Álbum ilustrado: la sinergia perfecta | Por Lourdes Justo Adán

De niña fui una lectora insaciable de tebeos, esas historias que se desarrollaban a lo largo de una sucesión de viñetas acompañadas de texto/diálogos. Mis preferidos eran Mortadelo y Filemón, Rompetechos y El botones Sacarino, aunque también disfrutaba con los enredos de Pepe Gotera y Otilio, así como del humor negro de Doña Urraca.
Por supuesto que leía otras cosas, pero mi primera pregunta al elegir un libro en la biblioteca del colegio era “¿tiene dibujitos?”. Supongo que algún atractivo sobrenatural tendría para mí las ilustraciones cuando conseguían fascinarme tan poderosamente.
Cierto día, el prodigio de la ilustración me atrapó para siempre al descubrir el álbum ilustrado (o libro álbum). Sentí que aquello era diferente a todo lo que había visto anteriormente. Sin duda, fue amor a primera vista.
Pude comprobar cómo en las últimas décadas fue aumentando en presencia y relevancia dentro del mundo editorial, alcanzando un puesto relevante dentro de nuestro cosmos literario. Tanto es así que son muchas las opiniones –la mía, por ejemplo– que defienden su identidad propia, al tiempo que desmitifican la idea preconcebida de que va dirigido exclusivamente a un público infantil.
La magia reside en que en él existe un vínculo indestructible entre texto e imagen. No se puede entender uno sin el otro. Es decir, la función de la ilustración no es actuar como mero soporte visual de la trama, ni adornar el libro, ni siquiera aparece para mejorar su estética… Su labor es complementar el texto (si es que lo tiene) y proporcionar a la obra conexión, coherencia y significado.
Por tanto, queda claro que no es como cualquier otro “libro con dibujos” en el cual la historia permanecería intacta sin las imágenes plasmadas en sus páginas. En el libro álbum, las ilustraciones forman parte simbiótica de la narrativa de la historia, de tal forma que esta perdería sentido si fuesen eliminadas.
Un ejemplo de esa fusión imagen-texto es:

Esta revolucionaria propuesta literaria se ha ido integrando paulatinamente en la sociedad como potenciadora del interés por la lectura, entre otras cosas. No obstante, uno de los entornos donde primordialmente se conciben como una herramienta esencial es en el sector educativo, y más concretamente, en el aula.
Yo misma, como docente, he depositado en ellos toda mi confianza por su alto valor pedagógico interdisciplinar, como vehículo de transmisión de valores, como medio para el desarrollo de habilidades comunicativas y, por supuesto, como forma creativa de entretenimiento. De hecho, me encanta leérselos a mi alumnado. Que sus ilustraciones se puedan exhibir a doble página y que, además, sean presentaciones breves (habitualmente menos de 32 páginas) los convierten en grandes aliados, idóneos para atraer su atención cuando se los leo, al mismo tiempo que les voy mostrando los dibujos.
Este formato se erige como un atractivo recurso al servicio de la educación, pues permite crear situaciones didácticas orientadas a la reflexión y al análisis. Con ello se pretende ayudar a las niñas y niños a desarrollar su capacidad interpretativa y crítica del mundo que les rodea. Yo solo actúo como mediadora y guía del proceso, poniendo a su disposición una variedad amplia que sea adecuada a su edad, evolución e intereses. Así voy consiguiendo que gradualmente amplíen su universo de forma ingeniosa y divertida.
Reconozco que también he utilizado este recurso como un fin en sí mismo, es decir, sin proponer tareas después de la lectura. Les dejo que buceen entre los libros, que elijan, que degusten, que interpreten, que disfruten, que palpiten con ellos… También deben generar sus propias opiniones y tener preferencias.
Esta actividad va dirigida a lectores, sí, pero es perfectamente compatible con el alumnado pre-lector, ya que las imágenes también cuentan la historia, también las “leen” (por naturaleza aprendemos a interpretar las imágenes antes que los textos), pero para eso han de estar adecuadamente elaborados.
No es sencillo crear un álbum ilustrado. Lo he podido comprobar con los dos que tengo publicados. Se debe bocetar mentalmente el proyecto encaminándonos hacia el resultado deseado, respondiendo previamente a cuestiones como cuál es el mensaje, a quién va dirigido, qué tono queremos otorgarle, etc.
Por increíble que parezca, concebir la idea no resulta tan complicado como desarrollarla ajustándose a unos parámetros que permitan contarla apropiadamente. En mi opinión, lo más laborioso, a la par que emocionante, es la maquetación. Hay que tener muy en cuenta una serie de aspectos como la técnica, la tipografía, el formato, el colorido, el gramaje del papel, medidas, etc.
En ambos casos elegí la encuadernación en cartoné (tapa dura) en brillo, en color, letra sin serifa, sin sangrado para las imágenes, forma rectangular, tamaño mediano para mejor manejabilidad y orientación horizontal. Preferí las guardas decoradas. Por supuesto, escribí una dedicatoria, así como una sinopsis en la contraportada.
Las ilustraciones estuvieron a cargo de dos maravillosas ilustradoras que supieron dar vida a mis personajes. Algo muy valioso fue ilustrado por Sonia Sanz Escudero y El collar de Borlita por Soledad Durán.
Traer un álbum ilustrado al mundo es una misión compleja pero muy satisfactoria al mismo tiempo. Es conmovedor y reconfortante ese instante en que lo ves, lo acaricias y, por fin, lo puedes abrazar porque ya es una realidad.
Por último, la prueba de fuego será, sin duda alguna, ser leído con curiosidad y conseguir no dejar indiferente al lector… Y que una niña o un niño te pida que se lo cuentes otra vez supondrá, indudablemente, una magnífica señal.
Lourdes Justo Adán
Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar.
Escritora. Autora de Algo muy valioso (2019), El collar de Borlita (2022) y varios microrrelatos.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Docente desde hace casi treinta años.
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