Érase una vez la escritura… | Por Lourdes Justo Adán
La escritura es un sistema de representación gráfica desarrollada por el hombre. Su invención se considera como el inicio formal de la Historia dado que, antes de ella, era imposible dejar registro escrito de los acontecimientos.
Desde una perspectiva funcional, la escritura posibilitó la comunicación entre personas a través del intercambio de mensajes escritos, acumular saberes, conservarlos y legarlos a las generaciones posteriores. Pero, además, propició algo extraordinario: el surgimiento de la literatura, una forma artística que satisface una de las necesidades culturales básicas del ser humano.
Quizá esta función estética sea la más compleja, pues se centra tanto en el mensaje a transmitir como en la forma en que se hace. Dicho de otro modo, pretende embellecer el mensaje con el fin de hacer más potente y rica la comunicación. Por tanto, no es una labor meramente ornamental. Su importancia radica en que permite al emisor fijar en el mensaje nuevos y más profundos planos de significado.
Pero ¿por qué escribir?, ¿para qué? Yo escribo por necesidad. Me urge extraer esos personajes escondidos –reales o imaginarios– en algún recoveco de mi mente y contar sus historias. Cualquier evento puede ser el chispazo que los despierte. Seguramente, hasta a los autores más expertos les ocurre lo mismo, es decir, lo hacen porque tienen algo que contar, para crear mundos diferentes o bien, evidenciar las miserias de este. Expresan lo que sienten, sus tormentos o sus alegrías. Escriben para no olvidar, reivindicar algo, desahogarse, dejar testimonio de un suceso, por diversión… En fin, los motivos son muy heterogéneos y todos son válidos.
La escritura puede convertirse en un medio de curación. Alivia enormemente tener la capacidad de expulsar emociones y sentimientos incómodos causados por alguna vivencia dolorosa. Siendo así, puede afirmarse que ayuda a sanar heridas internas, a fortalecerse, a enriquecer las estrategias destinadas a afrontar las dificultades… En resumen, contribuye a mejorar nuestro estado emocional.
Independientemente de razones o beneficios, la escritura conlleva una entrega agotadora. Es imprescindible ser perseverante y bastante disciplinado si pretendemos alcanzar el objetivo de escribir. Se debe encontrar el momento adecuado, sentirse cómodo y, entonces sí, focalizarse en esa idea instigadora, ya sea un relato, un pensamiento, una inquietud…
Sin embargo, puede ocurrir que la inspiración no llegue, o no entiendas ni conectes con esos seres que luchan por salir, con lo cual, el esfuerzo realizado no es suficiente para generar el primer borrador: desarrollas el llamado síndrome de la página en blanco, esa ineficacia en el momento de enfrentarse a la producción de un escrito, con toda la carga de frustración que ello provoca, que además, retroalimenta al propio bloqueo.
Todos, alguna vez, hemos experimentado esta leucoselofobia al inicio de un proyecto creativo. Nos guiamos por el lógico deseo de escribir algo bien desarrollado, por ese afán de perfeccionismo que nos exige colocar el listón demasiado alto. La cruel autocensura que siempre nos acecha es, sin duda, nuestra gran enemiga.
Yo también la sufro de vez en cuando pero no tanto por falta de inspiración. Para mí, lo complicado es decidir cuál es la manera más adecuada de enfocar el boceto, cómo conseguir que mi mensaje llegue y deje huella… Luego, escribo apasionadamente, no me detengo. Mirando de frente a los personajes, redacto todo aquello que me sugieren hasta agotarlos y acallar sus voces. De pronto oigo el silencio: he llegado al final de la historia. Recupero la serenidad. Misión cumplida.
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Lourdes Justo Adán
Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar
Escritora.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Docente desde hace casi treinta años.
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Yo observo bien razonado este ensayo sobre el acto de la creación escrita y todo el proceso que lleva consigo la ardua labor que es expresarse por escrito y tratar de comunicar lo que uno siente, sabe, experimenta o ha vivido o conocido, o bien reflexiona o medita acerca de la vida, de las situaciones, etc. Partiendo de los orígenes de la escritura, que son el inicio de la Historia, y centrándose ya en el nacer de la literatura, que es el arte que mediante las palabras expresa belleza y emociones y sabiduría, Lourdes Justo Adán realiza un análisis, yo diría, que bastante completo, acerca de todo lo que es el complejo mundo del ejercicio literario: el mensaje que se transmite, la forma o el procedimiento de comunicar ese mensaje a través de los distintos géneros literarios: si quieres expresar un sentimiento o estado de ánimo, mejor la poesía, si quieres dar vida a unos personajes y una historia, lo suyo es una novela, si pretendes expresar tus opiniones y reflexionar sobre cualquier tema o teorizar sobre algo, pues tenemos el ensayo, o también el artículo, dos géneros similares que a veces se confunden. Pero de toda la teoría de la escritura como arte, sobre lo que cabría extenderse mucho, está el principal escollo o problema de todo autor: el bloqueo o síndrome de la página en blanco, a lo que se le llama leucoselofobia, término que yo ignoraba. Yo a esto lo he llamado siempre inseguridad, no sentirte seguro de lo que vas a escribir y tener inquietud de no hacerlo como aspiras o deseas, lo que supone malestar e incluso tensión o miedo: antes de enfrentarte al folio en blanco la verdad es que todos los literatos lo pasamos mal, no es un momento o circunstancia agradable. Escribir, como señala Lourdes Justo Adán, agota y cansa y a veces trastorna y puede afectar a la salud. Y para terminar, Lourdes se refiere a que la escritura puede ser un medio terapéutico. En efecto, para mí lo fue y lo ha sido toda mi vida, siempre me he desahogado, me he realizado como persona, me ha dado infinidad de satisfacciones, me ha hecho vivir con ilusión, me ha enriquecido mi espíritu, me ha aliviado, me ha dado la alegría de poder comunicar y aportar todo lo que puedo dar de sí como artista a los demás, y lo que para mí es lo más importante que me ha regalado la literatura en mi vida: superar y vencer gracias a este universo apasionante, el fantasma y la amenaza de una muy grave enfermedad nerviosa. Una curación o terapia de la más grande que pueda existir.