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“El sentido de la vida VS. El sentido de vivir” | Por Patrizia Gaell

“El sentido de la vida VS. El sentido de vivir” | Por Patrizia Gaell

Es este un título que engloba tantos conceptos e interpretaciones como colores forman un repentino y primaveral arcoíris entre la fina lluvia que cae y los tenues rayos de sol que la atraviesan. Un tema cargado de mucha tela que cortar­ para llegar a la confección de un patrón final que, tal vez no tenga forma ni posibilidad de costura. Pero como nos gusta experimentar con retales, tijeras, tizas y cintas métricas, mientras sobre un papel en blanco pintamos y diseñamos nuestro patrón cargado de ilusorias posibilidades y ficticias certezas de llegar a buen puerto con nuestro proyecto, ¡experimentemos!

La primera mitad de nuestro tiempo lo invertimos en recorrer un camino simple que nos lleva hacia una etapa en la que, nada más llegar, todo se complica. O tal vez somos nosotros quienes, llevados por las influencias que nos rodean, hacemos lo imposible por introducir complicaciones en ella. Cuanto más gordas, feroces e indomables sean estas criaturas, más naturales y normales nos sentiremos con respecto a los demás. No vale eso de vivir sin complicaciones ni aparentar hacerlo. No. Debemos quejarnos, entristecernos, malhumorarnos, recriminarnos, sentirnos culpables, hundirnos… Porque, si no lo hacemos, daremos la sensación de ser seres frívolos, ficticios o sencillamente inhumanos, carentes de sensibilidad y sentimientos.

Tal vez este fenómeno se deba a eso de que somos una comunidad —me refiero a la humanidad— y, como comunidad, todos los miembros que la formamos debemos comulgar con unos credos preestablecidos de sentimientos, comportamientos y formas de ver las cosas, interpretarlas y experimentarlas. Una biblia de normas escritas en el aire que llegado el momento adoptamos cumplir sin rechistar hasta el fin de nuestro tiempo. Pero… ¿qué ocurre si decidimos quebrantar esas normas de libre aceptación o sencillamente no acogernos a ellas? ¿Qué ocurrirá en nuestro interior si consentimos y damos espacio a la calma, al sosiego y a la tranquilidad de pensamiento en lugar de al caos, la oscuridad y el tormento? Lo que tal vez suceda, es que podamos vivir una vida más plena, más sentida, con más armonía y rica en vivencias que nutrirán a nuestra alma con todo ese grupo de vitaminas que necesita y que apenas le aportamos. Lo que tal vez ocurra es que sencillamente sintamos lo que es vivir.

No somos perfectos, y distamos infinito de lograr siquiera rozar con la punta de los dedos las líneas que delimitan eso llamado ‘perfección’. De hecho, si algo caracteriza a los de nuestra especie es precisamente la imperfección, pues lo contrario podría decirse que ni siquiera se ha inventado ni está planeado hacerse. Es por ello que todos tenemos la opción de poder decidir si invertir el poco tiempo que se nos concede en vivir de otro modo y no como la comunidad ordena que se haga.

Esas normas invisibles a las que hacía mención anteriormente siempre estarán a nuestro alrededor tratando de hacerse cumplir. Los miedos, las inseguridades, esa agotadora lucha interior que parece interminable y que a veces nos lleva a querer rendirnos siempre nos acompañarán como perro lazarillo. Pero de nosotros depende el tipo de compañía que queramos llevar a nuestro lado durante ese trayecto llamado vida. Está bien tomarse un respiro, pero no debe ese respiro condicionar todo nuestro tiempo, y por ende, nuestra vida. Con ello no quiero decir que practiquemos el carpe diem como si no hubiese un mañana, aunque visto con los prismas de la realidad, no tenemos certeza alguna de llegar a ese futuro tan inmediato, pero debemos ser coherentes con nuestros actos y decisiones.

Es sumamente difícil practicar el deporte de una vida sencilla y sin perturbaciones ni preocupaciones innecesarias: en nuestro ADN mental y espiritual está escrito lo contrario. Pero esta regla, al igual que muchas otras, está establecida para poder romperse. Debemos tratar de ser conscientes de lo que merece y no merece la pena, debemos aprender a controlar esos demonios que llevamos adheridos a la piel y que siempre tratan en algún momento de interferir y guiar nuestros pasos por el sendero equivocado. Practicar el arte de la vida. Pese a encontrarnos donde nos encontremos o en la situación en la que nos hallemos. Porque siempre, y digo SIEMPRE, existe una alternativa al camino sobre el que posamos nuestros pies. Siempre hay un resquicio de luz en la oscuridad, si uno quiere verlo.

Charles Dickens escribía en su memorable Historia de dos ciudades que «la calma después de la tempestad es un símbolo que enseña a la humanidad que la tormenta que llamamos vida ha de reducirse, al fin, a quietud y silencio». No deberíamos tener que llegar tan lejos —a la muerte a la que hace referencia el autor— para poder abrazar esa quietud y ese silencio. Hallarlos primero y cobijarlos después antes de que sea demasiado tarde depende de nosotros mismos y de nuestra voluntad de querer hacerlo. Si ante la turbación, el caos, la negatividad y el desasosiego respondemos con control de pensamiento, obtendremos la quietud y silencio de nuestro propio tormento, alcanzando en vida el final de la tempestad.

Debemos apreciar las pequeñas cosas y su gran poder sobre nuestra alma. Tenemos que esforzarnos por otorgar el valor correcto a cada situación, a cada vivencia y a cada acción, sin menospreciarlas ni sobrevalorarlas. Tal vez el sentido de la vida sea confeccionar uno su propio traje: escoger la tela que más nos guste, tomarnos las medidas, diseñar, pintar y cortar el patrón y coserlo antes de ponérnoslo. Porque, al final, es uno mismo el que ha de llevarlo sobre su piel: y puesto que nos debemos vestir con él, cuanto más cómodos nos sintamos; mejor nos veremos, mejor lo luciremos y mejor nos sentiremos.


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