El rey sabio: una mirada profunda | Por Lourdes Justo Adán
En el inmenso mundo de la sensatez y la locura, ¿quién decide cuál es cuál?
Esto escribí en mi diario en febrero de 1985, cuando leí por primera vez ‘El rey sabio’ del prolífico y talentoso escritor, pintor y filósofo libanés Gibran Khalil Gibran (1883-1931), cautivada por la literatura oriental, así como por el deseo de explorar nuevos temas filosóficos y espirituales.
El cuento es, más o menos, el siguiente:
Los habitantes de la ciudad de Wirani beben del mismo pozo. Una noche, una bruja vertió en él un líquido que los enloqueció. Todos hacen disparates, excepto el rey y su chambelán, quienes no habían consumido el agua contaminada. Curiosamente, estos empiezan a ser vistos con cierta desconfianza ya que son los únicos que no se comportan de la manera absurda en que lo hacen los demás. Reciben por ello muchas críticas. Sus súbditos cuchichean y hasta piensan en destronar al rey. Estos, sabiendo que son vistos como los únicos locos, toman una decisión que no voy a contar aquí, pero que les permite “recobrar la razón” y al mismo tiempo, no ser diferentes. De este modo, no habría motivos para que el rey fuese destronado.
Cuando leí este cuento, lo interpreté como una simple reflexión sobre cómo lo que se considera normal depende de la opinión de la sociedad. Es una cuestión de perspectiva. A aquellos que son distintos se les considera raros, incluso aunque no haya nada malo en su comportamiento. Para evitar esta marginación, muchos optan por adaptarse a las normas sociales en lugar de desafiarlas.
Con el paso del tiempo, las experiencias que he acumulado han enriquecido mi visión del mundo y han añadido nuevos significados a esta historia. Como reflejo de esta evolución, encuentro en ella matices que no percibí en aquel entonces.
Actualmente, me hace recordar a René Girard, el filósofo, antropólogo e historiador francés (1923-2015), famoso por sus teorías sobre el deseo mimético y el mecanismo del chivo expiatorio.
A grandes rasgos, la teoría mimética se centra en el deseo de los individuos de querer lo que otros también desean, lo cual puede conducir a la rivalidad. Dicho de otro modo, la mayor parte de lo que deseamos es imitativo. Creemos que somos nosotros los que elegimos nuestros propios deseos, pero en realidad, nuestro deseo imita al de alguien. “Aprendemos” a querer las mismas cosas que otras personas quieren. Es casi inconsciente.
En la vida cotidiana, deseos miméticos se ven en la moda (preferimos ciertas marcas o estilos que vemos en modelos sociales), tecnología (un móvil, un reloj o un coche determinado…), redes sociales (seguimos tendencias en cuanto a destinos de viaje, bares, eventos…), o en la elección de carrera profesional (escogemos un futuro siguiendo a alguien reconocido en ciertos campos como del deporte, la música o modelaje, etc.).
Otro ejemplo ocurre cuando vemos un restaurante lleno y otro vacío. El primero nos atrae. El segundo no, pues nos genera desconfianza. De hecho, muchos establecimientos de ocio ofrecen entrada gratuita a los primeros clientes como estrategia para llenar el local. Al hacer esto, los primeros clientes atraen a más, creando una imagen exitosa de ese lugar, lo que, a su vez, seguirá atrayendo clientela. Esto es el deseo mimético.
Por otro lado, está el citado mecanismo del chivo expiatorio. La mimesis descontrolada hace que los deseos colisionen porque la mayoría desea las mismas cosas. Entonces se utiliza la violencia para ahuyentar a la violencia. Las sociedades a menudo dirigen su ira hacia un individuo o grupo -el chivo expiatorio o víctima propiciatoria- no por su culpabilidad o inocencia, sino para conseguir el resultado deseado: restaurar la armonía. Lo que inicialmente es una “guerra de todos contra todos” se convierte en una “guerra de todos contra uno”. Esto trae la paz, pero solo temporalmente.
Ejemplos de esto se ven a diario en las redes sociales. Vemos que los insultos y las lapidaciones son peligrosamente miméticas y contagiosas. Con que uno empiece, los demás le siguen. Hay ataques a minorías acusadas de ser las causantes de todo mal. Este proceso puede servir para unificar a quienes piensan igual, pero realmente, desvía la atención de los verdaderos problemas subyacentes.
Con frecuencia, un solo individuo puede ser señalado como chivo expiatorio. Enfrentará discriminación y exclusión. Este fenómeno puede observarse en muchos contextos cotidianos como en el trabajo, en el que cualquiera con un carguito (tal vez siendo manipulado) puede tomarla contra un trabajador/a para desviar la atención de sus propias frustraciones. Una vez seleccionado por una persona con cierta autoridad, llevados por el proceso de mimesis, los demás también dirigen su negatividad hacia el chivo expiatorio. Esto les ayuda a sentirse aceptados e incluidos en el grupo.
Pues bien. ¿Por qué explico todo esto? En mi opinión, estas teorías son fácilmente identificables en la historia de “El rey sabio”. El rey y su chambelán son los únicos que no beben del pozo y, por tanto, no se vuelven locos como el resto de la población. Sin embargo, son tildados de locos por los ciudadanos debido a su disimilitud. En un intento de evitar el conflicto, el rey y su chambelán deciden tomar medidas para unirse a la locura colectiva de su pueblo. Esta acción del rey puede verse como un ejemplo de deseo mimético en la teoría de Girard. El rey desea ser como sus súbditos, no porque valore la locura en sí misma, sino porque ve que sus súbditos la valoran. “Aprendió” a apreciarla. Al hacerlo, evita el conflicto que podría haber surgido si hubiera continuado siendo diferente.
Además, la historia también puede relacionarse con el otro concepto girardiano anteriormente referido: Las sociedades a menudo dirigen su ira hacia un chivo expiatorio para restaurar la paz social. En este caso, el rey y su chambelán podrían haberse convertido en eso si hubieran continuado siendo diferentes. Es más, la idea de derrocar al rey es el claro intento de sus súbditos de restablecer su propia versión de cordura. Al unirse a la locura del pueblo, evita ese destino.
La teoría mimética y el fenómeno del chivo expiatorio, propuestos por René Girard, por desgracia, están profundamente arraigados en nuestra sociedad y son más comunes de lo que podríamos pensar. Me atrevo a decir que se ha normalizado. Estos comportamientos pueden manifestarse en una variedad de contextos, desde las interacciones personales hasta las dinámicas sociales y políticas a gran escala. Al estar atentos a estas tendencias, podemos trabajar para reconocer y enfrentarnos a estos patrones dañinos, promoviendo una mayor empatía, comprensión y justicia en nuestras comunidades.
El fenómeno del chivo expiatorio y el deseo mimético son reflejos de las imperfecciones humanas. Como hemos visto, cuando hay un chivo expiatorio o víctima propiciatoria, encontramos detrás a una persona -o más- repleta de mediocridad, envidia e inseguridades. Logrando detener las tendencias negativas en los acosadores, podríamos erradicar la existencia de víctimas propiciatorias. Al final, la clave reside en la educación y la empatía, que nos permite reconocer y superar estos hechos destructivos para construir una sociedad más justa y comprensiva.
Aunque es sumamente improbable, sería estupendo que el acosador tomara conciencia de sus actos, se arrepintiera y emprendiera una ruta de cambio y mejora. Esto no solo liberaría a la víctima de su injusta carga, sino que también permitiría al acosador/a crecer como individuo y contribuir positivamente a la sociedad. De no cambiar, corre el riesgo de estancarse en su desarrollo ético y personal. El crecimiento y la mejora son aspectos fundamentales de la vida. Aquellos que eligen no transformarse encontrarán que su potencial se ve limitado.
Es importante entender que el silencio y la inacción son una forma de apoyo al acosador. Si presencias una situación de acoso y no haces nada al respecto, estás permitiendo que el acoso continúe. Sí. Es así. No tienes que confrontar directamente al acosador, pero seguro que existe alguna forma de contención. Y, por supuesto, recuerda que pasar información del acosado a su acosador (o sus colaboradores) no solo es una violación de su privacidad, sino que pone en peligro a la víctima.
Y si estás sufriendo acoso, recuerda que tu valor no está definido por cómo te tratan los demás. Precisamente, es tu valía lo que quieren minimizar. No permitas que las acciones negativas de otros te hagan perder tu humanidad. La lucha asertiva sin violencia es la senda a seguir. Mantén tu integridad y no te conviertas en la persona que el acosador quiere que seas.
Tengamos en cuenta que cuando existe una situación de acoso, irremediablemente, su entorno se verá involucrado directa o indirectamente. No es solo el que acosa, sino también el que colabora, el que se calla, el que mira para otro lado… Salpica a todos. Por ende, juntos tenemos el poder de hacer un cambio significativo. Trabajemos, pues, por un mundo respetuoso para cada persona. Cada pequeño paso cuenta.
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Lourdes Justo Adán
Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar
Escritora.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Docente desde hace treinta años.
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