¿A QUÉ HORA ES LA VIDA? | Por Anate Rivera
Se ha convertido, la velocidad, en uno de los principales valores de nuestras sociedades dichas civilizadas. Sin duda, tanto punto de partida como de llegada de la familiar y frecuente ansiedad, venida a instalarse en el ánimo del primer mundo. La máxima aspiración parece ser la superación de los tiempos, como si se tratara de una prueba cualquiera de atletismo sometida a récord; así, se proyectan medios de transporte cada vez más rápidos, que incluso superan la velocidad del sonido, no se sabe muy bien para qué. También las ollas nos preparan manjares en menos tiempo. Los ordenadores se vuelven caducos de un día para otro porque uno nuevo lo supera en rapidez de ejecución. Las enseñanzas se acortan con el fin de obtener los mismos resultados (¡Ja!) en menos tiempo. Medicamentos veloces que en una sola aplicación eliminan una verruga o un herpes labial. Cosechas precoces. Flores fuera de temporada… Todo, salvo las manillas del reloj; éstas siempre se pasearan al mismo ritmo físico, aunque la vivencia no deja de ser una experiencia mental, distinta según su perceptor. Entre bastidores, de esta pésima actuación humana, trabaja la siquiatría sin descanso y en aumento, tratando de apaciguar los continuos mentales desenfrenados, sin el sosiego y la serenidad necesarios para el disfrute de la vida, que no se halla sino en el momento presente. Tranquilizantes y antidepresivos pueblan los botiquines domésticos. Qué absurda representación estamos llevando a cabo. Dónde vamos tan aprisa si el escenario está acotado. A qué hora es la vida. Dónde está el límite si al final del camino sólo aguarda la muerte, encuentro que nadie desea. La obra de la vida ya no figura en cartelera, fue suspendida por falta de público; un público que camina con el cuerpo ligeramente avanzado, como si tirado por una cabeza que desea llegar al lugar previsto antes que los pies y el resto. Pero la vida siempre será un estreno para aquellos que hacen un elogio de la lentitud, entregados a unas prácticas que favorecen la conciencia vital y el discurrir apacible; a ello ayudan el yoga, el tai-chi, el pilates, por ejemplo, y la meditación. Sólo estos disfrutaran la mejor puesta en escena, inigualables afectos especiales, un guión soberbio. Ellos serán los auténticos galardonados, pues nunca se otorgó un óscar a la celeridad.
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