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A ti, tiempo | Por Alan Oms

A ti, tiempo | Por Alan Oms

Hablando con el eterno abrazo

–Me pregunto si algún día fuiste alguien –le dije a Tiempo–. Si te rompieron el corazón. Si todo esto es una venganza, lenta como tu pestañeo; lenta como la nada.

–No necesitas saber de mis amores, aunque solamente he tenido uno. Ella era y es mi Destino.

–¿Y recuerdas todo? Vuestra historia, me refiero.

–Tampoco tengo ese tipo de memoria para recordar. Vosotros sois quienes lo hacéis a través de mí –contestó–. Pero roto el cuerno, ya puestos, así soy. Una mancha que todo roe, un pulgar que hurga en la lava, un gemido perpetuo que mata y una vieja muerte, que, aunque enterrada sigue dando por saco. Así me veis, ¿no?

–¿Acaso eres vida?, ¿acaso eres muerte?

–¿Qué es vida o muerte, sino una etiqueta transitoria impuesta por vosotros mismos? Vivir; morir…, para vosotros es una etapa recorrida por mis manos, sea nueva o caduca. Para mí, vuestro lapso son simplemente huellas. Huellas vuestras de historias que han pasado, aunque todavía no hayan ocurrido. Yo soy incorpóreo y estoy tanto en vuestro pasado como en vuestro futuro a la vez.

–Y nos haces vivir el presente de una forma inquebrantable.

–Y eso que es una simple ilusión.

–¿Ilusión?, ¿dices que el presente es una patraña?

–No.

–Explícate, Tiempo.

–El presente no es más que la fina línea entre lo que tuvisteis y tendréis, una coma a mitad de una frase leyéndose. Un suspiro. El ojo de un huracán en línea recta entre el porvenir y el pasado constante. No existe en mí, solo estoy dividido en dos partes.

–Creo que no te acabo de entender.

–Lo que será, es…, y al serlo, ya fue. Incluso lo que ves y lo que sientes en ese mismo instante que lo percibes, ya forma parte de antaño. El presente es un espejismo.

–Y al pasado lo mandas todo. Tu paso duele. Eres como la ansiedad. Siempre dueles. Y duele saber que algún día te llevarás todo lo que queremos a tu dichoso pasado.

–No me llevo nada vuestro. Tampoco os piso, más bien os acompaño en un abrazo a la inevitabilidad.

–No será por amor, ni compasión. Tus abrazos matan.

–Sucumbís vosotros, yo solamente camino hacia delante y os custodio. Después, os quedáis atrás.

–Pues para. ¡Quédate quieto! ¿Acaso no ves que arrasas con todo? ¡¡Nos haces sufrir!!

–Si me quedase quieto, ni siquiera respiraríais.

–Entonces, ¿eres inevitable?

–Lo único inevitable es el destino.

–Y si no… –interrumpió alguien–, el tiempo dirá.

–Y tú, ¿quién eres? –pregunté.

–La necesidad, la compulsión, lo ineludible y la inalterable inevitabilidad. Llámame Destino.

–¿Vienes a arrastrarme al culo de Tiempo?

–No quieras jugar. No mires de frente a Destino o te quedarás ciego –interrumpió Tiempo–. Ya vendrá ella a por ti cuando te toque.

–Y tu destino, Tiempo, ¿cuál es? –le pregunté.

–Mi destino también es ella, sin duda. Ananké –Señaló a Destino.

–Y Chronos mi tiempo. Y pienso quererlo hasta que él me envejezca –dijo Ananké mirándolo.

–Yo hasta que Destino acabe conmigo –prosiguió Tiempo–.

Se miraron. Sonrieron. Se entrelazaron.

–No puedo envejecerte –dijo Chronos.

–No puedo matarte –dijo Ananké.

–En cambio, podéis joder a todo lo que esté por debajo vuestro. ¡Que os den! –les dije.

Chronos y Ananké se abrazaron. Me dejaron tuerto y viejo. Error mío, pues me advirtieron. Después se marcharon de mi cabeza. Sin duda perdí el tiempo, aunque ese era mi destino.

Maldita pareja de locos nos maneja. Juntos, son nuestra sentencia. Juntos son el verdugo del amor. El amor inevitable por vivir, caminar y luego morir.

Carta al relojero

I

Asesino de relojes,
que con tus suspiros nos declinas;
que con tus despertares nos arrugas;
que tu pasado nos custodió
en nuestra leyenda bosquejada.

A ti, tiempo.
No te doblegas ante nada.
Gigante que ejecuta a zancadas
y que jamás deja de caminar.

A ti tiempo.
Siempre fantaseamos con girarte,
ponerte patas arriba
y voltear la arenilla
para nacer sabido;
para brotar sin errar.
Pero el plomo en tus cojones
hace que no nos des
una segunda oportunidad.

A ti, tiempo.
Somos tu reloj. Y creemos tener alas.
Y las llevamos, sí, pero de cristal.

Que, si volamos,
algún día nos derrumbarás.
Que, si nos estrellamos,
nos haremos añicos.
Que nos cortamos
con nuestras esquirlas,
y nos hacemos cicatriz
para escribirte y cantarte;
para rezarte y aullarte.

Para contar cuentos,
que hablan sobre aquello
que nos frunce
y que nos lleva en volandas,
antes de que pulses el botón
de ese cronómetro
que nos marcaste
incluso antes de existir;

ese contrarreloj
cuando miras desde el minutero;
ese sayón que nos roba el latido,
pues siempre nos lleva lejos,
y ese lejos, fuera de tu puño tupido.

Ese puño salino y certero
hacia la nada,
hacia fuera,
hacia lo etéreo.

II

Tiempo, siempre llegas,
callado como chivato
tras soplarle al destino
nuestro último garabato.
Y, nunca, nunca nos dices
hacia donde nos desgastamos.

¡Háblanos relojero!
Desfilamos en vida
esperando tu abrazo.

Solo aparece tu susurro final
cuando nos coges de la mano,
por nuestro último compás.

Que Ananké deje de quererte,
que despoje de tus manos
esa flor que te tiene en duda
de la que arrancas nuestros pétalos.

Que Ananké te bese,
te folle y te suelte
a cambio
de un trozo de eterno
sudor de tus clavos.

III

Aquí un esclavo de tus sonrisas,
de tu ira y de tu traición.

Aquí un siervo,
esperando a que estornudes
parándonos sin compasión.

Aquí la duda,
el vacío y la existencia.

Aquí algo hecho y deshecho
a tejidos de tu despecho.

Aquí, alguien que mira
el despertador pensando…:

¿Dónde estás ahora,
mentiroso?

Dijiste que nunca pararías,
y en cambio,
cuando más sufro,
más hechas el freno.

Y en cambio,
cuando más sonrío,
más avanzas el minutero.

Tiempo,
horca de sentencia
e inalterable momento…,

no tengo más que decir,
salvo… ¡Cabrón embustero!

Alan Oms, autor de «Palabras arrugadas»


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