El comisario Caravaggio en Estambul | Por Ana Gomila Domènech
Como bien saben los lectores de mis novelas -protagonizadas por Giuseppe Caravag-gio, un afable comisario inglés con apellido italiano-, Estambul aletea al fondo de todas ellas como un fantasma. De forma discreta, pero constante.
Aunque en la primera, Un acto reflejo (julio 2019), no aparezca ni se la nombre; a partir de la segunda, Corazón tan negro, escrita y publicada durante el confinamiento, las alusiones y referencias a Estambul no dejan de multiplicarse. Para empezar, porque la deprimida y deprimente esposa de nuestro comisario decide abandonarlo por un joven turco y quedarse a vivir allí a pesar de la pandemia.
De hecho, cuando arranca el tercer volumen de la serie, La muerte en vacaciones, Sabina no ha regresado ni vuelto a dar señales de vida, dejando a Caravaggio en suspenso; sin más afecto que el de la familia de un subordinado al que quiere y trata como a un hijo. Estambul se ha ido convirtiendo para él en una tecla doliente, en una herida abierta, que lo atrae y lo repele a partes iguales.
Estando en esta situación lo alcanzará el amor en forma de flechazo fulminante, por lo que en Así es -cuarto y último volumen publicado hasta la fecha, todos en Amazon, tanto en ebook como en papel- la trama detectivesca se entremezcla con el relato de los inicios de su nueva y arrebatadora relación. De repente, a Caravaggio le urge localizar a su mujer para formalizar el divorcio y… ¿dónde se encuentra ella? En Estambul, por supuesto, conque la quinta entrega transcurrirá casi íntegramente en dicha ciudad.
Quede claro que no soy una escritora cerebral, de las que llaman “mapa”. Jamás pla-nifico mis novelas de antemano y siempre he redactado el primer borrador de cada una al dictado de mis personajes, siguiendo la lógica interna de los acontecimientos que ellos mis-mos provocan, sin atender a esquemas previos. Además, normalmente escribo en lo que la Psicología ha bautizado como “estado de flujo” o trance creativo. No sé si es bueno o malo, pero sí lo que más me divierte. En otras palabras, que yo ni pincho ni corto: ¡Caravaggio y compañía hacen de mí lo que se les antoja! Conque suya es la culpa de que recientemente “haya tenido” que desplazarme a Estambul.
Antes solo había ido una vez, y en plan guiri peripatético: apenas nos movimos de la zona europea, donde también se hallaba nuestro hotel, visitamos mezquitas a cascoporro, comimos de meze y aun así nos timaron en un par de ocasiones, nos tomábamos la molestia de contestar a los vendedores que nos increpaban para que entráramos en sus tiendas (como si les fuera a partir el corazón que no lo hiciéramos), nos embarcamos en el típico crucero diario por el Bósforo para poder decir que habíamos puesto pie en Asia, nos dejamos apali-zar a conciencia por los masajistas de un hamam histórico, nos desplazábamos a todas partes caminando por miedo a “perdernos” en el transporte público… En fin, cualquiera que haya estado allí en el mismo plan sabrá de qué hablo.
Todos estos recuerdos estereotipados -sumados a la música türkü que suelo escuchar, a varias lecturas, alguna película, el fiel apoyo de una guía turística y mantener al hombre-cito naranja de Google Maps permanentemente en danza- bastaron para redactar un primer borrador decente de Caravaggio 5, pero son insuficientes para culminar la novela preciosista, verosímil y exacta que me gustaría escribir. Así que, aprovechando las vacaciones de verano y los ahorrillos acumulados durante el confinamiento, decidí irme una semana a Estambul a aprender algo de turco en una buena academia y transitar por los mismos lugares por los que transitan mis personajes.
Os ahorro los detalles prácticos, que darían para otro artículo tan o más extenso que este, y me conformaré con decir que todo -salvo el maldito roaming- se solventó de manera rápida y eficiente. Además, Şeyma, mi joven profesora de turco, resultó ser un encanto y el apartamento que había alquilado por Internet, muy bonito y bien situado frente al alminar de una pequeña mezquita de barrio, en Cihangir.
Y con respecto a mi futura Caravaggio 5, que espero publicar antes de Navidad, estas son las conclusiones más significativas a las que he llegado:
- Qué bien se orienta uno en las ciudades que le gustan, por más que pasen los años… Ni Caravaggio ni yo necesitamos plano (o GPS) para pulular por Estambul.
- Hay tanto tráfico rodado que los autobuses apenas avanzan, pero tranvías y ferries funcionan de maravilla. ¡Habrá que dotar de Istanbulkart a mis personajes!
- El consulado británico real es idéntico a cómo lo había descrito en el borrador, casi lloro de la emoción al comprobarlo.
- El apartamento de Atatürk, fundador de la actual república, que me enseñó Aylin, la encantadora relaciones públicas del Hotel Pera Palace, es tan evocador y suges-tivo como me imaginaba, así que no solo permanecerá en la novela, sino que ade-más podré incorporar un montón de anécdotas jugosas que me contó la anterior-mente citada. La habitación en que se alojaba Agatha Christie estaba ocupada -por otro escritor mitómano-, pero Aylin prometió “hacerme precio” si regreso.
- Los dos primeros cadáveres están bien donde los puse, pero tengo que reubicar al tercero -no hay verja de pinchos alrededor de Beylerbeyi- y al cuarto, pues la pre-ciosa estación de Haydarpaşa anda en obras desde hace meses… ¡maldita sea!
- No solo de entremeses y pescado vive el hombre: aparte de tomarse mil y un cafés con poso de tierra, mis personajes deberían probar -y deleitarse tanto como yo- el menemen y otras recetas tradicionales caseras muy alejadas del sempiterno kebab.
- La mezquita cuya cúpula divisan mis personajes desde la azotea de su apartamento no puede ser la que yo decía. He de corregir cierto diálogo.
- Por lo que me contaron y pude comprobar por mí misma, el turismo occidental se ha reducido muchísimo desde el estallido de la pandemia, pero el oriental (proce-dente de Rusia y las repúblicas ex soviéticas, países de la Península Arábiga, etc.) lo ha suplido con creces. Por todas partes había chicas con hiyab cargadas con gran-des bolsas de las mejores marcas, además de hombres convalecientes de pequeñas intervenciones estéticas como el implante de cabello.
- Algunas mezquitas son realmente “lugares de encuentro” -que es lo que significa etimológicamente la palabra-: en Santa Sofía, los chiquillos campan a sus anchas, riéndose a carcajada limpia, persiguiéndose unos a otros y haciendo laterales sobre la moqueta sin que a nadie se le ocurra exigirles respeto ni compostura.
- Consideración final: los estambulíes no son especialmente abiertos ni simpáticos, pero se derriten en cuanto ven un gato. Una noche había uno despanzurrado sobre el lector óptico de uno de los tornos de entrada al tranvía de Sultanahmet, impi-diendo el paso al andén por allí. A pesar de que el vehículo estaba a punto de llegar, ninguno de los concurrentes se atrevió a molestarlo y todos hicimos cola ordena-damente para acceder por el otro torno.
Espero aprovechar esta y otras muchas anécdotas en Caravaggio 5. Entretanto, id po-niéndoos al día con las anteriores entregas e Iyi yolculuk (“buen viaje” en turco).*