Abraza a un muerto | Por A.N. Yurkhela
¿Por qué nos aterra la muerte? ¿Por qué huimos de ella?
En este tiempo, en el que Internet se ha convertido en el principal motor de nuestro día a día, nos vemos continuamente expuestos a imágenes crudentas. Sólo hace falta poner el telediario para ver cadáveres, cuerpos de personas que nunca conoceremos y que pasan ante nuestros ojos sin levantar la más mínima emoción y, si llega a hacerlo, la olvidamos al cambiar de canal.
Incluso en los paquetes de cigarrillos se nos recuerda con fotografías a cada cual más grotesca, que fumar, efectivamente, mata. Sin embargo, el número de fumadores no deja de aumentar cada año.
Nos hemos acostumbrado a ver violencia y podredumbre. Tal es así que hemos llegado a deshumanizar el concepto de muerte. Hemos llegado a verla como algo que sólo pasa a otros y que, cuando nos llegue finalmente a nosotros, será dentro de mucho tiempo.
Así, huimos de un concepto tan natural como es la muerte. Huimos de lo que significa para nosotros dejar de existir, ese vacío desconocido. De esta forma, evitamos el dolor que nos causa la pérdida.
Pero ¿por qué debemos huir del dolor? Sería como huir de nuestros propios sentimientos.
En vez de eso, deberíamos esforzarnos por comprenderlo, pensar en cómo nos hace sentir la pérdida de un ser querido o el advenimiento de la muerte sin que eso signifique algo negativo para nuestra vida.
Se supone que, a través del dolor, aceptamos la realidad tal como es. Con el dolor, aprendemos. Con el dolor, evolucionamos.
En vez de pararnos a pensar en ello, actuamos como indiferentes ante el mal ajeno. Sin embargo, cuando descubrimos que ese mismo mal nos puede afectar a nosotros, nos alarmamos y no pensamos con claridad.
Imagina que, ahora mismo, una persona muy querida muere ante ti de manera natural. No es una emergencia. Sin embargo, enseguida se despierta en ti esa necesidad de buscar ayuda, coger el teléfono y marcar el dichoso número para situaciones de peligro.
¿Por qué lo haces? Ya está muerto, y lo seguirá estando dentro de dos horas. ¿Por qué correr entonces a buscar a alguien?
Porque nos hemos malacostumbrado a la pérdida. Cuando es de otros, no la sentimos. Cuando es nuestra, no sabemos cómo reaccionar.
En vez de huir de la situación, en vez de buscar una vía de escape, deberíamos verlo desde otra perspectiva.
Esa persona ya se ha ido. No puedes hacer nada al respecto, sólo aceptarlo. Y, cuando consigas hacerlo, cuando logres sentirte cómodo con esta realidad, te sentirás libre.
Permítete un momento para sentir, para reflexionar acerca de las emociones que te asaltan en este momento, despídete de esa persona a la que tanto querías y recuerda los buenos momentos que pasaste con ella; y sólo llama a la funeraria cuando estés listo.