«Disquisiciones acerca de una sociedad en miniatura» | Por Lourdes Justo Adán.
¿Has comparado alguna vez la dinámica de una colmena con la de nuestra sociedad? Ambas son estructuras complejas y organizadas, sí, pero ¿acaso enfrentan las mismas adversidades?, ¿la abeja se cuestiona cada mañana si algún miembro va a perturbar su paz?, ¿el mal causado puede regresarle de formas inesperadas? Si te intriga descubrir hasta qué punto se extiende el paralelismo entre ambas, no te pierdas este artículo.
En la intrincada urdimbre de las interacciones humanas se van tejiendo numerosos encuentros y desencuentros. Las luces y sombras proyectadas hacia otras personas pueden tener un efecto retorno, como si de un poderoso bumerán se tratara.
Una equivalencia evidente se puede trazar con el reino natural, en concreto con cierta especie de abejas. Su aguijón está cubierto de diminutas púas que le permiten penetrar fácilmente en la piel, pero, una vez dentro, actúan como trinquetes que bloquean el movimiento en la dirección opuesta. Es decir, cuando pica se queda enganchada. Al intentar liberarse, destroza por completo su propio abdomen. Por tanto, una vez inoculado el veneno, consigue la reacción inflamatoria y dolorosa del afectado, pero a costa de su propia vida.
De igual modo, aquellos que gratuitamente lastiman al prójimo, suelen sufrir las consecuencias de sus propios actos, de alguna manera, en algún momento, en algún lugar… La elipse invisible de la ley de causa y efecto se interrumpe cuando la víctima, a pesar de sus cicatrices, en vez de sucumbir a la tentación de una retaliación violenta, opta por caminos alternativos más pacíficos, sin antagonismos. Para ella, esta elección equivale a soportar el aguijón más tiempo clavado en la herida. Este, por un giro irónico del destino, se convertirá en el verdugo silencioso de quienes se deleitaron haciendo el mal y, simultáneamente, en un símbolo de resistencia que demuestra que, incluso en medio del dolor, se puede exhibir fortaleza y conquistar cierta sensación de justicia suprema.
La guardiana de la miel embiste cuando siente que su territorio es amenazado. Los individuos embargados por un deseo desmedido de reconocimiento también lo harán si se sienten intimidados por alguien que perciben como un peligro a su estatus. En lugar de esforzarse por elevar su nivel, optan por una maniobra más sencilla: apartarlo para que no le haga sombra. Tal como las protectoras de la cera propinan un picotazo, estas personas rejonean, desdeñando la innegable realidad de que víctima y victimario forman parte del mismo conjunto, les guste o no. Cabe la posibilidad de que el damnificado, de pronto, deje de permanecer inerte. Cual enjambre agitado, responderá de la manera que considere más apropiada. Esta respuesta, aunque justa en su origen, puede no ser del agrado del agresor y hasta puede, quizá, pillarlo desprevenido. Entonces, no podrá elegir su destino, al igual que la víctima tampoco eligió el suyo.
Cada miembro de nuestra sociedad asume alguna misión. Esto también ocurre en las colmenas sanas, desde la reina hasta las obreras. Estas no buscan poder ni dominación, trabajan por el bienestar colectivo. El ser humano, en cambio, se desvía de sus roles en pos de su beneficio personal. No duda en causar perjuicio a otros, movido por su propia ambición. La productora de propóleo hiere al intruso y sacrifica su vida por la seguridad del panal. Por el contrario, hay gente que, en su afán por proteger sus propios intereses, son capaces de zaherir a los de su misma especie. Posiblemente, de las buscadoras de polen deberían aprender estrategias de cooperación en lugar de permitir que las contiendas dividan y debiliten al todo. El potencial se amplifica cuando se unen las fuerzas y existe un apoyo mutuo genuino.
Con esto no estoy negando el talento único que cada quien posee para prosperar. Simplemente reivindico que no se menoscabe a nadie en el proceso. El crecimiento no se debe realizar a expensas de terceros. Al igual que las melíferas buscan el néctar sin destruir el jardín, las personas también pueden forjar un destino brillante mediante un empeño benevolente. El verdadero éxito no se mide solo por lo que se logra, sino también por cómo se logra. Esto último se refiere básicamente a los métodos empleados para alcanzar las metas, la integridad del comportamiento y que las acciones estén alineadas con ciertos valores universales. O lo que es lo mismo, superarse sin pisotear a otros. De no ser así, cada paso hacia el objetivo final es indigno. Pero si se procede conforme a principios nobles, el avance será legítimo y gratificante.
Esta perspectiva nos hace conscientes de que las acciones tienen repercusiones que van más allá de nosotros mismos. Al igual que una luz que reverbera, las acciones se propagan y pueden retornar con una intensidad más abrumadora de lo pronosticado. Por consiguiente, en la búsqueda del provecho particular, virtudes como la consideración, la honestidad y la empatía son la clave para una convivencia armoniosa.
Al igual que una obrera diligente visita las plantas y las poliniza sin ser consciente de la envergadura de su contribución al ecosistema, hay sujetos que, a través de su actividad cotidiana, ayudan silenciosamente al progreso colectivo. Movidos por un sentido de responsabilidad, laboran sin esperar aplausos. Lo hacen simplemente porque encuentran satisfacción intrínseca en ello. Su aportación puede parecer insignificante, como la de nuestra incansable alígera, pero generan un impacto muy significativo en el desarrollo de la colectividad.
Sin embargo, aunque pueda resultar paradójico, existen hostigadores/as que socavan a quienes llevan a cabo ese buen desempeño. Emplean tácticas deshonestas y crean una red de complicidad que le asegura la impunidad. Es como si quisieran recolectar el mejor néctar para sí mismos. Siendo así, como contrapartida, el afectado puede ejercer el derecho de protegerse y defenderse. Claramente no es una venganza, sino una forma de autopreservación. Es tener presente que la dignidad no debe verse comprometida bajo ninguna circunstancia, y que una colmena es equitativa únicamente cuando se coloca el respeto como una prioridad. En este contexto, aquellos que se encuentran bajo el yugo despliegan una dignidad que a menudo eclipsa a la de quienes manejan los hilos.
Así como la artesana de la jalea real, en su vuelo silencioso, deja tras de sí una hermosa estela de vida, cada uno tiene el poder de transformar el dolor que le infligen en fortaleza, los obstáculos en perseverancia y la envidia en profunda compasión, con el fin de remontar y restablecer la serenidad interna. Tal vez sea el karma, algo cuya existencia yo particularmente pongo en duda, mas si tal fuerza existe, afortunadamente, opera independientemente de mi escepticismo.
Vivimos en un abigarrado universo de colmenas, cada cual es un reino en sí mismo, celoso de su soberanía y desconfiado de forasteras con rayas exclusivas. Defienden a la reina, su líder, que, dicho sea de paso, es quien produce unas sustancias químicas que influyen en el comportamiento de sus súbditos y los orienta para realizar tareas específicas. Este mecanismo funciona en ellas, pero yo espero más de los seres pensantes: que el respeto y la colaboración no sean una imposición, sino una elección responsable. Por su parte, a diferencia de las colmenas, las sociedades humanas pueden interactuar entre sí, para bien o para mal. El uso que hagan de la información será una característica distintiva de esa sociedad, del mismo modo que también definirá a cada miembro a nivel personal.
La próxima vez que veas una feliz abejita zumbando de flor en flor, recuerda: no es simplemente un pequeño insecto. Es parte vital de un sofisticado sistema que nos enseña esta valiosa lección: la fortaleza del grupo radica en la unidad y la cooperación, mientras que la fuerza de cada uno radica en su habilidad para superar retos y perfeccionarse a través del esfuerzo y la determinación.
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