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Una charla con Manel Kaizen, que nos cuenta todo sobre su obra “Crónicas desabrigadas”.

Una charla con Manel Kaizen, que nos cuenta todo sobre su obra “Crónicas desabrigadas”.
  • ¿Cómo nació tu interés por las historias singulares y truculentas, especialmente aquellas ubicadas en la España rural?

Fue a partir de mi inadaptación a las ciudades: nací y crecí en la metrópoli, pero nunca he arraigado en un entorno que considero hostil. Ello me ha llevado a buscar sitios donde me sintiera a gusto y en paz, es decir, cualquier lugar no masificado.

  • Dentro de tu “turismo secreto”, ¿puedes compartir alguna experiencia que haya dejado una impresión duradera en ti y que haya influido en tu escritura?

Sobre todo cualquier historia en que los propios protagonistas están ante mí en carne y hueso. Es maravilloso beber de la fuente principal, dejando de lado el “según me cuentan”. Además, tener delante a estas personas me ayuda a no “romantizar” y novelar las historias: todo lo que cuento es verídico y le pasó a alguien que podría ser cualquiera de nosotros, por lo tanto, máximo respeto a la hora de explicar cosas, sin posicionarse ni tomar partido. Tengo un recuerdo especial del matrimonio octogenario que nunca se movió de su pueblo hasta que solo quedaron ellos dos: parecían tan vulnerables, y sin embargo estaban en el único sitio donde podían estar.

  • Como articulista en “MotoTaller” y colaborador en “Motoviajeros”, ¿cómo influye la moto en tu proceso creativo y en la búsqueda de esas historias únicas?

La moto es un elemento imprescindible para que mi musa literaria produzca, y sin embargo casi no aparece mencionada. Mis libros no son “batallitas” en moto, pero sin ese medio de locomoción no existiría el Manel Kaizen escritor.

  • Hablas de las ruinas como “obras de arte efímero”. ¿Cómo seleccionas los lugares que exploras y que finalmente se convierten en protagonistas de tus crónicas desabrigadas?

No hago una selección, sencillamente paso por allí y me autochequeo emocionalmente: si hay “feeling”, tiro del hilo y a ver qué sale. A veces, la historia no llega a nacer y en otras ocasiones entras en una espiral fascinante donde, a partir de un indicio, vas sacando historias dentro de otras historias como si fueran muñecas rusas. Normalmente sé adónde voy porque he hecho un estudio previo, otras veces sencillamente paso por delante y la vida me sorprende con hallazgos a pie de arcén.

Paraje visitado por el autor en uno de sus viajes.
  • “Crónicas desabrigadas” se sumerge en historias del siglo XX, desde astrónomos hasta ermitaños. ¿Hay alguna historia en particular que te haya impactado profundamente durante la creación de este libro?

Me sorprendió encontrar, preservado pero fuera de la vista pública, el vagón ferroviario con el que Franco fue a la entrevista de Hendaya con Hitler. También que el mejor telescopio de Galicia estaba en manos de un septuagenario aficionado cuya vida fue de todo menos aburrida. En general, todas las historias de mi literatura tienen ese componente sorpresivo que activa las ganas de escribir sobre ella y hacerla pública.

  • Tu columna mensual en “Motoviajeros” se centra en destinos singulares. ¿Cómo encuentras el equilibrio entre revelar estas joyas ocultas y mantener la autenticidad de esos lugares?

Ciertamente, la cultura de exploración urbana exige mantener el anonimato de los lugares visitados, pero yo no pretendo tomar imágenes de la belleza decadente o jugarme un antecedente entrando en sitios prohibidos: allá donde he llegado con mi cámara, ha sido porque he entrado con permiso o porque no había ningún impedimento físico o cartelería disuasoria. Y por supuesto, al marcharme las cosas han de quedar exactamente igual que cuando llegué, eso es sagrado. Aunque tengo reglas muy similares, no juego en la misma liga que los exploradores “Urbex”.

  • En tus libros anteriores, como “Historias mínimas”, “Tierras de nadie” y “Pasos Cortos”, exploraste temáticas similares. ¿Cómo ves la evolución de tu escritura y enfoque a lo largo de estos libros?

Como escritor autodidacta, mi progresión se ha basado en equivocarse y repetir. Repasando mis primeros libros, hay prosa sonrojante, pero formaba parte de mi evolución. En base a eso, espero que “crónicas desabrigadas”, mi mejor libro a la hora de hacer esta entrevista, sea sonrojante en un futuro, cuando escriba “best-sellers” que me permitan vivir con el dinero por castigo (risas).

Obra de Manel Kaizen ya a la venta.
  • La sinopsis destaca la prosa anárquica de “Crónicas desabrigadas”. ¿Cómo abordas la estructura de tus relatos breves para mantener la coherencia a pesar de la aparente anarquía temática?

Los relatos cortos son, en parte, una herencia de estos tiempos de sobreinformación tecnológica. Por abundancia, dedicamos pocos instantes a cualquier tema porque ya estamos impacientes por leer otro. Esto es terrible, visceral, hemos perdido la reflexión sobre las cosas y no maduramos nuestras emociones. Así, no es de extrañar que nos cuelen “fake news” a diario. “Crónicas desabrigadas”, al igual que el resto de mi literatura, te permite tener el libro en la mesita de noche y abrirlo de tanto en tanto para tomar una píldora literaria sin necesidad de retener lo ya leído o lo que esté por leer. Cada historia es autónoma, y en algunos casos se plantea y resuelve en apenas un par de páginas.

  • Tienes experiencia previa publicando con la editorial Círculo Rojo. ¿Cómo ha sido tu experiencia trabajando con esta editorial en comparación con otras?

Con Círculo Rojo, el autor controla perfectamente el proceso creativo y comercial de su obra. Aun teniendo editoriales interesadas en mis manuscritos, soy consciente de que soy un escritor de minorías, y por lo tanto no quiero atarme a contratos mareantes de veinte páginas en los que acabarás siendo igual de pobre que en una editorial de autoedición. 

  • ¿Qué mensaje o sensación esperas que los lectores experimenten al sumergirse en “Crónicas desabrigadas”? ¿Hay algo en particular que te gustaría que se lleven después de leer tu libro?

Por encima de todo, empoderarnos en que eso de “hacer turismo” no debería circunscribirse a los circuitos políticamente correctos donde todo está preparado para agasajar al visitante. Si un cuartel abandonado en lo alto de una montaña te hace vibrar con la misma intensidad que la que siente otro tipo ante la catedral de Salamanca, pues misión cumplida para los dos, con la diferencia que yo no tendré hordas de turistas coreanos jodiéndome el encuadre de la imagen. Que cada uno elija su bando.


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