Conoce a Israel Selassie y su primera obra “Liberadlo ya”.
Para quién no te conozca, ¿quién es Israel Selassie?
Israel Selassie es un pseudónimo que explica esa conjunción que la élite querría ser y que jamás logrará merecer, dado que, en esencia, este personaje sería demasiado dictatorial y poderoso para que Dios o la Tierra lo permitiera. Bajo el paraguas de estas dos palabras explico una revolución que se ha gestado silenciosamente y que hay que continuar desvelando paso a paso para que, cierto día, incluido un servidor, podamos ser libres.
¿Cómo nace tu vena escritora?
Es difícil de explicar. De pequeño no me gustaba demasiado leer y tampoco escribir. Prefería jugar al fútbol o a las consolas. Con el paso del tiempo, una vez ya había iniciado los estudios de periodismo en Barcelona, pude comprobar que la literatura es una forma de comunicación que sigue tres direcciones: la voz del escritor, a través de los personajes y de las situaciones, le habla a tu pasado, a tu alma y a aquella parte futura de ti que, por razones obvias, aún no has desarrollado. Ese diálogo constante entre los intersticios tanto metafísicos como temporales de lo que hemos sido, somos y no sabemos que seremos, es lo que me permitió, probablemente, evitar caer en una profunda y devastadora locura depresiva. A mí, literalmente, me salvó la literatura. En concreto, me salvaron La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera y La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, de ahí que el vínculo que me liga a este arte me empuje a seguir viviendo y a ser algo que necesito más allá de una mera forma de expresión o de la transmisión de un mensaje.
¿Cuántos libros has publicados ya?
Sólo uno, Liberadlo ya, un libro que jamás tuve en mente, que vino como un rayo y del que al final, más que poder llegar a considerarlo como la primera obra publicada, lo considero como el primer fracaso, ensayo y posterior lección acerca de todo aquello que no hay que hacer muy a pesar de creer estar haciendo lo correcto. Antes publiqué un relato, Memoria de arena, en el recopilatorio de Sant Jordi de 2019 de la fundación BarcelonActua.
¿Qué es lo que más destacarías de “Liberadlo ya”?
A decir verdad, que conseguí —aunque no lo crean cuando lo digo— lo que realmente buscaba. Quería una historia dual, que fuera del Pueblo y para el Pueblo y lo que ha resultado ha sido que, a fin de cuentas, ha sido el Pueblo quien mejor la ha entendido. Es de entre la gente que yo considero del Pueblo (gente de clase trabajadora, que sufre las injusticias, que trata de salir adelante y lo hace muy a pesar de las circunstancias, gente sencilla, que valora lo simple y de sueños tranquilos y pacíficos) de la siempre he recibido la misma pregunta final, la que yo buscaba, pues lo único que hago con Liberadlo ya es un llamado a que conservemos la Esperanza y reflexionemos acerca de qué es lo que esperamos: que el verdugo se salga con la suya o que se haga, al fin, justicia. A nivel literario estoy satisfecho, aunque he visto los múltiples fallos que he cometido y de los que me llevo un gran aprendizaje. En cuanto a resultados, no obstante, a pesar de no estar contento, considero que soy joven y me queda un largo camino por recorrer.
¿Alguna anécdota que puedas contarnos?
Recuerdo que en las primeras semanas de redacción de Liberadlo ya anduve inmiscuido en la interiorización y en la exteriorización de las llamadas sincronicidades, concepto que fue desarrollado en mayor medida por el psicólogo Carl Gustav Jung. Uno de esos días lo dejé todo en silencio y, en mi habitación, una brillante mañana de enero, percibí que mi vida se encaraba definitivamente a ser escritor y pensé casi con devoción que en un futuro no muy lejano iba a dedicarme a la literatura de manera exclusiva. Escuché a un hombre que hablaba desde la lejanía con voz límpida y clara, con adoración y sin envidia, con sinceridad y sin hipocresía cómo le decía a alguien: «¡vaya trabajo te has buscado!». Una sensación de pureza me invadió y automáticamente mi mente se trasladó a esa definición de sincronicidad, como si, en esencia, el hecho de ser escritor fuera ya a la vez mi destino y mi presente. Me pareció que era un ángel quien hablaba. Luego quise asomarme a la ventana y no vi a nadie. Y aunque probablemente se lo hubiera dicho a uno de mis antiguos vecinos (que se supone que es traficante) jamás le vi la cara ni volví a escuchar esa voz. Desde ese momento, recurro a ese recuerdo como fuente de energía cuando dudo entre «vivir una vida convencional» o «continuar luchando por mi sueño», el cual tiene que ver, en parte, con la literatura como medio de expresión para obrar algo más grande. Siempre me quedo con lo mismo: fuera quien fuera esa persona, lo cierto es que la palabra «ángel», lejos de lo que entendemos hoy en día, radica en la palabra griega «ángelus», que tan sólo significa «mensajero».
¿Qué opinas del papel del escritor en las redes sociales?
Creo que las redes sociales se han convertido en una ventana maquillada, sin poros y sin grietas. Desde su aparición, han mutado siendo una herramienta de comunicación con un potencial muy elevado hasta llegar a sacar a relucir nuestras mayores debilidades, convirtiéndonos en seres transparentes, en un espacio en el que no hay resquicios ni simas para que el misterio quepa, ni para que penetre la luz que anhela descubrir y preguntar. Quizá puedan ser una buena herramienta para el artista visual, que puede encontrar una vía de exposición, o incluso para el músico, que puede hallar su nicho y su público a través de las redes sociales, pero, bajo mi perspectiva, la literatura es el arte de la quietud y armonía, pero también de la dilatación constante y perpetua. Por mucho que pudiéramos resumir una historia en cuatro o cinco párrafos para una red social, no lograríamos abarcar ni el grado más ínfimo de lo que supuso para el autor o cómo, por ejemplo, se inscribe esa obra en el contexto social o en la hermenéutica de su época. Así pues, opino que el papel del escritor en las redes sociales debe ser disruptivo con la realidad y con su obra, transgresor a partir de su mensaje y activo en su disposición, pero jamás ha de ser transparente ni usar filtros: eso sólo le serviría si fuera esa su reivindicación primordial, algo que iría más allá de justificaciones y argumentaciones.
¿Qué consejo te gustaría darle como escritor a tu yo de hace unos años?
Que se dejara guiar por aquella máxima hindú que dice que «lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido». Considero que he trabajado muchísimo y que, a veces, me he exprimido incluso demasiado tratando de que los proyectos avanzasen más rápido o de conseguir mayores frutos de los que, quizá, merecía. Le diría que viviera un poco más la vida, que un escritor se nutre de lo que lee y de lo que crea, sí, pero, ante todo, de lo que vivencia.
¿Qué autores te han inspirado más a la hora de escribir?
Aunque Kundera fuera el autor que me transportó al mundo literario, considero que Jorge Luis Borges, William Beckford, Hermann Hesse, Alejandra Pizarnik y Gabriel García Márquez han sido clave en mi ideario. Considero que en todos ellos hay cierto misticismo que pretende ser ocultado al lector y sólo insinuado mediante sugerencias y asomos, y creo que esos son los aspectos que, en su día, fueron más elogiados y menos entendidos. A fin de cuentas, me inspira más una narración que suscite la conmoción que un relato que te lleve de la mano o que te ilumine el camino. Creo que estos cinco autores tenían algo en común, y era que sabían cómo abrir ventanas en sus textos, cómo disponer la iluminación en las páginas para que nosotros mismos, los lectores, eligiéramos con qué luz y con qué tono quedarnos y avanzar, bajo qué prisma proyectar. A fin de cuentas, me gustaría poder cultivar un estilo propio que fuera más recordado y evocado que celebrado.
¿Dónde se pueden conseguir tus libros?
De momento están en la web de la Editorial Adarve, en el portal on-line de Amazon y en multitud de librerías del Estado Español vía Internet, tanto en físico como en formato digital. La verdad es que la Editorial Adarve ha hecho un trabajo excepcional, cosa que le agradezco de corazón. A todos los escritores noveles y no noveles que quieran publicar y se vean ante la dificultad de acceder a las grandes editoriales, les recomiendo sus servicios y su profesionalidad.
¿En qué estás trabajando ahora? ¿Tienes algún proyecto entre manos?
Pues sí. Estoy a las puertas de acabar una novela que tiene por objetivo unir raíces literarias; en concreto, las de la narración convencional junto con el cuento o relato corto. Todo tendrá lugar en una ciudad llamada Bahabba, el confluente de las historias, de los mitos y leyendas y de la teoría que el personaje principal desglosa mediante su vida y su peculiar manera de ver y de describir eso que llamamos realidad. Dos amigos se encontrarán después de un largo período sin saber el uno del otro y, al verse, iniciarán una especie de competición narrativa. De momento, poco más puedo añadir: sólo que he hallado cierta serendipia en lo que llamo el olaísmo.
Para terminar, ¿nos recomiendas algún libro?
Voy a recomendar tres, tres libros que a mí me han expandido el abanico de posibilidades y la profundidad en la mirada, tanto a nivel literario como personal. El primero es Vathek, de William Beckford, una novela de apenas cien páginas que relata el descenso a los infiernos del sultán Vathek, el cual se deja llevar por los encantos del demonio y acaba por ser seducido. Es una obra mágica, lírica y total, en la que se combinan la historia real de la escritura durante tres noches en vela de la obra —relatada por Stéphane Mallarmé en su famoso prólogo— con la vida del propio Beckford. El segundo libro es La ignorancia, de Milan Kundera, una novela que leí hace relativamente poco y que sanó en mí uno de mis grandes debates personales: la diferencia entre la melancolía y la nostalgia. Y el tercero es 1984, de George Orwell, un libro que, bajo mi punto de vista, debería ser obligatorio en todas y cada una de las escuelas públicas y privadas de la Tierra, y más aún hoy día.