«EL PRECIO DEL SILENCIO» | Por Anate Rivera
Ahí está, lo consulto a veces para conocer las causas emocionales de cualquier dolencia o enfermedad. El cuerpo está diseñado para funcionar a la perfección, salvo en caso de deterioro natural, consustancial al organismo; sin embargo, se manifiestan patologías de manera inexplicable; esto apoya cada día más la teoría de que su origen se halla en la mente. Entre manos tenía una novela muy interesante que había sacudido a la sociedad francesa, y yo me uní al impacto. “La familia grande”, historia de un secreto familiar delictivo que no desvelaré, con el fin de que sea el lector quien lo descubra con indignación hacia unos y compasión hacia otros, las víctimas. Las emociones reprimidas o los secretos guardados van anidando en el espíritu humano, pero al mismo tiempo hace que el cuerpo prepare una respuesta de protesta, lo grita en forma de padecimiento, orquestado por aquel dolor al que no se dio curso en su momento, vestido de culpabilidad, vergüenza y miedo. La protagonista, narradora en primera persona, se atreve con los años a sacar a la luz la causa de su infelicidad; aborda la denuncia con prosa directa, sin adornos, sí profundidad; sirviéndose de frases cortas, quizás, porque lo narrado le resulta demasiado doloroso, y prefiere acabarlo de contar cuanto antes. Pequeñas aflicciones en lugar de una grande para poder darse un respiro entre ellas. Camille sufre durante muchos años los efectos devastadores del silencio impuesto, hasta llegar a sufrir una embolia pulmonar; lo silenciado la estaba ahogando. Con suma curiosidad, consulto lo que sobre esa enfermedad describe el libro “Obedece a tu cuerpo” de L. Bourbeau. Dicho mal, explica la autora, señala la afectación por una fuerte emoción que hace sentir una gran culpabilidad por algo que se hizo o se dejó de hacer. La embolia, en este caso, desempeña la función de un mensajero cuya misiva pretende liberarnos de un sentimiento destructivo, invitando a soltar la responsabilidad creada sobre las decisiones tomadas de los demás, las que no nos pertenecen; invitación a aceptar la actuación en determinadas circunstancias, así como las limitaciones que nos son propias. Por encima de todo, la enfermedad en cuestión viene a comunicarnos que no somos merecedores del castigo autoimpuesto. Dime que padeces y te diré que sientes.
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