La responsabilidad de los influencer
El influencer que ha dicho que las engaña para correrse sin condón dentro de ellas.
La influencer que recomendó provocarse el vómito habitualmente porque “te sientes limpia” y es mucho mejor para la salud.
Los influencers que se hacen stories mientras conducen a cien por hora.
Las influencers que recomiendan antibióticos para el acné.
Todos ellos tienen miles, millones de seguidores. Y normalmente estos seguidores son jóvenes o adolescentes o personas altamente influenciables. Sí, influenciables. Porque la palabra influencer tiene que ver, por si lo habíais olvidado, con influir. Estamos hablando de hombres y mujeres idolatrados, tomados como modelos de vida por millones de chiquillos y chiquillas todavía sin futuro. Y la mayoría de estos influencers (no todos, no todos, ya lo sé, por eso he puesto “la mayoría”, os encanta decir “no todos”, ya lo sé, ya lo sé, gracias) se dedican, en el mejor de los casos, a promover un estilo de vida basado en el consumismo y las apariencias, en que “ser feliz” es tener más dinero que los demás y salir a más discotecas y no tener ninguna responsabilidad afectiva sobre nuestras relaciones. Aparecen en yates y se dan fiestas de lujo poniéndose hasta el culo con cuerpos esculturales retocados por filtros y labios carnosos y cutis de niña creados por una aplicación informática. No los verás recomendar un libro, apenas una película. No los verás acudir a un concierto que no sea la clase de concierto multitudinario que sea excusa para la fiesta y el alcohol. No te hablarán de sus estudios. Te recomendarán cremas, perfumes y ropa. Eso sí. De eso sí que controlan. Todo lo que quieras. Te darán a entender que eso es lo importante en la vida. Tu aspecto físico y la satisfacción a corto plazo de tu hedonismo. Y nada más.
No todos. Ya, ya. ¿He oído por ahí “no todos”? Hay influencers que hablan de cultura, de deporte, sí, lo sé. Pero esos no son la mayoría. Como poco (por si me decís “no la mayoría”) el porcentaje de influencers tóxicos, por así decirlo, es demasiado significativo para pasarlo por alto. Pienso que son la mayoría, pero en fin, no los he contado. ¿He oído por ahí “no todos”? Okey, no todos. Vamos a hablar de los que sí son así. Su contenido afecta a millones de jóvenes. ¿Qué hacer con ellos?
Porque este post se llama “la responsabilidad de los influencers”, pero se podría llamar perfectamente “¿qué coño hacemos con esta gente?”. Pues la joyita de Naim Darrechi, tras fomentar la violación y ser visionado por millones de personas, después ha propuesto una cosita buena. Desde luego, eso no compensa lo anterior, pero vamos a escucharle. Ha propuesto “un puto comité de influencers”. Y ha dicho “puto” porque estos influencers siempre promueven el lenguaje sano y respetuoso entre los jóvenes, claro. En fin, el caso es que ha propuesto algo en lo que yo vengo pensando desde hace tiempo: que se revise el contenido de los influencers, por Dios bendito.
Uy, uy, uy, dictadura. Ay, que nos quita la libertad de expresión. ¿Y la libertad de expresión? ¿Es que ya nadie piensa en la libertad de expresión? Venga, que sí. Ahora vamos a hablar en serio. Libertad de expresión es dar una opinión, es decir, me gusta el color blanco. Y eso debería poder salir en todos los medios públicos. Ahora bien, decir “me gusta el color blanco y por ello todas las personas de raza negra deberían morir”, ah, ahí no. Captáis el matiz, ¿verdad?
Que sí, que a veces sería difícil. Que regular los posibles comentarios de miles de personas con un algoritmo es complicado. Y a veces pagarían justos por pecadores. Pero en fin, no hablo de mandarles a la cárcel (me gustaría en algunos casos, pero no voy a proponer eso). Hablo precisamente de un algoritmo. Igual que hay un jodido algoritmo que cada vez que percibe un pezón te quita la publicación. Así de fácil. Lo han implantado y lo habéis asumido. Y encima el algoritmo a veces se equivoca y te quita publicaciones de un cuadro en un museo. Y apenas hay quejas. Y si las hay, Instagram se las pasa por el forro.
¿Y qué tal un algoritmo que si ve una storie hecha desde el asiento del piloto del coche te quite la publicación? No suena mal, ¿no? Sí, a veces se equivocaría y quitaría alguna del asiento del copiloto. En fin, eso sería lo peor que pudiera pasar. Un mal menor. ¿Qué tal una etiqueta que en las fotos retocadas de las influencers diga “esta belleza es retocada e irreal, no te machaques por no haberla conseguido”? Pues en Noruega ya han hecho esa etiqueta. Ya puestos, habría estado bien no lanzar esos filtros que eliminan absolutamente cada impureza de la cara y te ponen unos morros como operados por el mejor cirujano, pero en fin, ya que existen esos filtros, pues una etiqueta recordando que el 90% de personas que ves allí no son así en la vida real, pues estaría bien. ¿Qué tal otro algoritmo que capte cuando se habla de contenido científico o técnico, e indique que la persona que habla no está capacitada para hablar de ello? Y si está capacitada, que pueda realizar una queja formal y realizar un examen. Sí, sí, un examen. Para dar directrices sobre medicina o farmacia, que es lo que hacen los influencers, habría que ser médico o farmacéutico, es así de fácil. Y la psicología también es una ciencia, eh. Que demuestra sus contenidos con experimentos sobre miles de muestras de muestras de personas. Y si un influencer promueve ser infiel, satisfacer los impulsos sin ningún tipo de responsabilidad sobre sus consecuencias, o agredir a quien te haya ofendido, pues está hablando de salud mental, y para eso también hay que saber.
¿Y qué tal cerrarle la cuenta a este chaval que farda de ser un violador (y a otros tantos que lo hacen en Youtube) y a esta chica que ha dicho que hay que provocarse el vómito (y otras tantas que dan consejos en Internet a anoréxicas y bulímicas para que no las pillen sus padres)? ¿O quizá que el algoritmo no sólo no multiplique su visibilidad, sino que la impida? Eso estaría bien, ¿no? En fin, no pido tanto. No pido que revisen su ortografía. Que les hagan hacer exámenes teóricos cada cierto tiempo. Nada de eso. Sólo que les anulen las barbaridades. Y si les obligan a hacer un poco de responsabilidad corporativa, pues mejor. Ya que el sector de la cultura, el deporte y el arte se ha limitado a eso en este país, a limosnas y a favores de las grandes marcas (festivales de marcas de cerveza, de bancos…) pues que a los influencers se les haga igual. Por ley, que recomienden un puñetero libro de vez en cuando. O que citen cuentas culturales (de los influencers buenos, que sí, que sí los hay). ¿Tan difícil sería? ¿Tan imposible?
Y si no al menos que no propongan retos sobre cómo hacerte daño, hacer daño a los demás y destruir tus relaciones. Que eso no es libertad de expresión, que no. Que no os engañen. Eso es promover la falta de salud mental y física. Y no son opiniones. Son temas muy serios. Muy serios, de verdad. Pensadlo.
Y a quien tenga la capacidad de ejercer un poder sobre todo esto que digo, que lo piense también. Que le dé unas vueltas al asunto. Porque esto empieza a ser preocupante.
Mario Herrero es escritor, músico y psicólogo, y habitualmente se entretiene escribiendo breves reflexiones de la vida y la condición humana, siempre desde el humor y el cariño.
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Su última novela publicada: https://www.oscarherreroediciones.es/tienda/libros-partituras-shop/serie-didactica-otros-autores-shop/
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