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El día que todo cobró sentido | Por Cristina del valle

El día que todo cobró sentido | Por Cristina del valle

No sé cuándo empezó, ni siquiera tengo una visión realista de lo que ocurrió ni cómo lo hizo.

El pensamiento se fue desarrollando en mi mente, pequeño pero molesto, como una mosca que no te permite dormir porque decide acomodarse alrededor de tu orificio auditivo.

Creo que le di de comer, que lo alimenté y le facilité un gran espacio donde acomodarse.

Detrás de este vinieron muchos más; no estaba solo, tenía un ejército increíble, bien formado y con armas que se clavaban en cada uno de mis intentos de escapar de ahí.

Podría ponerles nombre, imagen y sonido, levantarles un escenario para que se expresaran y salir en los aplausos y la despedida. Estaba el de la lluvia, el de la amistad, el de la pareja, el de las enfermedades, el del dinero e, incluso, el de la muerte.

Son un montón de realidades invisibles, materializadas en las compulsiones de un trastorno obsesivo.

Sí, tengo TOC. Sí, me ha dado vergüenza. Sí, he sentido miedo. Sí, me ha hecho perder el norte en muchas ocasiones… Y no, no todo ha sido culpa mía. No, no es una enfermedad incontrolable. No, no estoy sola.

Los diagnósticos, a veces, le dan alas a otra gente para justificar sus palabras. Tener TOC no es fácil, pero que te lo recuerden constantemente es una losa. Si ponemos conciencia a las situaciones que vivimos a diario veremos como normales las siguientes:

– Llamamos loco al malo.

– Usamos la palabra “obsesión” como una amenaza de la que salir corriendo.

– “Estás mal de la cabeza” al que se equivoca.

Podría seguir poniendo ejemplos, pero tengo la certeza de que todos y cada uno de los lectores saben a lo que me refiero. No os preocupéis ni os sintáis mal, hasta yo, que he sido víctima a veces, lo he utilizado como el peor de los verdugos contra otros.

Tener TOC no significa obsesionarte con una pareja, con un amigo o con un familiar. Tener TOC consiste en tener un pensamiento intrusivo e irracional, que se cuela en tu cabeza y empieza a amenazarte con situaciones que dan auténtico pavor. Se cierra el círculo cuando, para colmo, ese pensamiento te pide que hagas algo mucho más irracional que él mismo para evitar que eso suceda.

Os lo explicaré con un ejemplo, sé que no es fácil.

Cuando tenía aproximadamente 9 o 10 años tuve una fobia a la lluvia que me dejó agotada física y mentalmente (sí, físicamente también, porque todo el cuerpo se tensa ante el peligro, generas cortisona y adrenalina, que vas acumulando, ya que el peligro no es real y no tienes que usar ese salvaje batido de hormonas). En este caso, usé dos compulsiones diferentes:

  1. Hacer una cruz con sal en todas las ventanas. No soy creyente, pero en esa situación acudir a Dios era lo mínimo que podía hacer, el clavo ardiendo más rápido. Recordemos que el pensamiento me decía que nos ahogaríamos lentamente en una tormenta de agua nunca vista.
  • Mi padre, en su afán por calmarme, me dijo que solo nos afectaría si la catedral de mi ciudad se hundía entera. Solo entonces era el momento de preocuparme. Bien, subía a la terraza de mi casa constantemente para comprobar si la catedral seguía en pie o ya estaba cubierta de lluvia hasta su campanario.

Muy loco todo, ¿verdad? Sí, pero para mí era real. Existía. Lo sufría. Y me hacía muchísimo daño. Me invalidaba para cualquier cosa. Si llevaba a cabo la compulsión, las cosas no cambiaban; pero, si no lo hacía, venía el pánico, y esto ya eran palabras mayores.

Todo esto me lleva acompañando 26 años y he vivido situaciones muy desagradables. Unas dentro de mi cabeza y otras que han venido desde fuera.

La conclusión a la que he llegado, ahora, que no sé si estoy en un proceso de sanación o de conocimiento (nombro la gran labor que hacen en el Gabinete de Terapia Breve de Rafael Santandreu, donde me estoy tratando y me enseñan a ver la luz al final del túnel. Un túnel que, existir, existe, pero a veces es un poco tenue) es que tenemos que poner especial atención a varios factores:

– La gente va a pensar muchas cosas y no las podemos controlar.

– La aceptación es básica para poder vivir sin miedo.

– La filosofía nos dará el conocimiento para saber cómo comportarnos según la situación.

– La mente es nuestra y no debemos dejarla a su libre albedrío. No tenemos que ser títeres en manos de nuestros pensamientos.

– Con educación, en este mundo hay un sitio para todos.

Poco a poco, gracias a la visibilidad que le vamos dando y al hecho de perder el pudor para desnudarnos delante de otros, avanzamos, toleramos e incluso entendemos.

Vamos a darnos una oportunidad, empezando por nosotros mismos.

Aprovecho para agradecer a todas esas personas que se exponen, que sufren, que aceptan y abren camino. Y pedir perdón a los que, por desconocimiento, han sido víctimas de mi TOC. 

Me despido con una gran frase de Julio Cortázar de su libro Los Reyes:

“Mira, sólo hay un medio para matar los monstruos; aceptarlos.”

Y escuchar, no dejar de escuchar.


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