque es lo que dicen los periodistas —que, al parecer, son sabios y profetas—; y los periodistas han dicho lo que han dicho porque… —¿por qué?—. En fin, espero que a partir de ahora seáis más introspectivos y empecéis a preguntaros los motivos de lo que creéis o decís, o incluso que os preguntéis por qué os preguntáis lo que os preguntáis, porque a lo mejor yo también soy un NPC y todo esto que os estoy diciendo no es más que otro lavado de cerebro —o puede que no.