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El mito de la soledad de quien escribe | Por Josep Segui Dolz

El mito de la soledad de quien escribe | Por Josep Segui Dolz

Imagen: Sin título. Técnica: mixta/papel. Medidas: 20×20 cms. Guillermo, Memo, Garcìa Figueroa. México, 2020. Colección particular.

Memo, artista plástico mexicano (https://www.instagram.com/megafi41) es el autor de las portadas de mis novelas https://www.josepseguidolz.info/lo-que-tenga-que-ser-será (2020) y https://www.josepseguidolz.info/la-chica-que-ha-perdido-el-norte (2022).


Son las cuatro y unos pocos minutos de la madrugada, mi hora favorita para escribir (y tal vez para otros asuntos). Estoy solo sentado en la mesa de mi cocina con mi ordenador portátil pequeñito (creo que se dice noutbuk o algo así) y un café bien caliente aunque no muy cargado para no ponerme nervioso.

Afuera todavía es bien de noche, llueve y hace frío.

¿«Estoy solo», he dicho?

Pues no. Más bien no.

Ahora mismo en verdad me encuentro en Madrid, ciudad que no se caracteriza precisamente por ser solitaria. Estoy escribiendo. En la habitación todavía duerme Gandía, la chica que conocí en un sitio con una bonita y pequeña montaña verde con el mar azul de fondo. La chica que conocí y de la que me enamoré. Y ella también de mí. Tenemos dos hijos y otro en camino. Los niños también duermen; todavía es pronto para que se levanten y se arreglen para ir a la escuelita.

Anoche Gandía y yo hicimos el amor. Aún tengo el sabor de sus besos y su clítoris en mi lengua. Me encanta.

Hoy nos traen la compra del supermercado, la que hicimos ayer por internet. He entrado a la web del banco para comprobar que me han cargado el importe correspondiente y sí, todo en orden.

Eso me hace sentir acompañado. Ya sé que lo del banco es un programa informático. Pero está vivo porque tiene sentido y significado. Y también porque no es autónomo del todo aunque debe de ser muy sofisticado. Alguien diseñó y alguien mantiene ese programa. Y ese alguien es una persona; hasta la fecha y que yo sepa los asuntos informáticos no se autodiseñan. Todo llegará. Y claro, la persona o personas que lo diseñaron y lo mantienen son eso, personas. También están vivas y también tienen sentido y significado y se enamoran y hacen el amor y viven en grandes capitales como Madrid o en pueblos pequeños como donde me enamoré de Gandía.

Además, están los duendes (https://elescritor.es/opinion/los-duendes-de-la-literatura-por-josep-segui-dolz).

Y dentro de un ratito, cuando amanezca, las hadas me harán compañía.

¿Estoy solo?

En apenas unas líneas ya han aparecido un montón de personas y procesos —son lo mismo— que, si lo reflexionas más o menos, casi no tienen límite. O sin casi. Es imposible estar solo a pesar de que esa idea, la de la soledad de quien escribe, es ciertamente muy atractiva y, a veces, inspiradora aunque no precisamente para mí. No importa.

Desde la Psicología, al menos desde la opción a la que me vengo adscribiendo desde hace ya bastantes años (el Construccionismo Social) es imposible que estemos nunca solas o solos porque ya desde que nacemos entramos en un prácticamente indefinible, por ilimitado, mundo de relaciones. Si hay una esencia en el ser humano —cosa que como tal, como esencia (sic) dudo— esta sería relacional. Siempre estamos rodeados y accionados por otras personas, objetos, dispositivos y procesos. Y todas y todos ellas y ellos tienen historias que a veces, muchas veces, se hacen más o menos patentes en la Literatura, en la narración de las mismas.

¿De dónde viene, entonces, el mito de la soledad de quien escribe? En mi opinión (siempre sujeta a discusión, por supuesto) del individualismo propio del Romanticismo.

El culto a lo individual (característico también de la época contemporánea aunque tal vez en otro sentido más penoso que hace un par de siglos aproximadamente) nos hace llegar a sentirnos, a desearnos, diferentes, independientes de «lo» demás incluyendo a las otras personas. Y muchas veces queremos tener esa sensación tan «bonita»: es bonito estar sola o solo cuando escribimos sufriendo mucho como si fuéramos auténticos héroes o heroínas románticos. De hecho así ocurre mientras nos encontramos ahí dale que te pego a las teclas (o al bolígrafo), como yo ahora. ¿No?

Pues no: siempre estamos rodeados de historias. Y por eso lo que escribimos tiene alma, tiene vida (https://elescritor.es/opinion/el-alma-en-la-literatura-por-josep-segui-dolz).

¡Ojo! Otra cosa es cuando la soledad no es buscada ni bonita y nos hace sufrir emocionalmente más de lo debido. Eso ya sería digamos que sociopatológico y asunto a tratar desde la Psicología o similar. Y este no es un periódico de terapia ni nada parecido. O sea, que esa discusión la dejamos para otro espacio, si te parece bien.

Volviendo a la Literatura pues, yo creo que se trata de ir recopilando en nuestros papeles o en nuestros bits (¿o es «bytes»?) esas historias de las cosas en un sentido amplio (repito, no creo que haya ninguna esencia que nos haga ser como somos; tampoco a quienes aparecen en nuestras novelas, cuentos o poemas). En mi caso, por ejemplo, la ya citada mía propia (mi historia, digo) con mi pareja Gandía que estoy viviendo al mismo tiempo que escribo esto y que tardará un poco en ver la luz en forma de novela. Antes que nada tengo que acabar de redactarla y de hecho aún no sé qué va a pasar (sí lo que ya ha pasado). Ni siquiera lo imagino; no hay un guion previo. La propia Gandía, nuestros hijos, la ciudad,… me irán dictando la historia. Siempre con la ayuda de los duendes, efectivamente.

Y así nunca estoy solo, ni siquiera aunque lo desee con todas mis fuerzas, que no, no lo hago. Al contrario.

Y ese «contrario» me lleva a algo que creo que es fundamental para escribir y sentirnos al menos un poquitín bien (¡y ojalá que también nuestros lectores!): la curiosidad. ¿Qué pasará en Madrid? ¿Seguiremos Gandía y yo juntos y amándonos mucho tiempo más, tal vez hasta que la muerte nos separe como dicen los católicos? ¿Aparecerá un tercero o tercera y ya la relación será multitudinaria (ya sabes: «tres son multitud»)? ¿O lo aceptaremos y seremos una pareja sexual y afectivamente abierta o, incluso, poliamorosa?

¿Y nuestros niños? ¿Continuarán creciendo y llegarán a estudiar en la universidad y serán personas de provecho, sea eso lo que sea, o acabarán malamente muertos en una calle inmunda, en un rincón inmundo por una sobredosis de heroína inmunda?

¿Irá todo bien durante el parto de la tercera o tercero? ¿Nacerá con alguna discapacidad que nos cambie totalmente la vida? ¿También será una persona de provecho o, por ejemplo, lo abducirán los extraterrestres y ya no lo veremos más?

No lo sé. No tengo ni zorra idea aunque ya voy por la página ciento catorce de mi historia. Ya veremos. Tengo curiosidad, sí, por saber qué pasará. Y también confianza en que lo que ocurra me haga sentir eso, un poquitín bien.

La cuestión es: con todas estas historias, y muchas más, rondándome por aquí nunca me puedo sentir solo, no sé qué es eso de la soledad de quien escribe ni siquiera que sean todavía las cuatro y veinticinco de la madrugada y la noche y la oscuridad continúen llenándolo todo.

Y habrá quien diga que lo que sí que hace falta es tranquilidad y para eso es necesaria la soledad. No voy a discutirlo. Pero ¿de verdad crees que puedo estar tranquilo con todas esas historias y dudas, y muchas más, por aquí?

Sí, están por aquí, no dentro de mi cabeza ni nada parecido como creo que ya he repetido en alguna ocasión en este mismo periódico. Están justo a mi alrededor y ocupan un espacio y un tiempo que son inexplicables o bien que para aclararlos me exigirían muchísimas más palabras de las que es posible escribir en este lugar. Así que, como tantísimas otras cosas en la vida, será mejor que no lo intente (explicarlo), bajo el riesgo de aburrirte o, lo que es casi peor, liarla todavía más.

La soledad de quien escribe es un mito. Como tantos otros que inundan nuestra cotidianeidad. Y eso no es malo. No, no, no. Al revés, los mitos no son mentiras, incluso muchas veces nos ayudan a sobrellevar esta vida que, muchas veces también, se hace un poco pesada. Pero no parece (al menos a mí) conveniente que se conviertan en pilares o piedras angulares de quienes solo queremos narrar historias (que ya es, ya).

¿Y como lectores?

Pues lo mismo, ¿no? Seguramente estarás de acuerdo conmigo en que cuando leemos algo que de verdad nos llega nos sentimos muy acompañadas y acompañados; ¡la soledad es simplemente imposible!

No sé, piénsalo. Si te apetece, por supuesto.

Suena el móvil. Es Teide, la chica, casi una niña, que conocí en el mismo lugar que a Gandía. Allí es una hora menos, o sea, las tres y treinta y seis de la madrugada. ¿Qué estará haciendo tan temprano?

Lo cojo.

—¡Hola! ¿Cómo estás? ¡Qué alegría!

—Oye, que estoy en Madrid. Acabo de llegar al aeropuerto. Necesito verte. Tengo algo muy importante que contarte. ¿Cómo quedamos?

Josep

https://www.josepseguidolz.info


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