Escribimos sobre el dolor para poder sanarlo | Por Nuria Fernández Bermejo
A lo largo de varios años compartiendo con el mundo mi trabajo literario, muchas veces me han preguntado por qué escribo tanto sobre la tristeza y el dolor. Es curioso, porque quienes formulan esa pregunta suelen sentirse abrumados, incluso asustados, ante la expresión de algo tan humano como respirar. El dolor forma parte de toda experiencia de vida, es inherente a ella. No me malinterpreten, eso no significa que nuestra existencia vaya a estar plagada de penalidades ni que debamos recrearnos en las desgracias que nos ocurren. Sencillamente, el dolor, así como el placer, es algo inevitable, algo que todos los que tenemos la fortuna de estar vivos experimentaremos algún día, varias veces, de manera intercalada e infinita, hasta que llegue el momento de decir adiós a toda sensación.
Mucha gente me ha preguntado por qué escribo tanto sobre el dolor, como si fuera difícil de entender que alguien escriba sobre algo que une a todos los seres humanos, como si escribir sobre el dolor fuera equivalente a causarlo. ¿Por qué escribir sobre algo tan horrible? ¿Por qué dar cabida en la literatura, incluso en la poesía, a algo que nos destruye? Si tuviera que contestar a esa pregunta, podría dar varias razones.
Escribo sobre el dolor porque con ello hago que muchísimas personas se sientan abrazadas y comprendidas. El famoso fenómeno de querer escuchar música triste cuando tienes los ánimos por los suelos. El dolor tiene un poder inmenso para conectar a las personas. Imaginemos que estás pasando un duelo por la muerte de un ser querido. ¿Qué te haría sentir mejor: hablar del tema con alguien que nunca ha pasado por eso y que no puede entenderte o hacerlo con alguien que está en tu misma situación? Cuando alguien tiene el corazón roto, lo último que quiere es sentirse solo. Los poemas tristes abrazan, acompañan y ayudan a exteriorizar el dolor. A veces tenemos que nadar un rato en las profundidades del abismo, darnos cuenta de que hay más personas que sufren, que nuestro dolor es legítimo y válido. Quizás solo así, más adelante estemos listos para emerger de nuevo a la superficie.
Escribo sobre el dolor porque forma parte de la vida. ¿Qué tiene el dolor, que es tan polémico? A nadie se le ocurriría preguntar por qué escribimos tanto sobre el amor. Parece evidente, ¿no? El amor es algo sumamente hermoso, agradable, intenso, algo que nos da fuerzas para vivir y seguir adelante. ¿Qué poeta no querría escribir sobre él? Es cierto, el amor es un tema que nos embriaga, que nos inspira y nos mueve. Ahora bien, ¿acaso el dolor no puede ser igual de intenso? ¿Acaso no podemos pasar años con una herida muda, latente, siempre dentro de nosotros? Voy a plantear una situación hipotética, una situación que sé que puede ser real fácilmente. ¿Qué pasa si una persona está inundada por el dolor? ¿Qué pasa si ese dolor inmenso coincide con la falta de amor? ¿Qué querrá leer esa persona: sobre el dolor que siente o sobre el amor que le falta? Quizás no haya nada más lacerante que llenarse de estímulos de aquello que sabemos que no podemos tener, al menos, en ese momento de nuestra vida.
Escribo sobre el dolor porque me alivia. Esta es la razón más importante, sin lugar a duda. Escribir sobre el dolor expresa lo que se calla, exterioriza lo que se guarda, nombra lo que era caos, pensamientos inconexos, una oscuridad llena de nada. Escribir sobre el dolor ayuda a entender, a sentir lo que a veces bloqueamos. Es ese grito desgarrador que, aunque no anestesia, sí alivia, libera, parte de ese dolor. Es arrancarse esa flecha clavada, a sabiendas de que dejarla ahí es más pacífico y silencioso, pero también peor para ti. Escribimos sobre el dolor porque nos ayuda a preservar la cordura.
Escribimos sobre el dolor para poder sanarlo.
Puedes seguir a la autora del artículo a través de su perfil de Instagram: @luneverset
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