El “Titán”, el “Titanic” y el doble rasero a la hora de medir el valor de la vida humana | Por Francisco José Chaparro

Todo el mundo conoce la famosa película del director James Cameron, que en 1.997 rompió la taquilla mundial alzándose con todos los premios cinematográficos posibles. “Titanic”, una historia de amor protagonizada por los actores Leonardo DiCaprio y Kate Winsley, que se enmarca en la dificultad del romance por la diferencia de clase social entre los amantes y su frustrado final por la tragedia naval que supuso el hundimiento del buque más famoso de la historia.
Esta diferencia entre las personas, que no responde a una diferencia real entre seres humanos, sino establecida socialmente, ha vuelto a tener protagonismo recientemente, de nuevo en torno a los restos del mítico barco hundido en las profundidades del Océano Atlántico.
En junio de 2.023, cinco personas adineradas, por motivos más relacionados con la vanidad y el egocentrismo, que con la necesidad o la investigación científica, pagaron cada uno de ellos casi un cuarto de millón de euros y renunciaron a cualquier indemnización por escrito en caso de muerte, por acceder a los restos del viejo buque de 1.912, a bordo de un pequeño submarino llamado “Titán”, que los llevaría a contemplar las gloriosas ruinas del trasatlántico.
Lo ocurrido fue noticia en todo el mundo, una presión insoportable a 3.800 metros de profundidad, casi cuatrocientas veces mayor que en la superficie, durante un trayecto de ocho horas, junto con impredecibles corrientes marinas, una oscuridad insondable y causas técnicas o humanas que nunca se conocerán, provocaron la implosión del submarino y el fallecimiento de sus ocupantes.
Durante los escasos días en que técnicamente cabía la posibilidad de que sus tripulantes se mantuviesen con vida, se desplegó un impresionante dispositivo de búsqueda y rescate que englobó medios de agencias norteamericanas y canadienses, junto con guardacostas y efectivos militares de las armadas de Estados Unidos, Canadá y Francia. Una puesta en escena de recursos con un coste incalculable, que durante cuatro jornadas durante el día y la noche, no escatimó esfuerzo alguno por encontrar el minúsculo submarino en una zona similar a la extensión de la Comunidad Valenciana y con cuatro kilómetros de profundidad. Si bien nada se pudo hacer por la vida de las personas del submarino, los restos del mismo fueron hallados dando cierto sentido a tan magna operación de rescate. Todo ello por cinco personas, cinco.
Casi a la par que esto ocurría en el Atlántico, en el turístico y archinavegado Mar Mediterráneo, un desvencijado pesquero con unos 700 migrantes de origen pakistaní, sirios y egipcios, naufragaba cerca de las costas griegas, entre reproches de varios estados por su dudosa o negligente actuación en el rescate y la necesidad de intervención, con sus limitados medios, de distintas ONGs, en su afán por salvar la vida de estas personas.
Ni el coste, ni los medios utilizados, ni la implicación y coordinación de agencias y estados, para rescatar a setecientas personas que se jugaban la vida por necesidad, se acerca, ni por asomo, a lo desplegado para rescatar a cinco millonarios que se la jugaban por turismo en las cercanías del “Titanic”.
Una vez más, como le ocurrió a los personajes de DiCaprio y Winsley, las diferencias que los seres humanos establecemos para catalogarnos a nosotros mismos, hace que nos tratemos de forma diferente, pues cabe preguntarse ¿Cómo hubiera resultado el rescate del pesquero en el Mediterráneo de haber hecho uso de al menos los mismos medios de que se hicieron en el Atlántico para buscar al “Titan”?, ¿en cuántas vidas más, se hubiera traducido el censo de rescatados de haber hecho uso de recursos proporcionales para setecientos migrantes, como para los que se utilizaron para cinco millonarios?
Parecen preguntas sencillas de fácil respuesta, pero que deben llevarnos a una profunda reflexión sobre el papel, el valor y la importancia que se da a la vida humana dependiendo del color de la piel, el estrato social, el país de origen o el status económico, en los que las personas hemos encasillado a nuestra raza para en definitiva establecer instrumentos de poder y control de unos sobre otros.
Son muchas las voces, los movimientos, las religiones y las organizaciones de todo tipo, que históricamente abogan por la igualdad de derechos entre los seres humanos, pero la realidad es que se está muy lejos de lograr dicha igualdad y que se sigue midiendo con distinto rasero la vida de unos y de otros como los recientes naufragios se han encargado de mostrarnos.
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