Una charla con Octavio Barriales sobre su obra «Caracas: Autopista al infierno», que ha sido publicada por Círculo Rojo.
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¿Cuál fue la inspiración detrás de tu novela y qué te motivó a escribir sobre la experiencia carcelaria en Venezuela?
Se trató de un proceso totalmente natural. Fundamentalmente fue la enorme sorpresa, con una potente carga de adrenalina, de entrar en los recintos penitenciarios y ver el sindiós que era aquello. Se lo contaba a amigos y compañeros y todos, sabiendo mi experiencia como columnista en medios escritos, me decían lo mismo: «eso es único, no se conoce, escríbelo».
Tu trayectoria como funcionario público y columnista te dio una perspectiva única sobre la vida en Venezuela. ¿Cómo influyeron tus experiencias personales en la creación de esta obra?
Estaba claro que narrar aquello requería, en primer lugar, algo novedoso que contar. Y eso, que vendría a ser la materia prima, lo tenía. Pero había que darle cuerpo y forma. No limitarse a referir hechos aislados de «hoy vi esto, hoy vi lo otro». Es aquí donde mi historial en medios de comunicación me permitió narrar esas experiencias carcelarias a las que, podríamos decir, yo tenía un acceso privilegiado. Asimismo, quise hacer más personal la obra al introducir algunas vivencias personales, como por ejemplo el origen leonés del protagonista o la presencia de algunos nombres que me han acompañado en determinadas etapas de mi vida.
En la novela se menciona que el protagonista es acogido por el pran del módulo. ¿Puedes hablarnos más sobre esta relación y cómo influye en la trama?
Para mí, el elemento nuclear de la novela no es el protagonista, cuyas andaduras seguimos durante toda la trama, sino el pran, el señor Emilio. Su papel como pran es ser el de jefe del resto de presos. El verdadero dueño y señor, todo un dios, como el protagonista le dice en una ocasión —«¡Dios, señor Emilio, es usted Dios!»—.
Se va, a lo largo de la novela, trabando una afinidad inicial, amistad estrecha después y gran cariño posteriormente entre ambos personajes. Será al final cuando se desvele la verdadera razón y motivo de tal afección.
La obra se inicia en medio de un acontecimiento violento. ¿Por qué elegiste comenzar la historia de esta manera y cómo crees que esto afecta a los lectores?
La novela empieza como termina: con violencia. Porque allí dentro todo está condicionado por ella. Y el empezar in media res logra que el lector se sumerja de lleno en ese ambiente tan cargado, tan viciado. Con toda seguridad, esa exacerbada violencia —totalmente real—, inicialmente puede sorprender al lector, pero a medida que vaya avanzando en los entresijos de la novela y las realidades que allí acontecen, lo entenderá y enmarcará perfectamente en aquel mundo loco y desquiciado.
¿Qué mensaje o reflexión esperas que los lectores saquen de tu novela después de leer sobre la vida en prisión en Venezuela?
El mensaje que el lector pueda sacar será ser doble. Por una parte, será un «¡uffffff… ¡Qué barbaridad!». Y hasta le sobrevolará la duda de si eso es real o una invención del autor. Pero desde aquí digo: real, completamente real. Y, por otra, resaltará la importancia de los afectos. Porque la novela, más allá de la locura y violencia, también deja un gran espacio a la hermandad, la lealtad y la amistad íntima y sincera. Y en ese marco tan dramático y atípico, tal situación es especialmente reseñable.
Tras tus cinco años en el área de atención a españoles, ¿puedes compartir cómo era la población carcelaria en ese momento?
En los cinco años en que permanecí como jefe del departamento de Atención a Detenidos Españoles visité la totalidad de cárceles venezolanas. Aunque bien podría decir que, conociendo una, conocía casi todas —o todas, porque la organización interna de ellas era prácticamente igual en todas—.
En ese tiempo tuve relación con bastantes directores de los penales. De ellos, cinco fueron asesinados y hubo una media de 450 presos ultimados cada año dentro de las cárceles.
Los internos españoles eran aproximadamente 180, repartidos en diferentes penales aunque la mayoría estaban ubicados en las cárceles próximas a Caracas. En la cárcel de mujeres INOF —Instituto Nacional De Orientación Femenina— había aproximadamente entre diez y quince mujeres españolas.
La totalidad de los presos españoles, con una sola excepción, lo era por narcotráfico. Mulas detenidas en el aeropuerto cuando, con una carga aproximada de cinco o seis kilos de cocaína, pretendían regresar a España. Bastantes de ellos habían hecho viajes anteriores que habían coronado con éxito y que venían a cobrar unos 6000 euros por viaje.
¿En algún momento experimentaste la pérdida de un ciudadano español dentro de la prisión? En la novela se mencionan varios fallecimientos en la cárcel; ¿puedes comentar si alguno de ellos involucraba a españoles?
Hubo un fallecido por enfermedad. Varios tiroteados. Muchos heridos de diferentes formas, a los que hubo que sacar a hospitales. Uno de ellos, Carlos, una persona a la que cogí bastante afecto, fue asesinado de forma terrible cuando ya estaba en la calle en una especie de tercer grado.
¿Cuál era el papel del consulado en brindar apoyo a los ciudadanos españoles que se encontraban en situaciones difíciles en el extranjero, como en prisión?
Es una cuestión muy extensa:
a. Insistir, y hasta presionar —sutil y diplomáticamente, claro—, a las autoridades ministeriales locales para que, tan pronto cayera algún español detenido, avisaran al Consulado a fin de desplazarnos y darle asistencia consular. Eso era importante, porque evitábamos los malos tratos, robos y vejaciones de todo tipo.
b. Ese primer contacto, además de una especie de advertencia a la policía y autoridades, también permitía ofrecer información legal al detenido, así como una explicación de los pasos ulteriores que se irían a desarrollar, cosa que les ayudaba a encarar la situación venidera.
c. Se les visitaba una vez al mes en la cárcel y se les facilitaba una ayuda consular de 110 euros para comida u otro tipo de necesidades.
d. Se les llevaba medicinas o cosas que enviaban sus familiares desde España.
e. De cada visita se hacía un informe individualizado que se enviaba a Madrid, refiriendo las circunstancias más relevantes de cada interno, principalmente sobre su salud.
f. En caso necesario, se apremiaba a los directores para hospitalizarlos. Se llegó incluso, en varias oportunidades, a la situación de ser el propio consulado quienes lleváramos personalmente a algún detenido al hospital, dado que no había vehículos oficiales del penal para hacerlo.
g. Y, lo más importante, conocer, empatizar y relacionarte con el pran o principal, para que tutelara o cuidara con atención a algún español que, por algún motivo —especialmente en lo referido a deudas por drogas—, estaba «emproblemado».
La novela describe un mundo carcelario con un acceso sorprendente a armas y drogas. ¿Puedes discutir cómo esto se refleja en la realidad y cómo lo abordaste en tu obra?
Algo que distingue estas prisiones de cualquier otra de cualquier parte del mundo es el ingente número de armas, hasta de guerra y grueso calibre, que los presos tienen. Y eso tiene una cierta lógica. Allí dentro, ni la guardia ni el director protegen ni mandan absolutamente nada. Luego, para evitar que de otro pabellón vengan a robarme, matarme o dominarme, pues debo tener armas. Y vaya si las tienen.
La pregunta sería entonces: ¿cómo puede entrar la droga por kilos y las armas de grueso calibre en un recinto penitenciario? Pues de la única forma posible: por la puerta y con conocimiento de las autoridades del penal. Así de simple. Dinero para todos y ningún problema. Esa es la realidad de aquellas cárceles.
La novela es notablemente cruda en su representación de la vida en prisión. ¿Hubo aspectos que decidiste omitir de manera deliberada para no intensificar aún más el dramatismo de la narrativa?
Desgraciadamente, sí. Los hubo. Dada la dureza y realismo de los mismos, preferí, al menos de momento, obviar algunos pasajes extremadamente crudos, como, por ejemplo, cuando los funcionarios sufrimos un intento de secuestro orquestado desde la propia cárcel.
¿Qué proyectos futuros tienes en mente como escritor? ¿Estás trabajando en alguna nueva obra o tienes planes para continuar explorando temas específicos en tu escritura?
Algo hay, pero con un cariz diferente. No quiero mandar a la gente al psicólogo con cosas tan truculentas.
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