Una charla con la autora de «Recetas de Amor para Migrantes», obra publicada con Círculo Rojo.
- ¿Qué te inspiró para escribir «Recetas de Amor para Migrantes» y cómo tus propias experiencias como inmigrante venezolana en España influyeron en la trama de la historia?
Mi inspiración para escribir esta novela nació de un regalo que me hizo mi pareja (un adorablemente parco alicantino)… En mi cumpleaños 29, me regaló un “cupón” que valía por: “la publicación de mi primer libro” (él sabía que yo siempre había querido ser escritora, pero que no había salido de ser aficionada de cajón por dedicarme a ayudar a mi familia y a trabajar). Para animarme, él mismo contactó con Círculo Rojo, pidió presupuestos, información, y me dijo que me ayudaría con todo el proceso para poder ser publicada, que ahora «sólo tenía que escribir» jeje.
¡Me emocioné muchísimo! Por primera vez, todo se sentía real. Esa pequeña gran acción desembocó en que me activara con un perfil de Wattpad para escribir relatos cortos y novelas episódicas, que me inscribiera en cursos de escritura, que mandara relatos a concursos nacionales, que me creara un instagram para empezar a hablar de mi portafolio y de mi trabajo. Tenía mucho material, sólo que no público… y de ahí me dije que desempolvaría la idea de una pareja intercultural (una venezolana y un español) y todas las graciosas y conmovedoras peripecias que las diferencias culturales pueden acarrear en una relación cuando la chica tiene un duelo migratorio que no la deja avanzar.
Recuerdo que le dije a mi pareja: «He leído mucho de parejas interraciales, pero casi nunca de amistades y amores interculturales, que tiene mucho material. Quiero hablar de eso». Me sonrió y me dijo: «Pues hazlo». Y aquí estamos…
- La sinopsis de tu novela sugiere un enfoque en el anhelo de conexión y la búsqueda de hogar en un país extranjero. ¿Cómo abordas estos temas a lo largo de la narrativa y qué mensaje esperas transmitir a los lectores?
En el fondo, creo que todos somos migrantes…En esta época en que vivimos, muchas personas dejan sus pueblos y se van a grandes ciudades, e incluso eso hace mella en su manera de ver el mundo. En mi caso, que es el de muchos venezolanos, provengo de un éxodo masivo donde no se trataba precisamente de mejores oportunidades, si no de cuidar nuestra seguridad en tiempos de crisis… Sin embargo, nos vamos, y quedamos solos. Yo no tenía familia en España que me recibiera, lo primero que me dije fue que, si algo me pasaba y acababa muerta en una zanja, nadie se preocuparía por mí…
Necesitaba amigos, personas nuevas, gente que me importara y que yo les importara a ellos, porque aunque mi familia siempre estaría a un Whatsapp de distancia, no era lo mismo. Con el tiempo, fui aterrizando en buenos lugares, junto a buenas personas que hoy en día considero mi nueva familia encontrada, y que se han convertido en mi hogar fuera de Venezuela.
En la novela, Mía también está sola como la una…trabaja, convive con personas, pero no conecta con nadie en realidad, y eso nos pasa a muchos. Cuando por fin hace lo que le gusta, cocinar, va sacando el lado más adorable de su personalidad y llena con su luz a los habitantes de la casa, por lo que irremediablemente le cogen cariño. Estas personas, migrantes también, se identifican con el anhelo que los platillos de Mía despiertan en ellos.
La comida es un vínculo poderoso con nuestros orígenes, y una de las mejores maneras de entablar una amistad duradera es sentados a la misma mesa. Quiero que mis lectores sientan el sabor de su hogar y el calor de sus casas cuando lean esas escenas, cuando vean que alguien cerca de ellos puede estar intentando conectar con ellos cuando los invitan a tomar algo después del curro. Obviamente también quiero tocar los temas de la soledad, tan sufrida por quienes dejamos nuestra tierra, y cómo hallamos consuelo con las nuevas amistades que nos esforzamos por cuidar.
Y, ojo, no hablamos solo de comida en la novela. La música, las tradiciones, las costumbres, también son importantes. Hay una escena, de mis favoritas, la verdad, donde Mía y su grupo cantan al karaoke, y su temazo favorito es “La canción del emigrante”. Esto provino de un tema que solían tocar en mi gimnasio de Brooklyn fitboxing, y parece mentira, pero algo tan simple como unos versos migratorios logró hacer que conectara con mis grupo de las siete de la mañana, todos más españoles que la tortilla, y a eso sobrevinieron futuros encuentros. Si tengo la oportunidad, escribiré una siguiente novela sobre ese grupo, ¡viva la canción del emigrante!
- La protagonista, Mía García, se enfrenta a la difícil situación de quedarse sin hogar en Barcelona. ¿Por qué decidiste explorar esta situación específica y qué aspectos de la experiencia de Mía reflejan tus propias vivencias o las de otras personas que conoces?
Jajajaja (lo siento, no puedo evitar reír en este caso). Desde que leyeron ese fragmento de la novela, mi familia cree que yo me quedé sin techo, igual que Mía, y lloraron como Magdalenas, y me he empeñado a fondo para convencerlos de que, en efecto, eso jamás me pasó.
Pero escogí esa situación por dos motivos: 1. Necesitaba una excusa para poner a Álex y a Mía en el mismo techo (sí, así de descarada fui), pero la siguiente razón es más poderosa… 2. Porque muchos compañeros venezolanos, latinos, marroquíes, rumanos, y de otras nacionalidades que conozco han pasado por ahí, y los cuentos de ultratumba que me cuentan te dejan el corazón chiquito. Muchos de ellos son echados de sus alquileres bajo circunstancias que son fácilmente demandables, pero no pueden decir nada por diversos motivos legales. Otros llegaron a casas de personas que les prometieron cuidar de ellos y fueron cruelmente engañados.
Uno dirá que fueron ilusos o que debieron pensarlo mejor, pero muchas veces las circunstancias en el país de uno son tan apremiantes que no puedes darte el lujo de esperar, de decidir con criterio… y en el caso de Mía, fue una combinación de mala suerte con una tragedia familiar. Ella toca fondo emocional en la novela, y es Álex (así como sus nuevos amigos de La Dreta Real, la casa donde vivirá) lo que la ayuda a sanar, cuidarse a sí misma, reencontrarse con la persona que fue, que es y que quiere llegar a ser en ese nuevo país.
Al igual que ella, dormí en casa de una prima, pero era la prima de un primo de un primo de un primo (y la lista sigue) a quien no había visto en mi vida. Estuve meses conviviendo como una intrusa, y aunque me trataron bien, siempre sentí que sobraba, que debía demostrar en todo momento que merecía ese techo sobre mi cabeza. Cuando por fin conseguí mi primer alquiler, me sentí como Will Smith cuando firma el trato en En Busca de la Felicidad. Abracé ese contrato de alquiler contra mi pecho y lloré en la calle de la alegría que me invadió. No puedo explicar esa sensación de seguridad, de estabilidad, y esa es la sensación que muchos migrantes buscamos desde que salimos…
- En tu novela, Mía aprende recetas caseras de su madre. ¿Qué simboliza la cocina y la comida en la historia y cómo contribuyen estas recetas a la conexión entre los personajes?
Siempre he tenido una relación curiosa con la comida, y eso lo reflejo mucho en la novela. Al igual que Mía, sufrí de un trastorno de conducta alimentaria (no el mismo, pero sí tuve uno), perdí mucho peso, me enfermé, pero seguía amando cocinar, y me encantaba ofrecer comida venezolana a mis amigos españoles. La comida es cultura, es amor, es conexión, tanto en mi historia como en la vida real.
Cada capítulo tiene un tip de la madre de Mía, que le dejó ese cuaderno de recetas como el legado que de otro modo no pudo dejarle al ella irse. Con esos pequeños tips, Mía adapta las recetas para que los comensales de La Dreta Real coman a gusto. Hay una francesa, un italiano, un canadiense, una americana-catalana y un español, así que hay un pequeño cóctel variadito. Se los gana por el estómago, no voy a mentir, y esa es una técnica vieja y confiable.
Curiosamente, Álex tiene una especie de trastorno también. Una vez leí que los niños que no comen casi nada, y que se convierten en los adultos “tiquis miquis” que comen solo uno o dos ingredientes toda la vida, también sufren un trastorno alimentario. Lo que pasa es que no se le da visibilidad, pero es un trastorno. Es frustrante cómo el lenguaje del amor de Mía es cocinando de todo, y que Álex no sea capaz de recibirlo. Encontrar esos pocos platos que él puede disfrutar ayuda en gran medida a que él acepte su afecto y se vaya abriendo con ella.
- ¿Qué personaje de «Recetas de Amor para Migrantes» te resultó más interesante o desafiante de escribir y por qué?
Uffff estaba esperando esta pregunta. Mi personaje consentido, el que más quiero, adoro, y estimo…es Elliot jejeje. Elliot es la víctima de mi arquetipo favorito de: «Ese amigo que te conoce mejor que nadie, pero que no sería buena pareja para ti». Él es un chico privilegiado y lo sabe, pero no por eso es cobarde al haberse ido de Canadá, su tierra natal. Al igual que Mía, tiene una relación complicada con sus padres y sólo quería apartarse. Es un artista frustrado que encuentra en Mía su primera confidente, alguien que no busca agradarle y que tampoco lo subestima (como hacen los demás en La Dreta Real). Digamos que Elliot y Mía se ven el uno al otro como quienes realmente son, y por eso su amistad me conmueve.
Más que desafiante, escribir las interacciones de Elliot y Mía fue divertido y muy interesante. Aunque el reto fue, he de confesar, cómo hacer que él y Álex se llevaran bien. No quería caer en el cliché de los dos machos alfa que se caen a madrazos por la prota. No, eso habría sido barato y sencillo, y Elliot no es ninguna de esas dos cosas. Álex no le caía bien por motivos distintos a su relación con Mía, pero es gracias a ella que aprende a entenderlo y a respetarlo como hombre y como individuo. ¿Hay celos? Sí. ¿Hay triángulo amoroso? Un poco…Pero es más que nada porque Elliot no estaba listo para que su primera amiga, la que lo vio por quien era, se fuera con su antiguo rival de la casa.
¿Fue mi forma culpable de introducir salseo en mi historia? Por supuestísimo que sí, pero creo que los lectores disfrutarán el desenlace de este curioso triángulo.
- ¿Cómo describirías el proceso de escritura de tu novela? ¿Hubo algún desafío particular que enfrentaste durante la creación de la historia?
Como todo escritor que no vive de la escritura, el mayor desafío fue compaginarlo con mis horarios de trabajo…Soy una escritora mañanera, funciono mejor al empezar el día, así que imagínense eso con un horario de oficina. No combina para nada. A menudo me despierto a las cuatro o cinco de la mañana para escribir hasta las ocho y, después de eso, ir a la oficina. Cuando llego a casa, a menudo estoy tan cansada que no puedo escribir más… pero me dedico a, por ejemplo, realizar contenido adicional para mis personajes (amo hacer animaciones con ellos, posts desde sus puntos de vista, vídeos musicales, todo para que la gente se enamore de ellos tanto como yo).
Es duro escribir cada día. Un día bueno, en mi caso, implica diez páginas. Un día malo…cero. Pero si escribo tan solo una palabra, ya soy feliz, porque no estoy en el mismo sitio que el día anterior. Tardé seis meses en escribir la novela, y casi un año en pulirla… Estaba oxidada, y al ser mi estreno literario quise tomarme mi tiempo y hacerlo a mi manera.
- Has mencionado que la historia de amor entre Mía y Álex se cocina a fuego lento. ¿Cómo desarrollaste esta relación a lo largo de la novela y qué aspectos querías destacar en su evolución?
Álex, a diferencia de lo que opina mi familia (otra vez), no está basado en mi pareja. Álex tiene muchísimos más problemas jejeje. Es un sujeto complicado, con una historia que se me resistió mucho, pero siento que es justo la persona que Mía necesitaba.
El nombre de Álex proviene de Alejandro/Alexander, que significa: Protector. Mía, por su parte, significa: La elegida.
No hay mucho que esconder aquí. Álex tiene un complejo de salvador muy fuerte. Le gusta ayudar, ser útil, controlarlo todo; es metódico, inteligente, y analítico. Y cuando conoció a Mía…ella era un desastre. Sus antenas no pararon de moverse, obviamente. Pero fui un paso más allá. Esta no es la historia de una damita tonta que se enamora de su salvador, sino de cómo ella también se adentra en el corazón herido de Álex, uno que él no estaba dispuesto a admitir que existía. Él será inteligente en el sentido tradicional de la palabra, pero Mía tiene inteligencia emocional, cosa que a él le hacía falta.
Ella le enseña responsabilidad afectiva con los demás (él no tenía verdaderos amigos, y sus relaciones pendían de un hilo) así como con él mismo (en la novela Álex sufre un caso curioso de síndrome del impostor, en todo el sentido de la palabra). Cuando ella cocina para él, al principio Álex la rechaza educadamente, pero ella lo observa con cuidado, aprende de sus gustos y adapta las preparaciones a lo que él pueda comer. Y cuando por fin lo consigue…el nivel de catarsis es impresionante.
Álex no ama la comida tanto como Mía, pero sí ama que Mía se preocupe tanto y se esfuerce por hacer algo que se ajuste a sus gustos de niño selectivo. De pronto, empieza a admirarla. Y, a medida que Mía deja de ser ese desastre de persona y crece como individuo, Álex se ve irremediablemente atraído por su luz y su buen corazón. La atracción lo pilló a él mismo desprevenido, pero una vez que el agua empieza a hervir en la ola…Ay, difícil está que uno no se queme.
No quiero revelar demasiado de sus escenas juntos para no hacer spoilers…pero sí puedo decir que hay encuentros secretos entre ellos en la oficina, bailes de música latina, miradas furtivas llenas de anhelo bajo el mismo techo y mucha, mucha, pero mucha ternura que ocurre en el día a día de su convivencia. Estos son dos desconocidos que se volvieron amigos, y dos amigos que se volvieron amantes irremediables.
- ¿Qué importancia tiene la ambientación de Barcelona en la historia y cómo influyó la ciudad en el desarrollo de los personajes y la trama?
Estoy totalmente parcializada aquí, pues Barcelona fue la ciudad a la que llegué cuando me fui de Venezuela. Para Mía (y para mí), Barcelona es una ciudad mágica, de esas que solo veías en películas y en postales, un destino casi bíblico, lleno de miel y leche (o, bueno, moscatel y calcots), y donde las culturas se entretejen en una romántica noche en la rambla. A nivel intercultural era el destino perfecto para Mía, donde conocería a todos estos migrantes que, como ella, habían dejado su hogar.
Barcelona es una excelente ciudad para crecer. Me explico: es tan bohemia y artística que uno sale a pasear y se siente en un cuento de hadas. Y Mía estaba viviendo el suyo. Esta es su historia de superación, de encuentros mágicos predestinados, de comida deliciosa y de salidas nocturnas que nunca pudo vivir en su país, así que Barcelona impregna vida en Mía desde el minuto uno. Al igual que a mí, la ciudad te inspira a sacar la mejor versión de ti, a ser fiel a ti mismo, y a divertirte en el proceso.
- ¿Qué tal ha sido tu experiencia publicando con la editorial Círculo Rojo y qué aspectos destacarías de trabajar con ellos en la publicación de tu novela?
Círculo Rojo ha sido un abrazo en medio de un mar de soledad. No conocía el concepto de la autopublicación hasta que mi pareja me los presentó, y recuerdo que su profesionalidad me impresionó. No tengo queja alguna de ellos, solo agradecimientos y cosas buenas a destacar: son puntuales, respetuosos, profesionales, cercanos, certeros y eficientes. No sé qué más podría pedirle a una casa editorial. Han tratado a mi bebé, mi novela, con cariño y amor, y eso ya les tiene ganado el cielo en mi corazón.
Tuve un cambio de editora en el proceso, pero ellos se encargaron de hacerme sentir cuidada y guiada para que no fuera traumático. La ayuda promocional es genial y el trabajo de portadas es rapidísimo. Si de algo tuviera que quejarme, es que los tengo muy lejos en Almería, a donde algún día tendré que ir a verlos para darles un abrazo por todo lo que han hecho por mí como escritora.
- Finalmente, ¿tienes algún mensaje o consejo para otros escritores que están trabajando en sus propias historias sobre la experiencia migrante o la búsqueda de hogar en un país extranjero?
Sí…que vivan su proceso, lo respeten y no lo desdibujen. Algunos lectores dirán que yo más bien me he quedado corta en lo que a experiencia migrante se refiere, pero es porque yo tengo la filosofía de que esos procesos nos marcan, pero no nos definen por completo. Yo soy Anabel Queen, no soy «la venezolana». Encasillar a un individuo por su origen, su etnia, su color, su forma de hablar, siempre me ha parecido reduccionista y simplista. Mía es venezolana, sí, pero es mucho más. Álex es español, pero es su propia persona. Elliot, Charlotte, Luca, Leia…Todos son personas, no importa de dónde vengan.
Ojalá que los escritores migrantes sepan hallar el equilibrio entre nuestras poderosas marcas de duelo migratorio y el hecho de que nuestras vidas ahora están aquí (el país donde ahora estemos). Somos diferentes a quienes éramos, pero seguimos siendo nosotros. Mi familia en Barcelona (y ahora en Málaga) me conoce por quien soy, no por donde vengo, y su amor, esa conexión, viene de los bellos tintes que mi país ha dejado en mí, enalteciendo, pero nunca opacando, mi personalidad.
Sean fieles a sus raíces, pero también a sí mismos. Eso es todo lo que, muy humildemente, les puedo recomendar.
¿Te gustaría conocer las apasionantes historias de escritores modestos, pero no por ello menos buenos?
Únete a nuestro canal de Telegram (es gratis) para ayudarnos a darles voz a esos escritores que necesitan un empujón. Sus vivencias e historias para publicar sus libros, su pelea para hacerse un hueco y su mensaje es igual o mejor que el de cualquier top ventas. Únete a nuestro canal para descubrirlos y apoyarles.