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Hablamos con la escritora Altea Cantarero, autora de «Trilogía del Ogro».

Hablamos con la escritora Altea Cantarero, autora de «Trilogía del Ogro».
  • Para quién no te conozca, ¿quién es Altea Cantarero?

Altea Cantarero es, para empezar, una mujer real, de carne y hueso, que sin embargo escribe bajo el amparo de un pseudónimo, un alias literario construido con las raíces y las alas de la persona que hay detrás. No puedo dar más detalles sobre ese nombre sin desvelarme, pero tiene que ver con mis orígenes profundos, con mi procedencia ancestral, y a la vez con mi presente y mi futuro, mi proyección en el tiempo. Es un juego mágico con mi pasado y mi identidad. Y es, sobre todo, un refugio, un puerto seguro para alguien con gran timidez y pudor de mostrar su obra con su nombre “habitual”.

  • ¿Cómo nace tu vena escritora?

No me recuerdo sin leer, sin escribir. No recuerdo la existencia de un tiempo prelingüístico, una vida sin lectoescritura. Tal vez porque mi madre ha sido siempre maestra y nos inculcó obsesivamente el amor por la lectura, por los cuentos, por los libros, casi como con un reverencial respeto. Siempre he escrito, desde que tengo memoria, como suelo decir. Todo tipo de cosas: cuentos, redacciones, cartas, relatos, diarios, ensayos, poemas (¡muchos poemas!, hasta tengo un breve poemario publicado), notas, artículos…

Y soy terriblemente promiscua en mis lecturas; me cuesta discriminar entre la considerada “alta literatura” y la subliteratura o las llamadas obras de género; por supuesto que adoro a Saramago, Yourcenar, Dostoyevski, Bukowski, Capote, McCarthy, Ondaatje, Couto… la lista sería (casi) infinita, pero nunca olvido que Cervantes escribió el Quijote principalmente para entretener y hacer reír, y que en su época no era un “clásico”, no como lo entendemos hoy. Desde chica, devoraba con igual y generosa avidez desde la biografía de Lola Flores que venía con el Pronto en casa de mis abuelos hasta el Lazarillo de Tormes, Marco Aurelio, las Brontë, Roald Dahl o Ana María Matute, por citar personas o tiempos de la más variada índole (eso sin entrar en lecturas de “no ficción”). A menudo leía cosas que ni siquiera entendía, por sentir que participaba de esa magia escondida entre las páginas de los libros “de mayores”…

  • ¿Cuántos libros has publicado ya?

Solamente he publicado una novela hasta la fecha, en tanto que libro de ficción, y con mi nombre-alias literario “Altea Cantarero”. Por mi dedicación laboral (y con mi “nombre habitual”), he publicado con anterioridad numerosos trabajos diversos de no ficción, además de un pequeño poemario y algún otro poema suelto en obra colectiva, pero nunca una novela. Ogro es mi primer vástago novelesco y con él, con mi nuevo nombre, he querido comenzar una era distinta para mí.

  • ¿Qué es lo que más destacarías de Ogro?

Tal vez una frase de una lectora, la crítica literaria Alicia Palmero, resuma algo de ello: ella afirma que en Ogro se narra terror con una lírica inusitada en este género. Trato de mixturar allí una trama negra, de suspense clásico, con otros elementos como las alusiones históricas a un entorno y un momento concretos muy significativos. Busco entretener, puramente, en primer y último lugar… pero también tratar con sumo respeto a la persona lectora mostrándole los recovecos de la trama de un modo complejo y dilatado. Que comprenda por qué es importante lo que sucede, y para quién. La densidad de las atmósferas…

Como cualquier escritora con cualquier historia, imagino, quiero narrar muchas cosas que resulta imposible sintetizar en una sola. Quiero contar, para empezar, un cuento que cuente cosas extraordinarias, una historia “al amor de la lumbre” (seguramente, el título de mi próximo libro) cuyo fin primero y último es divertir, hacer fabular a través de un modelo de pesquisa clásica, una historia de misterio en ese sentido muy canónica, con su cadáver sangriento y destrozado, sus monjas sospechosas, su inspector jefe castizo a punto de jubilarse…, y sin embargo quiero contar más allá también: rescatar, por ejemplo, las voces de niñas y adolescentes que vivieron entonces, testigos privilegiados en el libro, mujeres en ciernes ya con una agencia propia, cada una dentro de sus posibilidades, irreductibles y verdaderas protagonistas de la novela. En la atmósfera opresiva y a la vez conmovedora por momentos de ese internado de niñas, en la Cuenca franquista de mediados de los años 60, veremos cómo se desarrolla una historia a ratos de terror, a ratos de fiera sororidad y tierna camaradería, que desafía algunas de nuestras asunciones sobre la verdad o la lealtad.

Destacaría también la coralidad: Ogro es una novela muy coral, donde es difícil discernir un solo protagonista… personas muy diversas –en edad, condición, género…- desempeñan papeles centrales, cada cual en su singularidad irreductible, en un misterio que, hasta la última página, no deja de desvelar sorpresas inesperadas.

  • ¿Cuánto tiempo te ha llevado escribirlo?

Es difícil responder a esa pregunta ya que Ogro ha tenido fases de gestación muy diferentes.  Hay muchos paralelismos posibles, raras vecindades, entre el proceso de dar a luz un ser humano (concebir, gestar, parir, amamantar…) y el de alumbrar un libro. En ambos casos asistimos a una sucesión de lunas, a cual más insondable, y parimos, gimiendo entre aguas, narraciones, historias, «temores y temblores», en medio de esa borrasca de «cólera y ternura» (recordando a Adrienne Rich) que es crear, amar, cuidar, como han dicho y han sabido muchas antes que yo. También hay distancias, muy vastas, entre ambas suertes de cachorro. Aún las exploro.

Podría tal vez estimar unos dos años pero no estaría siendo muy precisa. Es difícil ser precisa. Algo de Ogro bulló siempre en mí, una pequeña semilla, un germen informe. Después comenzó a perfilarse cada vez más en un breve curso de género negro donde empecé a dar forma a muchas intuiciones ogrescas. Finalmente llegó el tiempo de escribir más en serio, con más disciplina, con más rotundidad… ese tiempo de “disciplina augusta” de robar horas al reloj, al sueño, para duplicar, auténticamente, la vida cotidiana. Tal vez eso fueron unos meses, no llega al año… pero como digo es complicado circunscribirlo ya que se trata de un proceso híbrido, que implica tiempo, sí, pero no solo el tiempo del calendario sino la vida densa del corazón, implica sueños (conscientes o dormidos), miedos y tribulaciones, insomnio y reloj, decisión y apertura, sobre todo apertura, dejar ir… Escribir una novela es abrirse a un mundo nuevo de seres, relaciones, que antes no existía, que verá la luz para, después, en el más bello de los casos, poblar también el corazón de otras personas. Es alquimia, es magia negra de la buena. Pero también sangrar, sangrar mucho y mucho tiempo, como decía Hemingway.

  • ¿Alguna anécdota que puedas contarnos?

No sé si es una anécdota como tal, pero, acaso, lo más hermoso que recuerdo del proceso de escribir Ogro es contarles cosas a mis niños sobre la historia, como si fuera un cuento (aunque se trata de un género en absoluto adecuado a sus edades entonces, ni siquiera ahora), y que me dieran ideas y sugerencias para los caminos de la trama. A veces incluso tenían a bien soportar que esta madre que les ha tocado les leyera trozos en voz alta y, lo más grave de todo, que hasta lo disfrutaran, en sus tiernas mocedades… me preguntaran, se indignaran con el mal, se alegraran con el bien, se regocijaran en las pequeñas venganzas… Son unos magos, mis hijos.

También fue especialmente bello, ya publicada la novela y en la primera Feria del Libro de Cuenca el pasado otoño, que un visitante a la caseta que quiso comprar Ogro, grandísimo lector aficionado a la poesía de Neruda, por ende, fuera una persona con trisomía del par 21, ya que un personaje muy especial y significativo de la novela presenta también esta diversidad genética claramente visible.

  • ¿Cómo te sientes al ver tu opera prima con tan buena acogida?

La verdad, cada persona que me cuenta haber gozado con el libro, haber sentido los personajes como historias de carne real, haber deseado que no terminaran sus páginas… es una caricia en el alma, para qué te voy a engañar. Hace poco me decía una bellísima lectora y mejor persona, cuando acabó Ogro: “¿Qué hago yo ahora sin Lobo, sin Líber, sin Marita, sin Olvidito, sin Polonieta…? ¡Dale a la tecla, por dios!”. Eso lo vale todo… los miedos, las dudas, el tremendo trabajo. La sangre de Hemingway. Eso significa que mi historia ha salvado la distancia infinita entre dos almas diferentes para llegar a ser algo en otro ser, en su vida, en su propia historia, siquiera por unos días… y eso es una alquimia de ternura y grandeza casi imposible de explicar con palabras… esas palabras que sí forman los cuentos, en realidad.

A cada lectora, lector, solo puedo agradecerle en el alma, porque han duplicado mi propia vida por dentro. Gracias… y habría que inventar otra palabra.

  • ¿Qué opinas de la sociedad actual para el trabajo del escritor?

La sociedad actual (occidental, se entiende) es tan voraz como banal, tan egocéntrica y narcisista como depresiva, tan autocomplaciente como atribulada en su neurosis… Hay más soledad que nunca, paradójicamente, en la era de las redes y la hiperconexión, la obsesión por el instante y la galopante obsolescencia, el miedo a envejecer (más que a morir, morir, ¿qué es eso? De eso ni se habla), donde la gente pasea por la calle mirando su propia pequeña pantallita, donde suceden las cosas, donde sucede el mundo, mientras la vida pasa por fuera y el planeta agoniza… esa adhesión obsesiva al instante que se marida paradójicamente con la duplicidad del momento y la necesidad de hacerlo durar (vídeos, directos… la eterna hibridez del mundo contemporáneo).

Pese a ello, o tal vez por todo ello, me sigue pareciendo maravilloso, de una rutilancia cósmica, que la gente siga leyendo. Sí, la gente lee… no sé si más o menos que antes (¿antes, cuándo?), no sé si muchas o pocas personas, no sé si cosas de menor o mayor calidad, pero se lee, y eso es un dato alucinante, formidable.

Todo ello (cómo son hoy las personas que leen, o no) influye notoriamente en cómo es ese “trabajo de escritor(a)” en esta sociedad actual… A menudo la escritora se pliega a esa adhesión al instante, a esa necesidad de sorprender más allá toda consideración (un asombro que se agota en sí mismo, acaso por su propia trivialidad), esa adicción a la exposición en redes, ese pulso por complacer al potencial lector sea como sea, sea cual sea su sed o su hambre.

Como dato curioso, me resulta muy interesante el éxito creciente de los audiolibros, que a la gente le siga gustando tanto escuchar historias leídas… Y es que acaso esté en el ADN (simbólicamente hablando) de la especie híbrida que somos el que sigamos amando escuchar historias, cuentos que nos lean en voz alta otras personas, como cuando la gente se juntaba a escuchar la “novela” por la radio o comían mientras alguien (que supiera leer, pocos había) leía, o simplemente, como cuenta Isak Dinesen en Lejos de África, que amemos por encima de todo el arte de contar bien una historia, cuando escasean las narraciones en la soledad de una granja en África…

No seré yo quien indique a nadie lo que tiene que escribir, y cómo, ni mucho menos cómo se deba publicar. Hacemos lo que podemos, todas, todos. Fluyen auténticos ríos de tinta sobre cómo ha evolucionado ese oficio de escribir (más que un oficio) y, sobre todo, de publicar, desde el camino de la autoedición (la independencia, dicen muchos… me gusta esa idea del escritor, la escritora independiente, aunque por desgracia no sé si es más una romantización en muchos casos) a los cauces (cada vez menos) canónicos de las editoriales al uso.

Que cada cual escriba (lea) como pueda, como quiera. Escribe (lee) como puedas, como quieras, diría. Que escribir nunca deje de ser un poderoso espacio de soberanía, igual que leer. Un campo de libertad, un cosmos libertario donde solo rija el libre albedrío, o su ilusión apenas, siquiera por unos instantes.

  • ¿Qué consejo te gustaría darle como escritora a tu yo de hace unos años?

Hace unos años todavía no me atrevía a escribir una novela… tal vez ese consejo podría ser simplemente “confía, que va a llegar, va a ser posible”, pero no soy mucho de consejos. Más de inspiraciones, tal vez. Un dato que siempre me resonó de forma especial es que tantos escritores alucinantes comenzaron a publicar más “en serio” partir de los cuarenta… especialmente Saramago, un autor referencial para mí, aunque publicó una novela en su juventud que casi pasó desapercibida, no sacó a la luz sus obras magnas hasta prácticamente la cincuentena… Un profesor de instituto dijo una vez en una clase, cuando yo tenía quince o dieciséis años, que la novela es un género de madurez (frente a la poesía, por ejemplo). Nunca lo olvidé, aunque entonces no lo comprendí del todo. Tal vez diría a esa “Altea” más joven, poeta a escondidas entre otras muchas cosas, que solo confiara en esa conjura maligna y preciosa de los astros. Que, en algún mundo posible, sucedería.

  • ¿Qué autores te han inspirado más a la hora de escribir?

Ogro es una novela negra, así que podría decir que me han inspirado principalmente autores de este género… y sin embargo no es (solo) así, porque Ogro no es solo, creo, una obra de suspense (aunque pueda enclavarse de pleno derecho en este género, y así lo hago), sino que busca un más allá… ese más allá que me gusta a mí misma encontrar en las historias que me atraen, y cómo son narradas.

Creo que nunca sabremos con certeza qué autores nos influyen de forma inconsciente o intuitiva, frente a quienes consideramos más cercanos, de forma explícita, a nuestro modo real de escribir… Me gustan particularmente autoras y autores que, como apunta Doris Lessing, recrean más las atmósferas que los hechos en sí, aunque sin olvidar estos en absoluto. Me gusta leer cuentos que cuenten cosas extraordinarias, que apabullen mis ojos como cuando de niña escuchaba mis primeras historias, con un asombro informe y sin juicios. Me gustan desde Donna Tartt en El secreto a Agatha Christie en Telón, y podría seguir con una innumerable lista de autores negros, pero no quiero dejar de citar obras de otros géneros, referenciales para mí, como Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, o Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee, que han cincelado igualmente, entre otros cientos, mi relación con las letras.

He leído y releído incansablemente a autores pasmosos como el ya citado Saramago, García Márquez, Benedetti o el propio García Lorca. Pero también a Stephen King –ese maestro-, o toda la recua de autores (autoras, sobre todo) de noir nórdico contemporáneo a quienes adoro y de quienes he mamado con voracidad. Hacer una lista sería solo un ejercicio de necesariamente incompleta (in)gratitud. Creo que hay algo de cada una entre mis letras, como animalitos escondidos, pero no sabría decir quién me ha inspirado o influido más a la hora de escribir Ogro. Para ello, solo traté de seguir un sabio consejo de Camilla Läckberg (señora negra por antonomasia): escribid de aquello que conozcáis, para empezar, y que de ahí saliera todo… para bien y, sobre todo, para (el) mal.

  • ¿Dónde se puede conseguir tu libro?

Para Ogro opté por el camino de la edición independiente a medias por impaciencia, a medias porque para una primera novela, cuando se carece de padrino y de fortuna, y además se desea mantener el anonimato, otras opciones devienen prácticamente insorteables. Así, de momento está publicado en Amazon, tanto en versión digital como en papel, accesible en https://amzn.to/3wDRfyP. No puedo decir, sin embargo, que esta elección sea una cuestión militante para mí: si en algún momento se abre un camino editorial adecuado, tampoco reniego en absoluto de otras posibles vías para dar salida a mi obra y hacerla llegar al público lector.

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  • ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?

Ogro es la primera entrega de una saga llamada Cuentos de viejas: Trilogía del Ogro. Todas sus historias continuarán sucediendo en Cuenca, en la misma atmósfera y con los personajes ya conocidos; de hecho, la novela Ogro, aunque es autoconclusiva, termina con algunas puertas abiertas, algunas especialmente espinosas (¿qué pasará con Líber…? ¿De quién es el cadáver hallado en las torcas…?), que franquean el paso a la segunda novela.

La segunda parte, Al amor de la lumbre, está efectivamente ya en proceso aunque se gesta muy lentamente, ya que mientras tanto soy también madre de criaturas y tengo un trabajo que me ocupa mucho tiempo. Resulta complicado no solo encontrar el momento cronológico, por así decir, para sentarse a escribir, sino también – casi más- el espacio mental necesario para ello. De momento, la trama y la historia están prácticamente desarrolladas en mi cabeza, pero apenas he podido sentarme a plasmarlas, que es cuando realmente obra la magia y todo comienza a adoptar un rumbo propio, a menudo divergente incluso de la idea original… los personajes se independizan, la rebelión se desata, la sedición se arrebata y una descolonización en toda regla tiene lugar entre mis manos, las teclas furiosas del ordenador y mi mente calenturienta, como en trío espeluznante y enloquecido. Volvemos a Hemingway… «No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina y sangrar»

Para terminar, ¿nos recomiendas alguna lectura?

Recomendar una aquí, ahora, es otra vez un ejercicio de escrutinio cruel, porque dejaría fuera al resto del mundo… así, escojo una sugerencia (y que me perdone ese resto) por su pertinencia muy concreta en el momento bárbaro a que, por tremenda desgracia, asistimos: quiero recordar la formidable alegoría de Lev Tólstoi en su cuento Iván, el Imbécil. No digo más, salvo que ojalá fuéramos (como) ese reino de imbéciles, pacifistas y felices, porque otro gallo nos cantaría.


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