«Entender la política. A partir de su ejercicio real», obra indispensable para cualquiera que quiera entender de verdad los entresijos de la política, del autor Vicente. R. Carro.

¿Cuál es el libro o artículo que has escrito del que te sientes más orgulloso?
De todos y de ninguno. De todos porque eso significa que he logrado finalmente sacarlos a luz. Y de ninguno porque, a fin de cuentas, ninguno me satisface totalmente.
Aunque mayormente las ideas las tengo claras y lo que quiero expresar también, el cómo las expreso, el parto para sacarlas a luz, mayormente me resulta complicado. A muchos colegas el escribir mismo les produce placer y/o sienten un impulso casi irresistible a hacerlo. En mi caso no es así. Más bien, al contrario. Lo que me produce un cierto placer y satisfacción es haber conseguido finalmente dar a luz las ideas que se agolpaban en mi mente después de un proceso, a menudo casi doloroso, de ordenarlas y plasmarlas en un escrito que considero pasablemente logrado. No sé si eso puede llamarse orgullo. Una cierta satisfacción, sí.
Pero ello nunca me deja satisfecho del todo y, aunque una vez publicado un texto, lo considero en cierto modo logrado (le he dado muchas vueltas) y no me gusta volver sobre él (¡También los textos tienen su kairós, su oportunidad!), de ninguno puedo decir que me satisfaga plenamente.
¿Qué te llevó a especializarte en teoría del Estado y de la sociedad?
En parte, como muchas cosas en la vida, ello fue debido a las circunstancias. Cuando llegué a la universidad de Münster, mi intención inicial era especializarme en lógica matemática. Pero ello exigía, en esa universidad, matricularme también en matemáticas, de las que, al margen de lo que había aprendido de lógica matemática en Madrid, no tenía más formación que la recibida en el bachillerato. También me interesaban la ética y la política y, además, disponía ya de una cierta formación previa en económicas y sociología. Eso fue decisivo.
Tengo que decir que, para una especialización que supone unos conocimientos amplios en diferentes disciplinas, el orden académico en la universidad alemana de la época (no sé si en la actual sigue así) ofrecía ventajas particulares. Ello era debido a que, básicamente, seguía con el orden académico medieval (no habían adoptado el orden napoleónico, como la universidad española) que permitía una gran movilidad al estudiante facilitando la matriculación y la participación en seminarios o clases magistrales en diferentes facultades y/o centrarte en seguir a un determinado profesor. Por eso, en Alemania, cuando un profesor cambiaba de universidad, muchos estudiantes le seguían. Yo seguía principalmente los seminarios y clases magistrales del profesor Friedrich Kaulbach, probablemente el kantiano más importante de la época en Alemania, con el que también hice la tesis.
Hay que tener en cuenta que lo habitual eran los seminarios y, a diferencia de lo que pasa en la universidad española, las clases magistrales eran muy pocas, estaban reservadas a profesores de gran prestigio y a menudo eran visitadas por estudiantes de las más diversas facultades.
Pero, volviendo al tema de la ósmosis entre facultades, debo decir que, además de asistir a seminarios en Económicas y Sociología y de algún seminario y clase magistral en mi asignatura principal, filosofía, recuerdo que participé en seminarios de derecho internacional y filosofía del derecho o asistí a una clase magistral de teología política y a un seminario sobre materialismo histórico aplicado a la interpretación del Antiguo Testamento, así como a seminarios de historia contemporánea, ya que mi tesis se ocupaba del fascismo. En cuanto a Historia, hice incluso algún seminario en otra universidad, la cercana Universidad de Bielefeld. La razón de ello fue que había un profesor en esa universidad, el profesor Puhle, especializado en historia contemporánea de España. El profesor Puhle no sólo era asesor de Willi Brandt para asuntos españoles, sino que, por aquel entonces, había invitado a Augustin Souchy a dar una serie de conferencias sobre el movimiento anarquista en España y, sobre todo, sobre las colectivizaciones del Alto Aragón en las que él, según decía, había participado de forma directa.
Souchy, un anarquista alemán con cargos importantes en la internacional anarquista, había participado activamente en la guerra civil española y, después de haberse ido al exilio mexicano con sus compañeros españoles había vuelto a Alemania ya con 80 años. Como anécdotas, recuerdo que dijo que lo que más se parecía al ideal anarquista en la práctica eran los Quibutzim israelíes. Y también que una buena muestra de lo bien que funcionaban, en libertad, las colectivizaciones del Alto Aragón durante la Guerra Civil era que, a pesar de que el vino estaba libremente disponible, nadie bebía demasiado o se emborrachaba. Esta última observación pudo ser muy convincente para mis conmilitones alemanes, pero a mí, que conocía la cotidianidad del vino en España, el argumento no me pareció muy contundente…

Parece que la universidad alemana ha tenido un gran influjo sobre tu desarrollo profesional, ¿cómo la recuerdas?
Sí, la verdad es que sí. Y, al margen de que influyó mucho en mi futuro y en mi imagen del mundo, lo cierto es que también conservo recuerdos personales muy buenos de la universidad alemana de aquella época.
Era recién pasada la revuelta estudiantil del 68, en la que yo también participé puntualmente durante mis repetidas estancias en Alemania y de la que yo podría contar algunas cosas (Incluso llegué a conocer personalmente al líder indiscutible de la revuelta, Rudi Dutschke, que me abrazó diciendo: “Por fin estáis aquí”, refiriéndose a los españoles). De hecho, la movilización estudiantil en Alemania durante la revolución del 68 fue mucho más amplia, más intensa y más temprana que la francesa, pero, a diferencia de la francesa, no logró contagiar a los trabajadores. Y, además, París es París. De ahí que esa revolución se asocie comúnmente con Francia, si bien afectó, de una u otra manera, a todo Occidente y, particularmente, a Alemania.
Pero bueno, antes de seguir con lo bien que me trataron los alemanes, ya que hemos entrado en el tema del ambiente estudiantil, te diré que lo que más me sorprendió de ese ambiente cuando llegué a la Universidad de Münster fue que, a pesar de que en España estábamos en una dictadura y en Alemania ya se había establecido una democracia floreciente, el ambiente político estudiantil en la Universidad era sorprendentemente similar: el mismo predominio de las diferentes corrientes marxistas con sus sectas trotskistas, comunistas chinos, comunistas clásicos, antimperialistas del tercer mundo de diferentes colores, socialdemócratas marxistas clásicos, socialdemócratas acomplejados, algún heroico “liberal de mierda” (“Scheissliberalen”, así los llamaban) etc…
Yo ya tenía la idea, sobre todo debido a mis lecturas de Ortega y Gasset, de que la unidad cultural europea era muy fuerte, incluso mucho más fuerte de lo que habitualmente creemos. Mi experiencia alemana y posterior vida profesional, transcurrida siempre en un ambiente internacional, no hicieron más que confirmarlo.
España era, en esa época, una dictadura, Alemania ya una democracia próspera. ¿No se reflejaba eso en la universidad?
Sí, lógicamente. Y mucho. Pero no era necesario llegar a la universidad para darse cuenta de lo que significaba vivir en democracia y libertad. En cuanto pasabas los Pirineos ibas tomando conciencia clara, si no la tenías ya antes, de que la España de Franco era, junto con Portugal, el último reducto del atraso y la opresión en Europa…
Pero en la universidad, al margen de la libertad de cátedra, la libertad estudiantil y la acentuada sensación de que la universidad no era simplemente un bachillerato de más alto nivel, como en España, la internacionalidad estudiantil de la universidad alemana de aquella época era lo que aparentemente más la distinguía de la española.
Los extranjeros teníamos incluso una representación propia institucionalizada en el sindicato universitario. Abundaban los persas, con quienes yo tuve ocasión de tratar mucho porque también abundaban en la residencia de estudiantes en que yo estaba, pero también africanos (saharianos y subsaharianos), muchos turcos, palestinos, yugoslavos y otros europeos como portugueses, franceses y españoles, entre ellos algunos (reconocibles) vascos de ETA con residencia en un convento de capuchinos que había en Münster. O un español-canario de origen alemán y nombre Scherzinsky casado, joven, con una Luca de Tena. Scherzinski, junto con otro niño bien hijo de un embajador de El Salvador, ambos comunistas, se habían hecho con la dirección de la sección de extranjeros en el sindicato de estudiantes. Luego, una coalición de españoles, turcos, portugueses, franceses, persas y otros lograron desbancarlos. Pero es anecdótico que, según un amigo mio de San Sebastián que trató de convencer a los vascos del convento de los Capuchinos para que no votasen a Scherzinski, estos no le siguieron, replicando: “al menos este es español” (¡!)
Pero el recuerdo más grato de mi llegada a la Universidad de Münster fueron, sin duda, las facilidades, muy poco burocráticas, que me dieron para poder pasar de la universidad española a la alemana aun sin haber acabado la carrera en Madrid (Luego pude recuperar el quinto curso que me faltaba). Revisaron y analizaron mis calificaciones y, después de unas entrevistas informales con dos catedráticos para comprobar mis conocimientos, me reconocieron todos mis estudios anteriores. Y, luego, la misma Universidad me concedió una beca para hacer el doctorado. Todavía tengo nostalgia de los años de estudiante en Alemania.
¿Cómo fue, luego, tu experiencia como profesor en la Universidad Libre de Berlín?
También fue buena mi experiencia como profesor, como lo fueron en general todos mis años de estancia en Alemania, pero ya fue otra cosa.
Hay que tener en cuenta la peculiaridad de Berlín dentro de Alemania. Es un dato que muchos desconocen, pero Berlín seguía en su totalidad ocupada por las cuatro potencias y sus fuerzas armadas se movían libremente por toda la ciudad. Eso no quita para que, como es sabido, Berlín estuviese dividido por el muro que separaba el sector soviético de los sectores occidentales, visualizando así la división existente entre el capitalismo y el mal llamado “socialismo realmente existente”. Debido a eso, a muchos les resultaba paradójico que los soviéticos seguían patrullando en los sectores occidentales y los soldados americanos, británicos y franceses en Berlín-Este.
Pero lo que viene especialmente al caso aquí es que la clásica Universidad de Berlín, la Universidad Humboldt, quedó en el sector soviético, por lo que los americanos facilitaron, entre otras cosas, la creación de la que se llamó “Universidad Libre de Berlín” en su propio sector. A esta Universidad acudían muchos jóvenes procedentes de la República Federal de Alemania que querían escapar del servicio militar o por otras razones, pues conviene tener en cuenta que Berlín occidental, por aquel entonces, no formaba parte de la República Federal de Alemania y, de hecho, como la totalidad de la antigua capital del Reich, es decir, incluido Berlín Oriental, siguió sometido a la ley marcial de los vencedores hasta la reunificación alemana.

Esto tendría su reflejo, naturalmente, en la composición del alumnado y en otras cosas.
Efectivamente. Todo eso hacía que el alumnado en la Universidad Libre de Berlín fuese, cuando menos peculiar, aunque eso no quiere decir que no tuviese también alumnos auténticamente berlineses. De hecho – lo digo como anécdota – en uno de mis seminarios, creo que relacionado con el sistema de Economía de Estado Centralizada de los países del este, tenía como asistentes habituales a dos alumnas con conocidos apellidos prusianos. Casualmente, una apellidaba Von Moltke y la otra Von Bismark. Al menos – pensé – dos descendientes de dos eximios próceres prusianos seguían en Berlín. Curiosamente mi experiencia no era esa. Aunque yo nunca he tenido nada que ver con la aristocracia, en Münster ya me había topado con algunas descendientes de nobles prusianos, todas mujeres: con una Von u. Zu Stein (novia de un buen amigo mío, un estudiante de Derecho que revisó el alemán de mi tesis) y una Von Clausewitz (Bettina, una de las mujeres más bellas que he conocido); una Von Zitzewitz hacía la tesis con el mismo catedrático que yo y la secretaria del catedrático apellidaba Von Bülow. Luego, en Madrid, apareció en una rueda de prensa mía nada menos que Wilhelm Prinz von Preussen, el Príncipe de Prusia y heredero de la corona de Alemania que, por cierto, hablaba perfectamente español. Célebres apellidos prusianos de personas que no vivían en Berlín. Creo que no me equivoco si digo que la mayor parte de los alumnos de la Universidad Libre de Berlín no eran ni berlineses ni de cerca de Berlín, que estaba rodeado por el territorio de la República Democrática Alemana (RDA) .
Sigamos con las anécdotas. Me gusta repetir que la alumna más brillante con diferencia que tuve en la Universidad Libre fue una punki de procedencia bereber-marroquí afincada en Berlín. En esa época yo también impartía algunas conferencias sobre la Unión Europea a grupos de extranjeros que venían ad hoc a Berlín y me llamó especialmente la atención que suecos y británicos, procedentes de dos países más bien poco europeístas, eran los que más fervor europeísta manifestaban en los grupos. ¿Efecto de la polarización antieuropea en su país?
Por lo demás, en la universidad no estaba yo en el mundo de la filosofía que me hubiera gustado (mis seminarios versaban más sobre temas culturales y económicos), y los alumnos, al margen de la peculiaridad berlinesa, cada año venían peor preparados del bachillerato. Como en toda Europa. Eso y otras circunstancias personales me llevaron a dejar la universidad y dar el salto al mundo de los negocios.
¿Cómo fue tu transición de CEO de una multinacional americana a presidente fundador de una empresa internacional de biología computacional?
Antes de ser CEO de una multinacional americana fui Director General de una empresa de importación/exportación canaria y recuerdo que el paso de la universidad al mundo de los negocios supuso un encuentro con la cruda realidad de lo que es la vida, de la que muchos no somos conscientes hasta romper definitivamente el cordón umbilical que nos une con nuestra alma mater.
Una vez en el mundo de los negocios (en mi caso, en el mundo de los negocios internacionales) ya las transiciones son más fáciles y la capacidad de adaptación mucho mayor.
La experiencia con los americanos, ya en el mundo internacional y de las high techs, me había proporcionado, entre otras cosas, la convicción de que ninguna empresa de alta tecnología en un mundo globalizado puede a la larga sobrevivir si no trata de competir desde el primer momento a nivel global. Puede que tú no vayas a competir al extranjero, y es tu error, pero de lo que sí puedes estar seguro es de que los extranjeros competitivos sí van a venir a tu país a competir contigo. Eso, en términos empresariales, quiere decir que, para sobrevivir, en principio hay que producir allí donde puedes alcanzar el mayor nivel de competitividad y vender donde puedas alcanzar el mayor margen de beneficio. En nuestro caso sólo teníamos mercado propiamente en el mundo desarrollado. El lema era pensar globalmente, actuar localmente. Y así fuimos desarrollando la empresa desde los inicios como una pequeña multinacional, con centros de producción en China, Bulgaria y Colombia, además de nuestro centro en Granada, y oficinas de venta en Estados Unidos y Europa.
Siendo CEO y presidente de una empresa española internacional pude darme cuenta también de cómo – ya desde el otro lado de la mesa de negociación – algunos países cuidan y promueven el establecimiento de empresas de alta tecnología en su territorio. Y ello me llamó particularmente la atención precisamente en Estados Unidos y China. Recuerdo cómo, por ejemplo, en Estados Unidos, la Oficina del Gobernador de Pensilvania no sólo cortejaba a las empresas extranjeras con intenciones de instalarnos allí, sino que, en mi caso, me asignó un funcionario para visitar diferentes ubicaciones posibles y asesorarme al respecto. Finalmente me decidí por una ubicación subvencionada en Filadelfia que, entre otras ventajas, supuso el que la empresa quedase libre de pagar impuestos estatales durante 15 años.
Has hablado de la globalización, que, últimamente, está siendo muy cuestionada ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Sí, últimamente está siendo muy cuestionada sobre todo por partidos de la extrema derecha nacionalista y trumpista, que están aprovechando el descontento de algunos sectores, sobre todo los perjudicados por la deslocalización industrial en Estados Unidos y Europa. Pero, una vez creada la aldea global a través de Internet y el avance de las comunicaciones, la globalización ha venido para quedarse. No creo que ningún voluntarista esfuerzo de ingeniería social pueda, de manera permanente, hacer dar marcha a atrás a un avance históricosocial tan complejo en la composición y en las causas como la globalización.
El proceso histórico es dialéctico y está caracterizado por flujos y reflujos, avances y retrocesos, y los procesos de ajuste a veces son largos, complejos y dolorosos. Unos ganan y otros pierden, el juego de intereses, la política y las ideologías hacen su trabajo, y vuelta a empezar. Pero el nuevo comienzo va preñado por el pasado para el futuro. Así es la dialéctica de Hegel y Marx que estos aprendieron de Heráclito y Platón.
En el caso de la globalización los perjudicados en el primer mundo han sido fundamentalmente los trabajadores industriales, debido a la deslocalización, y el más favorecido el capitalismo financiero, que sigue desencadenado y no es de extrañar que genere aún nuevas crisis. No olvidemos que el capitalismo financiero fue ya el fautor principal de la crisis del 19 del siglo pasado y el desencadenante de la del 2008. Yo creo que los ajustes vendrán, tarde o temprano, y que, incluso, la tecnología vendrá en ayuda de la globalización: la inteligencia artificial específicamente en ayuda de la relocalización, desplazando cada vez más el trabajo manual, y el blockchain y las criptomonedas ayudando a hacer cada vez más obsoleto el sistema financiero tal como lo conocemos.
Pero, mientras tanto, los populismos, cuyas reivindicaciones, no lo olvidemos, casi siempre se asientan sobre una cierta base real pero un diagnóstico social equivocado, seguirán agitando el escenario político mundial con sus “soluciones fáciles”, sus rencores, sus nacionalismos y sus guerras. Sin embargo, yo no tengo duda de que, a la larga, el interés económico y el desarrollo tecnológico y, en general, el proceso civilizatorio de la humanidad, que ha alcanzado ya una cierta universalización de la ética (humanismo, derechos humanos) y su institucionalización en la ONU y otras organizaciones internacionales, acabarán demostrando que la globalización ha venido para quedarse. Pero hay más. Estamos ya en un horizonte en el que, superando el hombre al hombre, sus máquinas puede que lo desplacen o, colonizando el espacio, deje de ser sólo terrícola. Todo esto dejaría, finalmente, los nacionalismos reducidos a un residuo prehistórico y el sujeto histórico sería (o no sería) la humanidad en su conjunto.
¿Qué destacarías de tu experiencia como profesor monitor de Ética y Filosofía Política en la UNED de Zamora?
El encuentro de nuevo con la filosofía académica en la Universidad suscitó de entrada la cuestión de por qué, entre otras cosas, un hombre como yo había pasado la mayor parte de su vida profesional en el mundo de los negocios. ¿Qué hace un filósofo en el mundo de los negocios?
Mucha gente no sabe que, en el mundo actual de la empresa, muy especializado, directivos generalistas, críticos y con gran capacidad de discriminación lógica son altamente apreciados. Y esa formación la reciben en buena parte los estudiantes de filosofía. De ahí que haya cada vez más personas con background filosófico en puestos de alta dirección, sobre todo en los países anglosajones (y también en China). La idiosincrasia de cada uno y su peripecia peripecia personal, singulares e irrepetibles, también tienen su importancia, lógicamente.
El reencuentro con las disciplinas que me tocó impartir presencialmente en la UNED de Zamora no fue en absoluto difícil, ya que habían sido el núcleo de mi especialización. Al contrario, me di cuenta de que mi experiencia profesional estaba contribuyendo muy positivamente en la ampliación de la perspectiva y en la profundización del conocimiento, cosa que, sin duda, le pudo venir muy bien también a los alumnos. Y, a nivel personal, ello supuso un reencuentro con aquello por lo que había mostrado siempre una cierta preferencia: por el pensamiento puro. Pero en la vida, como en la economía, podemos darnos por satisfechos si profesionalmente alcanzamos como objetivo un second best. Un first best, o primera opción, no acostumbra a ser realista.

¿Cuál es tu opinión sobre la situación actual de la filosofía en España?
Yo sigo siendo todavía un observador externo y no me siento aún en condiciones de poder emitir un juicio justo. Creo que es conocido y reconocido el legado filosófico de Emilio Lledó entre los filósofos aún vivos. En su día, además, leyó mi tesis y me dio algunos consejos. En España, a diferencia de Francia, los filósofos no tienen una presencia tan amplia en la vida pública. En este campo sobresalen Javier Gomá y José Antonio Marina, que abordan temas de actualidad y se atreven a pensar por sí mismos, pero son precisamente autores fuera de lo que es propiamente la academia universitaria. Por lo demás, en Internet aparece una lista amplísima de filósofos españoles actuales, de la que me temo que, como se dice, no están todos los que son, ni son todos los que están.
En España el sistema educativo está orientado a premiar la memorización frente a la creación o el buen juicio (ahora, por fin, parece que la nueva ley quiere remediarlo) y, en filosofía, predomina aún una tendencia heredada a glosar el pensamiento de otros autores en lugar de abordar problemas reales y pensar por uno mismo; y a no apreciar a los nuestros, cosa que, mayormente, me llama la atención en relación con Ortega y Gasset, uno de los grandes.
De Ortega, entre otras cosas, se ha hecho en nuestro país una lectura politizada, en que los falangistas creyeron ver en él a uno de los suyos, aun cuando Ortega fue uno de los primeros y más contundentes críticos del fascismo (y también del bolchevismo) en Europa, y una determinada izquierda lo consideraba un filósofo elitista y enemigo del pueblo. Dos malentendidos. Ortega y Gasset, con un léxico brillante y una lectura aparentemente fácil, no es tan fácil de entender como supuestamente se cree. Para entenderlo ayuda mucho tener una cierta cultura filosófica y, en particular, conocer el idealismo alemán.
¿Qué libro o autor de filosofía recomendarías a alguien que quiere iniciarse en esta disciplina?
El mismo que he recomendado a mis alumnos en la UNED. El libro se titula “Lecciones preliminares de filosofía” y es fácilmente accesible en Amazon en formato Kindl. El autor es Manuel García Morente, un filósofo español del siglo XX, muy diferente de Ortega, pero también digno de leerse.
¿Cómo crees que la filosofía puede contribuir al debate público y a la toma de decisiones políticas?
La filosofía occidental, desde sus inicios griegos, reflexionó sobre el mejor sistema de gobierno y pensó que los filósofos estaban especialmente capacitados para saber lo que es “justo y conveniente” para la comunidad. Platón llegó a proponerlos para dirigir el estado, pero Aristóteles, más realista, acabó decantándose por la democracia como el menos malo de los sistemas.
A la contribución de muchos pensadores, en el siglo de las luces y antes (entre los que quisiera citar a los de la, siempre preterida, Escuela de Salamanca), debemos el humanismo antropocentrista y el estado democrático liberal representativo de nuestros días. La tarea de seguir pensando sobre la ética y el Estado se seguirá cumpliendo, sin duda, en las universidades. Pero la cuestión es también si los filósofos deben jugar un papel más activo en la vida pública.
Como es sabido, nuestro estado democrático exige la participación ciudadana, y los políticos y los medios deberían facilitar la información adecuada a esa noble tarea. Pero hoy en día la algarabía mediática lo domina todo. Y la algarabía mediática está compuesta por periodistas y políticos que, como es de suponer, sirven a sus intereses (no siempre coincidentes con el interés general), más los opinantes ciudadanos de a pie en un Internet global que, como es también de suponer y lo estamos viendo, está cada vez más contaminado por la visceralidad y los bulos.
En Francia, como decía ya antes, los filósofos están tradicionalmente mucho más presentes en la vida pública y son muy escuchados en los medios de comunicación y en las tertulias, contribuyendo a “poner al descubierto” la realidad de las cosas. “Poner al descubierto” las cosas frente al humo o la apariencia ha sido tarea filosófica desde los albores del pensamiento occidental.
La sola presencia de un filósofo en una tertulia, por ejemplo, podría llevar ya a los tertulianos a cuidar más la lógica, flagrantemente maltratada a menudo, a evitar el engaño fácil, a no traer a la tertulia un pastel que podría ser descubierto o a no entrar en un pasteleo que podría salir a luz. Y a combatir la ignorancia, por supuesto. ¿Te puedes figurar como quedaría alguien que hablase como Ayuso sometido al escrutinio directo de un filósofo? Claro, siempre supuesto que el filósofo esté a la altura, cumpla con su deber y no se deje comprar, que también podría.
La editorial Círculo Rojo, cuando aceptó hacerse cargo de la publicación de tu libro, dijo, entre otras cosas, que era “esclarecedor”. ¿Responde ese calificativo precisamente a esa tarea filosófica que describes como “poner al descubierto”?
Efectivamente. Es más, lo digo explícitamente en la Introducción, que invito encarecidamente a leer antes que nada. Leer la Introducción es, en general, fundamental para entender el libro y entender el libro ayudará, sin duda, a entender la política. Al menos, eso espero. Ese es, precisamente, el objetivo.
Pasando a otro tema, ¿cuál es tu opinión sobre la relación entre la tecnología y la ética?
El homo sapiens, a lo largo de un proceso civilizatorio de ensayo y error, marcado por el azar y que abarca ya milenios, ha ido arreglándoselas en su medio, que es el mundo, cada vez mejor, controlándolo y, en lo posible, poniéndolo a su servicio. Ha sido capaz de superar la pura biología y se ha servido para ello de instrumentos cada vez más refinados y efectivos. Ese conjunto de instrumentos cada vez más refinados y efectivos constituyen lo que llamamos “tecnología” y, como instrumentos del hombre, forman parte del yo humano, del que, como decía Ortega, no podemos separar a su circunstancia, al mundo.
Por lo demás, la tecnología, en el momento actual, en paralelo al desarrollo de la ciencia, ha entrado en un proceso de aceleración con resultados que cuestionan ya su continuado control por parte del hombre, como se vislumbra amenazadoramente en la IA.
Por otra parte, la ética se define como la reflexión sobre qué normas (costumbres y leyes) deben regir en una sociedad humana para asegurar su pervivencia y desarrollo en concomitancia con el interés de los individuos que la componen (La moral, para diferenciarla de la ética, sería el conjunto de normas de comportamiento realmente existentes en una sociedad). Sé que no todos estarán de acuerdo con estas definiciones, pero ese no es el tema aquí.
El tema es que, ante los nuevos retos generados por el acelerón científico-técnico, la sociedad y los individuos están cambiando con ellos, los paradigmas éticos tradicionales están resultando obsoletos y la casuística ad hoc es, cada vez, más insatisfactoria. Algo parecido a lo que, mutatis mutandis, pasó con el paradigma astronómico ptolemaico, que acabó por quedarse obsoleto y fue sustituido por el copernicano. En el caso de la ética debemos ser conscientes, entre otras cosas, de que esta disciplina ha venido siendo sostenida tradicionalmente por la religión, a la que muchos la consideran íntimamente unida, y de que la religión es uno de los fenómenos sociales más resistentes al cambio. Pensemos, por ejemplo, en un caso en el que la sociedad ha llegado ya a un amplio consenso, como la eutanasia, pero un caso que, a la vez, sigue siendo aún duramente controvertido. Por cierto, en el libro hay también un artículo sobre la eutanasia que podría dar ya algunas pistas de por dónde van los tiros.
¿Qué proyectos tienes en mente para el futuro?
Estoy precisamente trabajando en un ensayo sobre “la nueva ética”, que trata de tener en cuenta problemática sobre la ética y la tecnología esbozada en la respuesta a la pregunta anterior. Y, eso sí, no voy a tener reparos en “poner al descubierto” lo que sea. Estoy seguro que, en muchos ámbitos, no gustará. La intención es publicarlo directamente en inglés y en Estados Unidos.
¿Qué consejos le darías a alguien que quiere seguir una carrera en el ámbito de la filosofía y la teoría del Estado y de la sociedad?
Que estudie. Que estudie bien. Lo demás, en buena parte, es cosa del azar (y la necesidad).
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