Luys D`Ariel nos presenta su obra “La máquina de afilar cuclillos”
Empecemos por lo principal, ¿quién es Luys D`Ariel?
Luys D´Ariel es el heterónimo de un poeta argentino, tricampeón mundial recientemente, y afincado en Madrid hace 30 años. Como todo heterónimo, se trata de una voz, de una entonación distinta para nombrar (y construir) poéticamente la experiencia. Hay que recordar que todo emigrante vive a caballo entre dos realidades, entre dos culturas y, en mi caso, entre dos dialectos: uno que se va perdiendo progresivamente y otro que nunca acabo de aprehender. “No soy de aquí, no soy de allá…”, canta Facundo Cabral con razón. Entonces, de esa personalidad múltiple o, al menos, bivalente, nace la necesidad de expresarse como otro, con otra biografía y otra visión del mundo. Y esto es simplemente Luys D´Ariel.
¿A qué edad sientes la necesidad de empezar a escribir?
Empecé a escribir cuando comencé a leer, a los 11 años. Antes no leía ni los carteles publicitarios de la calle y estaba lleno de “horrores” de ortografía, incluso cuando hablaba. Me costaba mucho expresarme. El mundo para mí estaba dentro de un televisor. Soy de la generación en que la imagen (al principio en blanco y negro, luego en color) valía más que mil palabras. Ahora sé positivamente que hay palabras que valen más que mil imágenes, especialmente las de Rilke, Pessoa, Borges… El milagro se debió a dos hechos trascendentes: el primero, que mi abuela, la poeta María Luisa Villafañe, autora de Clara Oscuridad, me regaló para mi onceavo cumpleaños un libro mágico y revelador: Enrique Dy, de Francisco Finn. Su protagonista cumplía años el 21 de diciembre, igual que yo. Esa nimia coincidencia despertó mi curiosidad y me dio alas para leer. El segundo hecho, tan motivador como el anterior, fue la llegada de una nueva vecinita de 13 años de la que me quedé prendado. Por aquel entonces, tenía la convicción de que un buen puñado de palabras bonitas podía hechizar a una persona. Entonces comencé a adulterar ciertos poemas de Bécquer o de Juan Ramón Jiménez con la intención de ajustarlos a esa extraña voluntad llamada amor, como dice Schopenhauer. No conseguí enamorarla, pero di mis primeros pasos como escritor.
¿Cuántos libros has publicado desde entonces y qué es lo que más destacarías de ellos?
A día de hoy, he publicado tres libros: Calipso abandonada (Dunken, 2017), La máquina de afilar cuclillos (Círculo Rojo, 2022) y Conocerás la noche (Aliar Ediciones, 2023). El primero narra en prosa poética las relaciones que mantuvieron Calipso y Ulises durante los 8 años que estuvieron juntos en Ogigia y de los que poco dice La Odisea. En el fondo, una terapia de pareja donde se exponen los límites del amor, la memoria y la negación del duelo. El segundo es un conjunto de aforismos, a los que llamo “cuclillos” por ser estos pájaros de afilado canto creativo. Vuelan sobre diversos temas: el amor, el lenguaje, el tiempo, la estupidez, los prejuicios, la metaliteratura y los viajes. Conocerás la noche es un poemario con la noche como hilo conductor. Habla, por consiguiente, de las sombras y las luces del ser humano.
Hablemos de tu obra “La máquina de afilar cuclillos”. ¿Cómo nace la idea de escribirla?
Siempre he sido un escritor afecto a la brevedad. Me encantan las miniaturas y el poder de concisión. Es asombroso comprobar cómo, a veces, en una frase puede caber un mundo entero. Vengo de un país muy anchuroso al hablar. Me gusta que la palabra valga su peso en oro (“El aforismo es una tesis sin argumentos ni pruebas”). Y en un haiku, en una jarcha, en una máxima o aforismo cada palabra nunca está de más, y si lo está, mal asunto. Era natural que quisiera escribir un libro de aforismos, hacer literatura del pensamiento (“Como la flor, la vida es breve, pero su perfume denso”) y pensamiento de la poesía (“Si no fueras de nieve, dejaría que durmieses en mis brazos”).
¿Qué pretendes conseguir en el lector con su lectura?
No soy un sabio, pero opino; no soy Borges, pero escribo; no soy Chomsky, pero pienso (“El tiempo solo existe si nos mata”). Mi intención no es predicar ni dictar sentencias (“Hablar una lengua muerta tiene que dejar un pésimo sabor de boca”). No soy ejemplo de nada, salvo del compromiso con la escritura y el mundo (“Ni el amor es una jaula ni la libertad un pájaro”). Los aforismos son fogonazos en la mente y ese fuego de artificio me interesa, nunca para adoctrinar, sino todo lo contario: para formular dudas y volver la vista hacia un lugar (“La envidia es un glaciar”). No trato de dar respuestas, sino de enunciar preguntas (“¿Quién fue el Mozart del silencio?”). Y eso acerca al aforista al filósofo y al poeta. Y al lector (“¿Quién no ha tenido alguna vez puntos de vista suspensivos?”).
¿Eres un escritor ambicioso de los que quiere llegar lejos, o te conformas con escribir lo que quieres y publicar a tu ritmo, con diferencia del éxito que puedas conseguir?
Vengo del mundo de la docencia y de la investigación lingüística, de algo tan arduo como la sintaxis generativa. He publicado artículos en este entorno donde solo te leen personas interesadas en lo que investigas. Ahora bien, mi carrera de escritor, si escribir es un trayecto, una constancia, ha sido hasta hace poco intermitente. De unos años a esta parte me tomo el oficio con sosegada urgencia (serán cosas de la edad). He escrito mucho y en muchos géneros (haikus, epigramas, poesía, novela, cuentos, microrrelatos), algunos que esperan ver la luz muy pronto. No me interesa el éxito estadístico, solo me invito a mejorar, a ser cada vez más creativo y sincero con lo que escribo. Es esa mi ambición. Si de ahí se deriva el éxito, el ser leído cualitativa y cuantitativamente, bienvenido sea.
¿Cómo ha sido tu experiencia sobre el proceso de publicación, especialmente con Círculo Rojo?
Excelente, en el caso de Círculo Rojo (y en los otros también), la profesionalidad, el mimo y el asesoramiento has estado a la orden del día. No tengo más que loas y agradecimientos.
¿Algo que puedas aconsejarles a los que están pensando en publicar?
Escribe para mantener ocupada tu mente; publica para mantener ocupados a tus críticos.
¿Qué autores te han inspirado más a la hora de escribir aforismos?
Cioran, sin lugar a dudas, y después Nietzsche. El primero no solo me reveló la inmensidad del aforismo como espacio creativo, sino que me cambió la manera de ver el mundo. Claro que apareció en mi primera juventud donde el impulso vital en un país como Argentina es plenamente cioranesco (pesimista). El aciago demiurgo o La caída en el tiempo me marcaron a fuego. Otro aforista, tremendamente original e influyente, fue Porchia (Voces abandonadas), capaz de llevar el pensamiento y el lenguaje a situaciones límites: “Siempre estoy en los extremos de mí mismo y, en todos ellos, hallo mi término medio”). También debo mencionar a Wallace Stevens, La Rochefoucauld, Oscar Wilde, de Ory, Canetti (El suplicio de las moscas), Lichtenberg, Gómez de la Serna y sus greguerías, Pérez Estrada (Crónica de la lluvia), Chamfort, Bergamín… Entre los más jóvenes, me parecen reseñables y una bocanada de aire fresco autores como Ramón Eder (Relámpagos) y Eliana Dukelsky (La lengua o el espejo).
¿Dónde se pueden conseguir tus libros?
Mis libros se pueden adquirir a través de Amazon, la web de Casa del libro, en www. agapea.com o en las propias páginas de Dunken (www.dunken.org), Círculo Rojo(www.editorialcirculorojo.com) o Aliar Ediciones (www.aliarediciones.es), tanto en formato papel con en versión Kindle.
Para terminar, ¿nos recomiendas alguna lectura?
Para un conocimiento cabal del aforismo, El arte de la levedad, de Javier Recas y Fuegos de palabras, editado por Carmen Camacho. En poesía, Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters. Creo que el mejor poemario que he leído en mi vida. Hay una pequeña novelita de un autor algo olvidado pero muy admirado por Hemingway en su momento: El sacrilegio de Alan Kent, de Erskine Cladwell, un texto brevemente colosal. Otro libro que roza la poesía, la biografía y el aforismo es Una leve exageración, de Adam Zagajewski. Y barriendo para casa, recomiendo mi Poemas de Country Club (editará Aliar Ediciones, 2023), una sátira de los barrios cerrados de Buenos Aires y su fauna particular.
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