«EL ARMARIO DEL EGO» | Por Anate Rivera
Porque no nos damos el tiempo necesario de reflexión y reaccionamos a los estímulos con impulsividad, no somos capaces de descubrir la verdadera causa de nuestro sufrimiento. Funcionamos baja el hábito mental de señalar siempre una fuente externa como origen de las sensaciones desagradable. Si fuéramos expertos observadores de nuestra mente llegaríamos al convencimiento de que no son los objetos, las personas o las circunstancias, las responsables últimas de nuestra reacción, sino condiciones favorables como lo fuera el polen para el alérgico, a quien no modificaría aquél de no ser que la causa estuviera dentro del individuo; de otra forma dicho, si la causa fuera el polen todos los seres habrían de ser alérgicos, lo cual no resulta. Por tanto, el origen principal del supuesto malestar se halla en el factor mental que en ese momento se hace manifiesto ante determinadas condiciones o causas cooperantes. Así, a un comentario crítico que nos hicieran podemos reaccionar con enfado, motivado éste por una mente de apego al halago. Si alguien nos hizo algo que consideramos dañino, es la mente de odio la que nos tortura, la de rencor o venganza, no el gesto en sí de la otra persona. El orgullo, nos impide realizar aquello que nos proporcionaría satisfacción, no la negativa inicial del sujeto que ocasionara la frustración. La causa originaria de nuestro pesar siempre hace referencia al ego, una entidad invisible y fantasmagórica que cuenta con un atestado armario de disfraces, y en según qué circunstancias se presenta vestido de algo diferente: ira destructiva de la paz, impaciencia que no acepta, pereza sumida en desidia, la arrogancia distorsionadora, la crueldad que ciega, los celos que matan, etc., etc., hasta un total de veintiséis. Ya pudimos comprobar los efectos de dejarnos manejar por lo que nos viene de fuera y nos aboca al dolor. Por qué no intentar el abandono de tales prácticas y ensayamos otras que nos puedan conducir a la raíz del sufrimiento (el ego); sostengamos la serenidad suficiente para observar e identificar el malestar que sentimos en un determinado momento. Preguntémonos entonces: disfrazado de qué acaba de presentarse el ego. Solo de ese modo podremos dejar de ser esclavos emocionales, a merced de los engaños o perturbaciones mentales, para ser dueños y señores de nuestro sentir.
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