Entrevistamos al escritor D.C. Nabau por motivo de la presentación de su obra “Titivillus, grammatica errat daemonium”

Para quién no te conozca, ¿quién es D.C. Nabau?
Un ávido lector. Desde temprana edad. Omnívoro de curiosidades. Poco amigo de dogmatismos. De principios reedificables. Apegado observador de entornos. Con capacidad intacta para el asombro. También algo disipado, para qué mentir.
Como juntaletras, un tipo obcecado en depurar un estilo de narrativa ágil —que no fácil—, en la búsqueda de un equilibrio entre el uso de la jerga cotidiana y el lenguaje en desuso. Sin forzar las cosas, claro está. A nadie le agrada encontrarse un pelo púbico en su plato. Al menos ajeno. Sin embargo, la cosa es bien distinta cuando en su lugar uno detecta un aderezo que eleva el sabor del guiso. Por lo insípido no vale mucho la pena vivir, ¿verdad?
En lo relativo a temática, trato de ir de una orilla a otra, en busca de temas originales. Salir de aventuras, ya sabes. Una vez en tierra, meto el hocico entre las briznas de hierba, o bien, me elevo sobre la planicie para dar con nuevos puntos de vista. A veces, lo nuevo, lo fresco, es una mera cuestión de enfoque y reinterpretación. Y, aunque resulte manido, es innegable que avanzo mirando hacia atrás. Muchos de los caminos que andamos y desandamos llevan siglos ahí. La nuestra es una herencia literaria portentosa.
En lo que atañe a estructura, me gusta crear segmentos más o menos digeribles. Tanto en micro (capítulos) como en macro (eventos), mediante la técnica de dientes de sierra. Picos y valles. En la medida de lo posible hago cuanto está en mis manos para que el lector mantenga el interés en pasar la página que transiciona entre el final de un capítulo y el comienzo del siguiente.
¿A qué edad empezaste a escribir?
Sobre los diez o doce años. La pulsión era fuerte. Mas la constancia brillaba por su ausencia. A esa edad hay tanto estímulo en derredor que cuesta centrarse. El haber tenido trabajos de otras profesiones en los que me veía en la obligación de hacer entregas a clientes sin margen de escapatoria, resultó de gran utilidad. La preparación para dar el salto a la escritura profesional ha requerido décadas de lecturas de toda índole, desarrollar conciencia analítica, mucha práctica y constante perfeccionamiento. En ese impás, digamos que la escritura y un servidor coqueteábamos. De un tiempo a esta parte hemos iniciado una relación estable y, espero, tan duradera como enriquecedora. Trabajaremos en minimizar los aspectos tóxicos de la relación. Pues es sabido que los efectos colaterales de volcarse demasiado en ella han llevado al traste otras parcelas de la vida de una cantidad notable de escritores.
¿Cómo nace esa necesidad de plasmar en un papel lo que se te pasa por la cabeza?
Soy una clara “víctima” de la transmisión oral de historias amparadas por el amoroso estímulo de mis padres. Aunque hay otro germen; en casa siempre hemos estado rodeados de libros. Los clásicos no faltaban a la cita. De pequeños, tanto mi hermano como yo —para espanto de nuestros padres—, mancillamos buena parte de las obras de la biblioteca familiar. Elegimos ceras de colores bien llamativos con los que rubricamos algo parecido a nuestros nombres. Para más inri, tachábamos lo escrito del uno por lo del otro en pos de la territorialidad fratenal, agravando aún más el desperfecto. En lo relativo a la escritura, de ahí en adelante la cosa no pudo hacer más que ir a mejor. Aprovecho la oportunidad para pedir disculpas públicas.
¿Qué es lo que más destacarías de tu obra más reciente?
‘Titivillus, grammatica errat daemonium’ se trata de una sátira inteligente y, pienso, amena, que gustará a cualquier lector aficionado al lenguaje. Filólogos y gente del sector editorial lo devorarán con fruición. La narración habla de tú a tú al lector. Le involucra. Éste sentirá que, de algún modo, ayuda (o sirve) a Titivillus a configurar el canon sobre su figura como demonio del error gramatical. El proceso narrativo se sucede a través de historias basadas en errores reales. Aspecto que facilita la inmersión y la capacidad de empatizar con aquello que de su lectura se extrae.
Es un soplo de aire fresco, una obra de humor de género filológico/fantástico digna de ser leída, disfrutada y compartida. Y un más que digno regalo para un ser querido. Como arma arrojadiza no vale mucho. Es de tapa blanda.

¿Hay alguna anécdota sobre el proceso de documentación o de escritura que puedas contarnos?
La idea en si misma. Surgió durante la visita a un monasterio cisterciense. Todavía me pregunto cómo diablos acabé ahí y no en un pub. El caso es que en dicho monasterio había un historiador muy majo que explicaba cantidad de detalles de interés general a la veintena de visitantes allí congregados. En un momento dado hizo una mención fugaz sobre la figura histórica de Titivillus. A título personal quedé flasheado. En cuanto tuve ocasión me puse a ampliar conocimiento. A nivel histórico encontré material diverso, mas me sorprendió constatar que la obra de ficción relacionada con el tema era exigua, hasta donde yo sé, inexistente. Así que tomé la determinación de agarrar al demonio por los cuernos, para devolverlo al aquí y al ahora y, de paso, delinear su canon.
El proceso de documentación sobre los errores reales en los que se basa ‘Titivillus, grammatica errat daemonium’ ha sido de lo más divertido. También árduo. Son muy locas las historias sobre errores gramaticales que uno puede encontrar por la red. Las del libro son las más selectas. Caviar de beluga de error léxico-gramatical.
Uno de los ejercicios más laboriosos en el gimnasio del escritor es el de la síntesis, por ello dedico bastante tiempo al noble arte del ikebana literario. También practico con series de resistencia al autoboicot. Hay que estar preparado para cuando se flaquea a nivel emocional. Si uno todavía no está demasiado pagado de sí mismo las recomiendo de forma encarecida.
Hablemos ahora un poco sobre ti. ¿Crees que ahora los escritores lo tenéis más fácil para triunfar gracias a las redes? ¿O que precisamente eso hace que haya más competencia y cueste más diferenciarse?
Aquellos que entienden de qué va el juego pueden salir beneficiados. Hay que currárselo. De resultas, los tan denostados influencers terminaron pasando la mano por la cara a los escritores convencionales. La mayor parte del gremio quedó sumido en una primera fase de negación. Luego llegó descrédito ante sus logros. Había miedito. Sudor frío. Pero al César lo que es del César; si un adolescente de 15 años es capaz de mirar de frente —a través de su tupé— a un escritor superventas, habrá que fijarse en el cómo además de en el qué. Indistintamente del debate de si el contenido de sus obra tiene mayor o menor sustancia, de crear comunidad y sinergias saben un huevo. Es tiempo de tiktoks, reels, directos, threads, bereals, eventos de realidad aumentada…, y lo que venga. A poder ser, al amparo de los beneficios que otorga la temida inteligencia artificial. Balancear tiempos de escritura con los de promoción. ¿Eso afecta a la producción en sí misma? Probablemente. ¿Es time consuming? Mucho. ¿Requiere de la energía de un hámster? De uno superestimulado a base de bebidas energéticas, a poder ser.
Independientemente de ello, creo que si se mantienen la constancia, el esfuerzo y un cierto compromiso literario, con el tiempo las cosas llegan. Tarde o temprano la buena literatura encuentra al lector. Ni que sea un puñado. Eso ya es motivo de satisfacción. Es un poco como el juego de pasar el cuerpo arqueado debajo de un palo pero a la inversa. Limbo, creo que se llama. Limbo inverso, eso es el éxito: trabajar para estar, volverse e intentarlo de nuevo. Lo anómalo es colarse de primeras. Culebrillas talentosas las hay en todos lados, pero lo que trasciende es pasar al otro lado. Y, más aún, mantenerse en forma.
¿Qué consejo te gustaría darle como escritor a tu yo de hace unos años?
«Vas bien, pero si te pasas de frenada, tampoco lo vas a lamentar demasiado». Creo que voy a guardar ese consejo para el yo del presente. Todavía le encuentro cierta vigencia.
¿Qué autores te han inspirado más a la hora de escribir?
Esquilo, Sófocles, Heracles, Ovidio (A.K.A. los trágicos), Henry James, William Shakespeare, Virginia Wolf, Ayn Rand, Marguerite Yourcenar, Fiodor Dostoievski, Oscar Wilde, Simone de Beauvoir, Kenzaburo Oé, Junichiro Tanizaki, Natsume Sōseki, Ambrose Bierce, Robert Chambers, William. H. Hogson, H.P. Lovecraft, E. A. Poe, Robert E. Howard, J. R. R. Tolkien, Jane Austen, August Delereth, Lord Byron, Lev Tolstoi, Marcel Proust, Thomas Mann, Cormac MCarthy, Donald Ray Pollock, Guy de Maupassant, Chuck Palahniuk, Joseph Campbell, Henry McCullers, Harper Lee, Bradbury, Orwell, E. M Forster, China Miéville, Charles Bukowski, D.H. Lawrence, Terry Pratchett, John Williams, Stephen King, Charles Dickens, Somerset Maugham, Miguel Delibes…
Qué sé yo. Faltan muchos. Clásicos y modernos. Son los que me vienen a la cabeza ahora mismo. La lista es inacabable y yo soy un poco veleta.
¿Dónde se puede conseguir tu libro?
En Casa del libro: https://www.casadellibro.com/libro-titivillus-grammatica-errat-daemonium/9788412549287/13323043
En Fnac: https://www.fnac.es/a9894908/D-c-Nabau-Titivillus
En La Central: https://www.lacentral.com/nabau-d-c-/titivillus-grammatica-errat-daemonium/9788412549287
En la web de la Ediciones Hidroavión: https://edicioneshidroavion.com/product/titivillus
Y a través de Google y otras librerías.
¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
En dos proyectos de próxima publicación, un tercero que está empezando a tomar forma:
‘Litigio Animal’, una crónica en tres cuentos sobre los juicios perpetrados contra animales y otras criaturas en la Baja Edad Media.
‘Sea Survivors’, novela que aborda los orígenes de la edad de oro del tatuaje y reflexiona sobre el estado melancólico del hombre. Comercialmente podría definirse como algo así: mete en una coctelera a Marcel Proust, Simone de Beauvoir, Nietzsche y Melville. Échale un par de escupitajos y un buen chorro de tinta para tatuajes. ¿Resultado? La novela de la década.
Para terminar, ¿nos recomiendas alguna lectura?
Quien más y quien menos suele tener su pila de lecturas bastante prefedinida (sin contar con los libros pendientes), por lo que sugiero cinco obras contemporáneas de extensión breve que no ocasionarán demasiado desbarajuste. A saber:
Por lo que reivindica: ‘Del Color de la leche’, de Neil Leyshon.
Por lo distendido: ‘Titivillus, grammatica errat daemonium’, de D.C. Nabau.
Por su verdad agridulce: ‘Stoner’, de John Williams.
Por lo humano: ‘Un amor especial’, de Kenzaburo Oé.
Por su estética monumental: ‘Piranesi’, de Susanna Clarke.

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