«Aterrado» | Por Gerardo Reyes
Aterrado. Así me sentí cuando recibí la propuesta de escribir este artículo de opinión. No quiero fomentar aquello que tanto critico cuando enciendo la tele y veo esa cohorte de opinólogos profesionales instruyéndonos lo mismo de la amnistía que del asesinato tailandés del adonis de tercera generación actoral. Igual que cuando conecto mis redes, recientemente creadas para fomentar esta nueva aventura narrativa, y me asaltan enunciados que apuntan directamente a mi hipocampo afectivo-sentimental que tan bien suele descifrar el intangible algoritmo.
Todo el mundo tiene una opinión y a todo el mundo le importa. De hecho, hay eventos que parecen creados por inteligencia artificial para explotar unos meses en el opinómetro nacional: importa más la corriente de comentarios que van a generar, que el hecho en sí. No es difícil imaginarse a directivos, caníbales digitales, colectivos de distintas ideologías o aburridos profesionales frotarse las manos cada vez que Juana Rivas sorprendía con un giro de guión, Rocío Carrasco emitía un nuevo capítulo de su docuserie o Luis Rubiales daba un nuevo y bochornoso titular.
Reconozco la necesidad de la sociedad de acoger referentes que permitan un diálogo para abordar cuestiones como la alineación parental, el feminismo o la igualdad, pero nos perdemos en la inmediatez de tener que dar una opinión, de retuitearla o de posicionarnos frente a la contraria, porque eso es más importante que el discurso que lo contextualiza y, a veces se nos olvida que las grandes enseñanzas, como las mejores cosechas, suelen venir después de reposar un poco el terreno.
Pero bueno, esa no es otra cosa que “mi opinión”, esa que me negaba a publicar unos cuantos renglones atrás: Así de incongruentes somos los humanos. Y por eso a veces lo más sensato es admitir que, como Sócrates, “sólo sé que no sé nada”.
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