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Almacén | Por Lau Alabau

Almacén | Por Lau Alabau

Es verano.
Los termómetros, las olas de calor y los malditos incendios lo acreditan.
Este año está apretando con una fuerza criminal; aturde a los sentidos, a las ganas de hacer cosas, estimula el estrés e invita a quedarse quieto, eliminado la improvisación, el Carpe Diem exclusivo de estos meses.


A mí me gusta tumbarme en la playa y cerrar los ojos. Me gusta sentir como el calor me invade, desde la punta de los dedos de los pies hasta las gotas de sudor que empiezan a caer por mi cara hasta morir en mi barbilla. Cuando no puedo más y siento que mi cuerpo arde, me entrego al mar, fundiéndome en ese contraste maravilloso y único.


Y la noche; cuando llega parece que nunca va a terminar. El gin sabe mejor que cuando el frío aprieta, las sonrisas parecen no esconder preguntas, los besos saben a cerveza fría y a sangría y los cuerpos parecen moverse al ritmo que marca el Dios Sol.
Esa sensación debería llegar (una vez más) a todas las almas del mundo, sin distinciones de edad, sexo u origen.


Tendría que existir un almacén donde pudiéramos salvaguardar esa sensación y poder acceder a ella cuando es inverno. Apretar un botón en el esternón que nos suba todo el calor corporal y nos proteja del frío; como una capa invisible de protección.


Aventurándome más en teorías de cíborgs emocionales, iré un paso más allá. Tendimos a acumular más el dolor que la felicidad; eso es una certeza (casi) absoluta.
Deberíamos tener otro almacén donde pudiéramos entrar cuando estamos destrozadxs, cuando lloramos hasta que nos duele la cara de gesticular. En esos momentos de tristeza absoluta, donde casi no hay sollozo y si una cascada inmensa aprieto el botón. Me voy allí, junto al recuerdo feliz de mi abuelo cuando todavía era él y la demencia no lo torturaba; a recordar el perfume de mi abuela que ya hoy tengo olvidado o al día que nació mi hermana y pensé que no se podía ser más feliz.


Sin embargo, como toda teoría, contiene una trampa. Si fuéramos capaces de acumular en ese almacén interno, dosis de felicidad, perderíamos la ambición de querer generar más momentos felices porque en cualquier momento podríamos acceder a ellos. Eso nos haría esclavos del pasado y olvidaríamos todo lo que queda por vivir.


Quizá es solo otra mala teoría y la clave radica en aprender a exprimir la felicidad al máximo y a soltar el dolor, sin que nos posea hasta las entrañas; pues lo que te altera te domina y quiero pensar que no nacimos para ser dominadxs, sino para ser libres.


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