«Exceso de tráfico» | Por Jaime Jimeno
Es un hecho cierto que cada verano nos encontremos con una repetición de sucesos e historias que se han convertido ya en clásicos de la época. La subida del combustible coincidiendo con los cambios de quincena, las olas de calor desmesuradas, la canción del verano –o al menos lo que los medios masivos se empeñan en tildar de canción- , y los atascos en las llamadas operación salida y retorno. Este último asunto suele ser de los que más desesperan a los ciudadanos, lo cual parece tener su lógica cuando uno trata de empatizar con ese conductor parado en el carril derecho de la A3, con las ventanillas bajadas para tratar de economizar el gasto de gasoil del coche, ya que llenar el depósito lo ha dejado sin poder disfrutar de esa paella que cada año saboreaba en un chiringuito con la carta traducida a varios idiomas en su destino costero, y que, para colmo, tiene que aguantar la programación radiofónica que sintoniza su coche.
Pero el tráfico en las entradas y salidas de nuestras ciudades no es el único que se ha descontrolado en estas fechas. Según un informe de Nature Astronomy, el riesgo de que los restos de cohetes que lanzamos al espacio acaben impactando contra una persona se estima ya en un nada desdeñable 10%. Que nos toque un boleto de lotería tiene unas probabilidades mucho más raquíticas. La órbita de nuestro planeta se ha convertido en una especie de M30 en la que conviven satélites y restos de aluminio, titanio, plata o magnesio, y por la que, cada vez más habitualmente, cruza algún cohete en cumplimiento de una nueva misión. De esta manera, cuando los fragmentos a la deriva comienzan a caer, y nuestra atmósfera es incapaz de desintegrar los más grandes, se produce una lluvia de chatarra especialmente cara. De hecho, el coste de un billete para uno de esos cohetes que admiten turistas espaciales se estimaba que estaría entre los 450.000 y los 600.000 dólares, unas cifras que pueden hacerlos parecer un capricho excesivamente caro si tenemos en cuenta que el viaje puede durar en torno a unos sesenta minutos. Aún a riesgo de parecer demagógico, se me viene a la cabeza que con esas cifras, podrían suministrarse más de 100.000 kilos de arroz en aquellas regiones en las que tienen la suerte de comer una vez a la semana, si es que la diosa fortuna así lo provee.
En cualquier caso, y para no desviarnos del tema, me parece que va siendo hora de mirar al cielo. Quién sabe si al hacerlo veremos estrellas fugaces, objetos voladores no identificados, señales divinas o el pedazo de metal que nos aplastará irremediablemente contra el suelo.
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